De “Bote negro”

Por Paulina Vinderman

1

Es un atardecer como cualquier otro

y no puedo sobornar al mundo.

Cuando el sol se pone, una minúscula muerte

agita sus colores como mariposas sobre

mi pensamiento.

Es también un balcón minúsculo y éste será

un poema minúsculo.

Las ciudades están construidas de anhelos y de miedos.

Todo es espera y dolor en el bosque del mundo

mientras oímos una celesta desafinada

y cacerolas de hierro como runas antiguas

en la cocina de una madre presa de su amor.

Cuando la noche llegue,

reunirá los grumos de la oscuridad: plaquetas

para bloquear la sangre.

“El chorro de sangre es poesía”, el recuerdo de la

pared rosada es el tema de tu lienzo, tu alada obsesión.

3

¿Qué terror es éste, enraizado en la escritura

como oficio y deber, como espinas en la niebla de marzo

que ella no puede quitar y sin embargo canta?

La dulzura de la fe en las palabras que escapan

de su cárcel es semejante a nuestra supervivencia

en esta ciudad sin ángeles.

Vendrá el sol como siempre, a romperse frente

a mi asombro y vendrá la noche como una hilera

infatigable de hormigas.

Y cerraré este cuaderno, y soñaré con árboles

rugosos pero si heridas.

Y con la clemencia de la luz.

19

Y entonces, súbitamente anocheció, en mis poemas

anocheció.

Y ya no pude ver al pato en la charca

ni a la nada columpiándose en el baldío,

detrás de la fábrica recuperada.

El mundo se había quitado los guantes

y raspaba mi piel hasta el dolor. Dolor:

esa especie de ángel oscuro en el camino real.

Conozco sus pasos, sus titubeos, las puertas

que abre y cierra, la canción anónima que me

hará recoger.

Como lluvia para lavarme el pelo, como sorpresa

de las sombras, como un reclamo que no necesito

comprender.