Aldo Pignanelli:

“Yo recomendaría que no paguen cualquier valor por el dólar”

“Yo recomendaría que no paguen cualquier valor por el dólar”

José Curiotto

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Twitter: @josecuriotto

El 24 de mayo de 2002 la Argentina atravesaba la crisis económica y social más profunda de su historia como nación organizada. Eran momentos duros y cargados de incertidumbre. Poco antes de las 19.30 de aquel día, el presidente Eduardo Duhalde se reunía con su ministro de Economía, Roberto Lavagna, y resolvían nombrar a Aldo Pignanelli (ver El entrevistado) como nuevo titular del Banco Central de la República Argentina.

Nueve años después, Pignanelli sigue siendo una voz de consulta respetada y él mismo reconoce aliviado que puede caminar por la calle sin que lo insulten. Es un caso raro. No muchos ex funcionarios pueden gozar de semejante privilegio, sobre todo cuando le tocó adoptar medidas drásticas e impopulares porque los márgenes de acción eran prácticamente nulos.

“Puedo caminar por la calle y la gente me saluda. Yo uso mucho el subte por razones de movilidad. Los otros días dos o tres personas me reconocieron y me preguntaron qué iba a pasar con el dólar... Si yo supiese sería multimillonario, pero no lo soy”, comenta Pignanelli.

—Hablando de subtes, usted paga apenas $1,10 el boleto.

—Sí, es cierto. Es muy barato.

—¿Y está de acuerdo con eso?

—El subte debería valer 3 pesos para los que podemos pagar. Sólo un 20 por ciento de los boletos de subte es comprado por gente con necesidades básicas insatisfechas. Entonces, del millón y medio de usuarios diarios, sólo 300 mil necesitan que el costo se mantenga en $ 1,10.

—En Santa Fe no tenemos subte, pero el ejemplo se podría trasladar a los colectivos urbanos. ¿Cuánto cuesta el boleto en Capital Federal?

—También cuesta $ 1,10. Y el tren 80 centavos. Usted viaja 30 kilómetros y paga 80 centavos.

—¿Está de acuerdo con que el gobierno comience a recortar subsidios?

—Totalmente.

—¿Qué opina de las medidas destinadas a contener el dólar?

—El problema en ese caso es que el gobierno está atacando las consecuencias y no la causa. El origen de la corrida cambiaria es la inflación, que está generada por el propio gobierno y que a veces se le va de las manos.

—¿Por qué una inflación alta implica una corrida cambiaria?

—Si tenemos una inflación del 25 por ciento anual y el dólar se ajustó este último año sólo el 6 por ciento, hay un desfasaje entre los precios internos y el valor del dólar. Entonces la gente ve ese retraso y entiende que el dólar está barato. Lógicamente, opta por comprar dólares antes de que la cotización suba.

Entonces, el problema es la inflación y el gobierno debe atacarla. No se puede subsistir mucho tiempo más con estos niveles de inflación, sobre todo porque los países vecinos están entre el 5 y el 8 por ciento anual. El único que nos iguala es Venezuela, pero Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador van desde el 3 al 7 por ciento.

—¿Por qué hay inflación en la Argentina?

—No es una sola causa. Pero uno de los factores importantes es que tenemos un problema con el gasto público y más específicamente con los subsidios, que este año llegarán a los 70 mil millones de pesos. Es mucha plata. Hasta hace pocos días había subsidios a bancos y casinos, para que pagaran menos luz.

—Parece una locura.

—Es cierto, pero es algo que venía de arrastre, que nunca se corrigió y ahora el gobierno trata de resolverlo. Yo creo en el rol subsidiario del Estado, pero tiene sus límites. Y ese límite aparece cuando esos subsidios comienzan a corroer el gasto fiscal, a generar inflación y afectar el poder adquisitivo de la población. El gobierno tiene esta lectura hace rato, pero no aplicó las medidas necesarias.

