La vuelta al mundo

Los problemas de Evo Morales

Los problemas de Evo Morales

Las comunidades indígenas Chimán, Moxena y Yuracaré iniciaron una marcha de protesta de más de 300 kilómetros hacia La Paz porque sostienen que la construcción de una carretera atenta contra el medio ambiente y los divide como comunidad. Foto: EFE

Rogelio Alaniz

El presidente de Bolivia, Evo Morales, ha dado con la horma de su zapato. Sus contrincantes ahora no son los imperialistas, ni la “rosca” saqueadora, ni la oligarquía blanca de Santa Cruz, sino los indígenas, los mismos que él dijo representar, en cuyo nombre planteó las contradicciones contra el imperio y cuya causa invocó para reformar la Constitución Nacional.

Lo sucedido en el Territorio Indígena del Parque Nacional “Isiboro Secure” (TIPNIS), pone en evidencia los límites y las contradicciones del modelo indigenista reivindicado por Morales y sus epígonos. La crisis se precipitó como consecuencia de la represión ordenada por el gobierno contra la marcha de las comunidades indígenas de la región, quienes critican el proyecto del gobierno de Morales de construir una carretera de 330 kilómetros en el TIPNIS para favorecer los intereses cocaleros.

En ese territorio habitan tres comunidades indígenas: Chimán, Moxena y Yuracaré. Son tribus antiguas, muy solidarias entre ellas y muy combativas. Según sus caciques la iniciativa de construir la carretera atenta contra el medio ambiente y los divide como comunidad. Como consecuencia de ello iniciaron una marcha de protesta de más de 300 kilómetros hacia La Paz.

Morales no está acostumbrado a que lo desobedezcan. En general ese vicio suele ser el distintivo de los hombres que ejercen el poder. En ese tema indios y blancos se parecen. Se dice que la decisión de los indios del TIPNIS lo puso furioso y de entrada consideró que eran necesarias drásticas medidas represivas. Los consejos de sus colaboradores lo controlaron pero, a juzgar por los resultados, no por mucho tiempo.

Los indígenas iniciaron su marcha como ellos saben hacerlo: acompañados de mujeres y niños. Todo parecía transcurrir con relativa normalidad, cuando la noche del domingo 25 de septiembre las fuerzas policiales sorprendieron a los manifestantes acampando en la ruta y procedieron a atacarlos. En realidad, más que un ataque fue una emboscada. Los indios resistieron la ofensiva estatal con piedras y flechas, armas muy elementales para oponer a la tecnología militar del gobierno.

Como consecuencia de esta refriega hubo muchos detenidos y heridos. Incluso, se llegó a hablar de la muerte de un niño, dato que todavía no ha sido corroborado. La noticia de la emboscada trascendió las fronteras nacionales y movilizó a todos los bolivianos contra el presidente. Los indios en solidaridad con las víctimas; los blancos porque hallaron en este episodio un buen pretexto para continuar criticando a Morales.

Esta vez la movilización callejera incluyó no sólo a los opositores, sino a importantes aliados del gobierno. A las protestas de los indígenas, se sumaron algunas tribus del Altiplano y la poderosa Central Obrera de Bolivia (COB) que hasta ayer fue una aliada leal al régimen de Evo Morales. Las protestas se extienden desde Santa Cruz, centro opositor, hasta La Paz, centro oficialista.

En definitiva, no se puede entender el motivo por el cual un presidente de ascendencia aymará, que llegó al poder en nombre del indigenismo, sea el artífice de una represión salvaje contra los mismos que dijo representar.

Las críticas deben de haber sido muy intensas porque Evo Morales pidió perdón por lo sucedido, intentó diferenciarse de los funcionarios y aceptó la renuncia de la ministra del Defensa, Cecilia Chacón, muy molesta ella por verse obligada a compartir medidas represivas con las que siempre estuvo en contra, según sus propias palabras.

La crisis en el gabinete no concluyó con la renuncia de la Ministra de Defensa. El Ministro del Interior, Sachio Llorenti está muy cuestionado y desde la oposición se pide la destitución de los ministros Carlos Romero y Walter Delgadillo. Si esto es así, el gobierno está atravesando una crisis profunda, salvo que alguien suponga que el cuestionamiento a cuatro o cinco ministros es un tema político menor.

Los dirigentes indigenistas, aseguran que a Morales se le cayó la máscara. Concretamente, lo acusan de haber asumido el poder invocando la causa de los indios por razones oportunistas. Según estas mismas fuentes, ni la ecología ni el indigenismo le han importado en serio a este dirigente que sus ex compañeros de militancia no vacilan en acusar de represivo y algo peor.

Morales seguramente invoca la causa indigenista con las mejores intenciones, pero está claro que sus intereses están comprometidos con los productores de coca que necesitan ampliar sus fronteras productivas. La contradicción de Morales en este tema no es entonces el producto de la mala suerte, sino la consecuencia más o menos previsible de comunidades que si bien pueden unirse contra el hombre blanco, no bien quedan liberadas a sus propias fuerzas empiezan a enredarse en sus ancestrales contradicciones.

La situación debe de ser bastante complicada para que un hombre conciente de su autoridad como Morales ordene a la empresa brasileña suspender provisoriamente la construcción de la carretera. La crisis política seguramente es grave, porque de otro modo no se entiende que el gobierno haya prometido convocar a una consulta popular para que sea el pueblo el que decida lo más conveniente.

Lo interesante -o lo complicado del asunto- es que la convocatoria plebiscitaria fue rechazada por los jefes indígenas. ¿Por qué lo hicieron? Porque sencillamente temen perder el plebiscito, motivo por el cual no están dispuestos a someter su causa a una consulta. La pregunta a hacerse en este caso es entonces la siguiente: ¿Cómo gobernar y resolver los conflictos con sectores o grupos que defienden un interés sectorial y no aceptan someter ese interés a un veredicto popular?

Los analistas políticos bolivianos consideran que Morales desde hace tiempo viene perdiendo autoridad y prestigio. Sin ir más lejos, en enero debió afrontar la movilización de amplios sectores sociales opuestos al aumento de la gasolina. Justamente “gasolinazo” fue el apodo que recibió la movilización de enero. Por su lado, los analistas más memoriosos han recordado que si Morales no logra arribar a un acuerdo político importante, corre el riesgo de que la crisis abierta en estas semanas, tenga como desenlace una asonada no muy diferente a la que en el año 2003 derrocó al presidente Gonzalo Sánchez Losada.

Preocupaciones institucionales al margen, lo cierto es que la situación es grave y el poder político de Morales se debilita progresivamente. En Bolivia el ochenta por ciento de la población es indígena, pero ese universo tradicional, humillado y oprimido está atravesado por hondas contradicciones, algunas de las cuales son de resolución imposible. Morales no es un traidor o un renegado. Expresa el interés de una facción indígena que contradice a otras facciones y en ese sentido está enredado en una lucha tribal cuya lógica es intraducible.

Los problemas de Morales son los que se suscitan cuando se arriba al poder invocando una causa pero luego es necesario hacerse cargo de los rigores de ese poder. Esto quiere decir, entre otras cosas, que al mismo tiempo, en su carácter de presidente de todos los bolivianos está obligado a asumir compromisos y proponer medidas económicas modernizadoras que fatalmente chocan con los prejuicios e intereses de sus base social.

La pregunta a hacerse en estos casos es si es posible en el siglo XXI una república indigenista tal como la imagina Morales o la exigen sus representados. ¿Hasta dónde determinadas tradiciones pueden compatiblizarse con la modernidad? Y, ¿hasta dónde es posible convivir con tradiciones perdidas en la noche de los tiempos?