Tribuna de opinión

San Martín y la política

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Prof. Carlos Eduardo Pauli (*)

La escuela argentina nos ha presentado muchas veces una imagen reduccionista del Padre de la Patria. El militar genial, libertador de naciones hermanas ha opacado al estadista, al político preocupado por el destino, no solo de su patria chica, sino también de la Patria Grande, la América que contribuyera a liberar junto a Simón Bolívar.

Sin embargo, San Martín tuvo ideas muy claras sobre la situación política de su patria en el contexto americano. En él se cumple aquello de que se enseña más por lo que somos, que por lo que decimos. Felizmente para los que amamos la historia, El Libertador en su largo exilio voluntario, fue autor de una proficua correspondencia, que nos permite conocer su pensamiento político. En las cartas que dirigiera a sus amigos y colaboradores, están cabalmente expresadas las ideas que guiaron su accionar. Hay una constante en su pensamiento, la política debe estar orientada al bien común, supone renunciamientos, deponer ambiciones personales, guardar silencio cuando es necesario y saber en qué momento hay que salir del ostracismo a la acción. Pero lo más interesante es la coherencia que se manifiesta entre su pensamiento y las opciones políticas que fue tomando. Podemos citar algunos ejemplos de lo que venimos sosteniendo.

En 1838 estalló el conflicto entre Francia y la Confederación Argentina. San Martín no dudó, se ofreció para venir a pelear en la defensa de esa tierra que abandonara quince años atrás. El gobierno argentino le agradece el ofrecimiento y el 17 de julio de 1839 el encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas, designó a San Martín Ministro Plenipotenciario de la Confederación Argentina, cerca del Excelentísimo Gobierno de la República del Perú. Este nombramiento era una reparación moral para quien había sido objeto de toda clase de incomprensiones, producto de las divisiones políticas que se produjeron al proclamar la independencia del Perú. Además, era la oportunidad de cobrar los sueldos atrasados que le adeudaba ese gobierno.

La respuesta lo pinta de cuerpo entero, “si solo mirase mi interés general, nada podría lisonjearme tanto como el honroso cargo a que se me destina... un clima que no dudo, es el que más conviene al estado de mi salud, la satisfacción de volver a ver a un país de cuyos habitantes he recibido pruebas inequívocas de desinteresado afecto, mi presencia en él, pudiendo facilitar en mucha parte el cobro de los crecidos atrasos que se me adeudan por la pensión que me señaló el Congreso del Perú y que sólo las conmociones políticas y casi no interrumpidas de aquel país no han permitido realizar. He aquí, Señor Ministro, las ventajas efectivas que me resultarían aceptando la misión con que se me honra; pero faltaría a mi deber si no manifestase igualmente que, enrolado en la carrera militar desde la edad de doce años, ni mi educación ni instrucción las creo propias para desempeñar con acierto un encargo de cuyo buen éxito puede depender la paz de nuestro suelo...”

No sólo se considera que no está preparado para esta misión, sino que hay otros condimentos que el realismo político le hacen ver. “Si una buena voluntad, un vivo deseo del acierto, y una lealtad la más pura fuesen sólo necesarias para el desempeño de tan honrosa misión, he aquí todo lo que yo podría ofrecer para servir a la República, pero S.E. el señor Gobernador conocerá como yo, que estos buenos deseos no son suficientes. Hay más, y este es el punto principal en que, con sentimiento, fundo mi renuncia... Su Excelencia, al confiarme tan alta misión, tal vez ignoraba o no tuvo presente que, después de mi regreso de Lima, el Primer Congreso del Perú me nombró Generalísimo de sus ejércitos, señalándome al mismo tiempo una pensión vitalicia de nueve mil pesos anuales; esta circunstancia no puede menos de resistir mi delicadeza al pensar que tendría que representar los intereses de nuestra República ante un Estado a quien soy deudor de favores tan generosos y que no todos me supondrían con la moralidad necesaria a desempeñarla con lealtad y honor.”

Al final de esta carta, expone con fidelidad su pensamiento político. Si no se prestó para intervenir en las luchas civiles en su patria, cuando en 1829 luego del fusilamiento de Dorrego, Lavalle le ofrece el gobierno, tampoco lo hará ahora en el Perú. Por eso dirá; “¿cuál y que crítica no debería ser mi posición en Lima? ¿Cuántos no tratarían de hacerme un instrumento ajeno de mi misión y en oposición a mis principios?” Recuerda que así le ocurrió en 1823, cuando llegó a Mendoza y sus enemigos políticos de Buenos Aires, encabezados por Rivadavia, lo acusaban de tener ambiciones políticas personales.

Amable lector, lo invito a reflexionar en estos tiempos de turbulencias políticas, a mirarlo como un noble instrumento para la realización del bien común. Así le rendiríamos el mejor homenaje al Padre de la Patria.

(*) Miembro de Número de la Junta Provincial de Estudios Históricos, y vicepresidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana

Material consultado: “San Martín, su correspondencia (1823-1850)”, edición homenaje, Edit. Assandri, Córdoba; 1950