Editorial

El discurso y las piedras

Todavía no queda del todo claro si la transformación en el estilo discursivo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es genuino o, simplemente, se trata de un tono ocasional adoptado con el objetivo de mejorar su perfil respecto de quienes están hartos de la confrontación y la hostilidad permanentes.

Si las nuevas formas son sinceras, bienvenidas sean. No sólo fortalecerán la imagen de la presidenta, sino que serán un verdadero aporte de civilidad y respeto en las relaciones con el resto de las personas y los sectores del país.

Por momentos da la sensación de que los funcionarios de más alto poder de decisión no son conscientes de los efectos que pueden producir sus dichos. Las palabras agresivas suelen transformarse en hechos concretos de violencia, protagonizados por quienes se sienten avalados por los discursos combativos del oficialismo.

Durante esta semana, desconocidos profirieron insultos y arrojaron piedras contra los periodistas Jorge Lanata, Magdalena Ruiz Giñazú y Gabriel Michi, mientras se aprestaban a brindar una charla en los patios de la Universidad de Palermo. Con gritos realizados desde el anonimato, se los acusó de ser funcionales a los intereses de los medios de comunicación a los que el gobierno ha transformados en verdaderos enemigos públicos.

A nadie se le puede ocurrir que el gobierno haya enviado a un par de cretinos a tirar piedras amparándose en el anonimato. Tampoco se puede pensar que se trate de un grupo organizado y orgánico dispuesto a inmolarse en nombre del gobierno.

Sin embargo, lo preocupante es que ningún funcionario haya condenado lo ocurrido. Ni siquiera se expresó algún grado de preocupación desde las esferas oficiales. El silencio, en estos casos, funciona como un aval a quienes protagonizan este tipo de agresiones.

Seguramente, la reacción hubiera sido muy distinta si los insultos y las piedras hubiesen tenido como destinatarios a periodistas “amigos” del gobierno.

No es la primera vez que a través de dichos o silencios, acciones u omisiones, se estimula el enfrentamiento. El ex presidente Néstor Kirchner, los ministros Aníbal Fernández y Florencio Randazzo, el canciller Héctor Timerman y la implacable Hebe de Bonafini, fueron y son algunos de los encumbrados ejemplos de la descalificación y la condena pública de quienes se atreven a pensar diferente.

No hay piedras buenas ni piedras malas. Las agresiones contra cualquier ciudadano merecen el más inmediato repudio. El problema no es contra quién van dirigidos los ataques, sino la metodología utilizada para dirimir diferencias.

Antes de descalificar, de rotular como enemigos a quienes piensan diferente y de estimular el enfrentamiento a través de sus discursos, los funcionarios deberían tener en cuenta el poder de sus palabras y los efectos que sus dichos pueden provocar.

Antes de las últimas elecciones, la presidenta reflejó un cambio en el tono de sus discursos. El tiempo dirá si se trató de una transformación sincera, o si fue solo una táctica circunstancial para captar votos.