La realidad es que el monto se les fue de las manos. Porque hay que sumar los subsidios a la energía eléctrica a través de la importación de combustibles. Son 5 mil millones de dólares al año. Por una falla de la matriz eléctrica volvimos a ser grandes importadores de combustibles. El gobierno compra y se lo entrega a las empresas generadoras de energía eléctrica para que puedan funcionar.

El problema de matriz está dado porque el 80 por ciento de la energía que produce Argentina es termoeléctrica, no hidroeléctrica. Por lo tanto, esas plantas necesitan fueloil o gas para funcionar. Sólo el 15 por ciento de la energía se produce en centrales hidroeléctricas y el 5 por ciento es a través de la energía atómica.

La matriz de Brasil, por ejemplo, es inversa. Ellos general el 80 por ciento de su energía a través de centrales hidroeléctrica, que no necesitan combustible.

—¿Hasta dónde llega el atraso del dólar?

—Mi estimación es que está atrasado entre el 12 y 15 por ciento. Entonces, el valor del dólar debería ser de de 4,60 a 4,70 pesos. Eso es lo que vale el dólar paralelo, que la gente compra porque tiene dinero en negro o porque no quiere aparecer en el listado de la Afip.

Esto está generando distorsiones. Pero la mayor distorsión está generada por otro fenómeno. Y es que, cuando el gobierno toma medidas de forma abrupta, genera una reacción contraria. La gente compra dólares por las dudas y paga cualquier precio. Yo les aconsejaría a todos que no caigan en el efecto manada, que no paguen cualquier valor por el dólar, porque en la Argentina hay muchos rápidos que viven de esto.

—¿Es realmente preocupante la fuga de capitales?

—La fuga de capitales consiste en tenedores de dólares en la Argentina que los transfieren al exterior o los guardan en una caja de seguridad. Es decir que esos dólares salen del sistema. Este año, el país se encamina a un récord de fuga de capitales. El último récord fue en 2008, cuando coincidieron la crisis con el campo, la caída de Lehmand Brother y la estatización de las AFJP. Todo eso generó un clima complicado y se fugaron 23.100 millones de dólares ese año.

Lamentablemente, hasta octubre de 2011 ya superamos esa cifra y se siguen fugando alrededor de 3 mil millones de dólares por mes. Esto es insostenible.

—¿Qué debería hacer el gobierno para frenar este fenómeno?

—Tiene que hacer dos cosas. En algún momento deberá actualizar el tipo de cambio y lo hará de manera gradual. Es una pulseada histórica en la Argentina. Porque tenemos la cultura del ahorro como reserva de valor en dólares, ya que la gente no cree en el peso. Además, como las tasas de interés no son atractivas, lo ve barato y lo compra.

Pero el 50% de la fuga de capitales es producido por las grandes empresas. No es ilícito lo que hacen, porque las leyes lo permiten. En el país rige una ley de libre cambio. Uno puede comprar y vender dólares de acuerdo con las normativas del Banco Central.

Si una empresa extranjera, por ejemplo, generó utilidades en el país, puede girar esos ingresos al exterior. Trajeron los dólares, los invirtieron y es lógico que quieran distribuir ganancias.

—Si no es ilegal, ¿cómo se frena esa salida de divisas?

—Hay etapas. En el 2002, cuando teníamos una crisis mucho más profunda, emitimos una disposición desde el Banco Central explicando por qué durante 180 días no íbamos a autorizar el giro de dividendos al exterior. Hasta tanto el mercado se normalizara. Hablamos con las empresas y nos acompañaron en la medida.

De todos modos, en estos momentos hay un problema adicional, porque son los países centrales los que sufren una crisis profunda.

—Entonces ahora ellos necesitan el dinero.

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—Exactamente. Y ese dinero está en los países emergentes como Argentina o Brasil. Los brasileños no tienen problemas para sostenerse porque cuentan con reservas suficientes, acceso al crédito internacional, relaciones con el FMI y el común de los habitantes no tiene la costumbre de ahorrar en dólares.

