llegan cartas

El frío

M. Carlos Visentín.

DNI. 2.389.173. Ciudad.

Señores directores: Para ponerlos en clima les digo que criofobia es horror al frío; psicrofobia al hielo; quionofobia a la nieve. ¡Bbrrr, estoy helado! Para mí, que odio el frío, no puedo entender aquéllos que dicen que les agrada el invierno, que para mí representa sabañones, resfríos, gripes, y yo con 92 años en el 2010 tuve que soportar una pleuresia, más una neumonía, y luego una bronquitis que casi me lleva a mi despedida definitiva como terráqueo. He sido docente y el verano significa para mí vacaciones, pileta y natación, que es la actividad muscular más adecuada para la salud, viajes a distintos países a competir, la satisfacción para mis ojos de ver damas en trajes de baño sintéticos y para mi estómago de picadas con cerveza. En fin, para mi espíritu y para mi cuerpo, pese al calor en el verano disfruto y en invierno, sufro. Estoy haciendo memoria de cuando sufrí más el frío y el recuerdo me lleva a una competencia de natación de hace más de 60 años atrás. La organizó el Jockey Club de la Plata y era el cruce del Río de la Plata en posta de cinco hombres, desde Colonia (Uruguay) hasta Punta Lara (Argentina): 42 kms enfrentándose equipos de los mejores nadadores uruguayos y argentinos.

Mi antecedente de haber ganado cinco veces el Cruce del Puerto de Rosario (14 kms) los 5 kms de San Fernando-San Isidro y los 10 kms del Yatch Club Mar del Plata fue mérito suficiente para que me nombraran para integrar el equipo nacional. Se sorteaba el turno que debía nadar cada integrante de la posta y el tiempo era de una hora. Vale decir que a las 4 horas el nadador debía repetir otra vez su turno de una hora. El tiempo se mostraba inestable y la duración de la prueba era una incógnita porque dependía del viento que origina la marea. Se organizó a todo lujo; los premios —además de las copas— eran hermosas medallas de oro 18 kilates —ni en las Olimpíadas se entregan hoy ese tipo de medallas— hasta había una nave “fantasma” que con una luz en el mástil guiaría a los argentinos en la noche, porque se largaba a las 18 horas y se calculaba llegar a media tarde del día siguiente. Por el sorteo me tocó a mí ser primero, y al finalizar mi hora de nado había sacado bastante diferencia al uruguayo. A las 4 horas volví a arrojarme para cumplir mi segundo turno, pero el tiempo había cambiado y el viento levantó olas; y la temperatura descendió rápidamente. En el agua, con el ejercicio yo no sentía frío y las olas eran largas. Los uruguayos detrás nuestro ya no se veían y parecía seguro nuestro triunfo si el río lo permitía, porque se había desatado la tormenta. Cuando terminé mi turno, subí a la embarcación por la escalerilla lateral y ya no había nadie que me diera una mano, vi a varios de los acompañantes descompuestos procurando cubrirse del viento con frazadas mojadas, me asomé a la bodega y vi a otros en su interior desmayados. Afuera de la bodega uno se congelaba y dentro se desmayaba por el olor a vómito y el movimiento del barco. Se suspendió la prueba, pero el peligro de zozobrar aumentaba minuto a minuto y no se sabía si la embarcación llegaba a puerto. Fueron seis horas de torearle a la muerte, hasta entrar a la rada. Como todos, yo estaba semi congelado, mareado y asustado. ¿Cómo puede gustarme el frío?