Las grandes empresas giraron desde Argentina este año más de 10 mil millones de dólares hacia sus casas matrices. En este contexto y dada la crisis, el gobierno argentino estaría por anunciar que le solicitará a esas grandes empresas que transitoriamente, y hasta tanto se normalice el flujo de dólares, no autorizará el pago de dividendos, regalías y pago anticipado de deuda.

—¿Se les pide o se les exige?

—Primero se habla. Después se saca la resolución. Eso ocurrirá en los próximos días.

—¿Cómo se baja la inflación?

—Como dicen los chinos, para una gran maratón hace falta dar el primer paso. El primer paso fue eliminar subsidios para sectores que no los necesitan. Son 600 millones por año, el 1,5 por ciento de los subsidios energéticos.

Se vienen otros recortes. Los próximos recortes de subsidios serán los de empresas grandes, como pueden ser metalúrgicas, agroindustria, el complejo cerealero de Rosario.

Cuando el gobierno dice que recortará subsidios, esto implicará aumento de tarifas. Van a aumentar las tarifas de electricidad, de agua, de gas.

—¿Cómo proteger a los más pobres de estos aumentos?

—Se tendrá que hacer de manera segmentada. Los grandes consumidores tendrán una tarifa más alta, y los que consumen menos mantendrán la tarifa anterior. Todo esto debe hacerse lo antes posible. El gobierno tenía pensado implementarlo a partir del 10 de diciembre, pero debió adelantar las medidas.

Esto no debe sorprender a nadie, porque en el proyecto de Presupuesto 2012 ya estaba previsto. No se decía, pero estaba en el número final.

—Pero si le quitan subsidios al transporte y al resto de los servicios públicos, en lugar de haber menos inflación, tendremos mayores aumentos de precios.

—Sí. Pero será en un primer momento. Después ya no, porque se eliminan gastos y por lo tanto ya no se necesita emitir moneda. Porque estos subsidios se pagan con la maquinita. Ese es el problema. Es imposible que así no haya inflación.

—¿Tenemos que estar muy preocupados o no será para tanto?

—Argentina todavía tiene un período de crecimiento. Creceremos menos. Este año cerrará con 8% de crecimiento y alta inflación. Por eso el gobierno ganó las elecciones.

Pero tenemos margen porque la restructuración de la deuda fue muy positiva y es imposible que el país entre en default en los próximos años. A esto se suma que la soja continuará representando ingresos importantes para el país. La tonelada no valdrá los 530 dólares que alcanzó el año pasado, pero tampoco bajará de los 450 dólares porque hay demanda genuina.

El año que viene creceremos a la mitad, es decir al 4 por ciento. Es duro, pero tampoco será lo que ocurrió en 2009, cuando tuvimos una caída del 3 por ciento en el PBI.

Eso es lo que se viene. Después, en el segundo semestre de 2012, probablemente comencemos a sentir algún cimbronazo de la crisis internacional y de la caída de la actividad económica.

Pero ese será otro capítulo.

El entrevistado

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Aldo Pignanelli

fue presidente del Banco Central de la República Argentina durante el año 2002. Previamente se desempeñó como vicepresidente, y como director desde 1997.

Ocupó el cargo de director del Banco de la Provincia de Buenos Aires (1987-1989). En 1996 se desempeñó como consultor financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Su actividad en el sector público fue precedida por una vasta experiencia en el sector privado, donde actuó como consultor financiero y económico y ocupó cargos relevantes en empresas líderes en sectores tan diversos como el de la alimentación, el farmacéutico, el de ferretería industrial o la importación y distribución de automóviles.

 

Nadie podrá quejarse por los ajustes

José Curiotto

Argentinos y argentinas, bienvenidos a la realidad. Desde hace tiempo se sabía que la ficción de una economía con alta inflación, tarifas bajas y dólar prácticamente quieto, tenía sus días contados. Sin embargo, gran parte de las clases altas y medias del país resolvió el 23 de octubre votar por ese esquema.

Para alcanzar el 54% de los sufragios, el gobierno no sólo obtuvo el apoyo de los sectores más humildes y postergados, sino que inevitablemente logró el aval de votantes de mejor posición social, económica y educativa, quienes no pueden alegar haber estado desinformados sobre estas distorsiones de la economía que, en algún momento, iban a eclosionar.

Lo sabían los integrantes de esas clases acomodadas y los miembros del gobierno. Sin embargo, unos prefirieron apostar por la ilusión de obviar los problemas y, los otros, por demorar hasta después de las elecciones los ajustes que el país indefectiblemente necesitaba.

El consumo desenfrenado y los subsidios generalizados pudieron haber resultado efectivos para poner en marcha una economía paralizada o para convencer a los indecisos a la hora de votar. Sin embargo, tarde o temprano la realidad se impone y cachetea a una sociedad que suele optar por el autoengaño.

Como siempre, los más ricos no tendrán demasiados inconvenientes. Cuentan con espalda y poder suficientes como para superar cualquier temporal. Mientras tanto, el gobierno asegura que resguardará a los más humildes y desprotegidos de las consecuencias de los ajustes. Y está bien que así sea.

Sin embargo, la clase media que optó por mirar hacia otro lado cuando se le advertía que este modelo de alta inflación, tarifas subsidiadas y dólar quieto estaba perdiendo sustentabilidad, quedó encerrada en una verdadera encrucijada, pues votó por una realidad que apenas pudo sostenerse hasta una semana después de las elecciones.

Los ministros de Economía, Amado Boudou, y de Planificación Federal, Julio De Vido, aseguraron que la reducción de subsidios a los servicios públicos no implicará aumentos en las tarifas. Se sabe que se trata de una aseveración insostenible y que, más temprano que tarde, los cuadros tarifarios comenzarán a sincerarse.

La paradoja será que esta misma clase media que votó conscientemente por un espejismo no tendrá derecho alguno de quejarse. Por un lado, porque sabía que estaba eligiendo una cómoda ficción. Por otro, porque nadie puede oponerse ahora a estas medidas que, aunque tardías, resultan desde todo punto de vista responsables e imprescindibles.

Entre enero y septiembre, el gobierno gastó $ 31.200 millones para sostener las tarifas de luz y gas, casi tres veces más que el costo de la Asignación Universal por Hijo. A esto se suman otros $ 14.400 millones para contener los aumentos en boletos de trenes, subtes y colectivos. Si se los compara con lo ocurrido en el mismo período de 2010, los subsidios energéticos aumentaron un 74 % y los del transporte más del 60 %. En Capital Federal, el boleto de subte cuesta apenas $ 1,10. Pero Mauricio Macri ya advirtió que, sin subsidios, el costo se iría a $3,40.

¿Alguien puede considerar justo que en Puerto Madero paguen la energía eléctrica cuatro veces menos que en el interior del país?, ¿acaso algún integrante de la clase media tendrá la osadía de reclamar que el gas natural continúe siendo regalado a quienes tienen capacidad de ahorro como para comprar dólares?

A mediados de los noventa, la clase media sabía que la corrupción carcomía al país y que el 1 a 1 era insostenible. Poco importó que se cerraran fábricas o que millones de personas perdieran sus empleos. La tentación de viajar al Caribe con un dólar barato era demasiado fuerte como para despertar del sueño.

Salvando las distancias -el kirchnerismo difícilmente pueda sercomparado con el menemismo y sus nefastas políticas- y reconociendo que en las últimas elecciones no existieron demasiadas alternativas, la clase media sabía que el jolgorio consumista de la economía se sustentaba en un esquema forzado que, tarde o temprano, debería sincerarse.

Los aumentos de tarifas serán inevitables. Al principio habrá más inflación y el cinturón de la economía necesariamente estará más apretado.

Este proceso acaba de comenzar. Y nadie está en condiciones de protestar.