En “La vida al ras del suelo”, el libro de cuentos de Susana Ibáñez que obtuvo el Premio Literario Provincia de Córdoba 2017, hay una serie de temas que reaparecen y nos interpelan desde diferentes exploraciones. La sensibilidad encuentra su lugar más allá de los artilugios puestos en juego. El abordaje puede ser desde lo fantástico, lo conjetural o un realismo intimista, pero rara vez se agota en la fórmula: siempre hay un momento del camino, cualquiera sea el modo elegido para contar la historia, en que la palabra se transforma en una mano que nos arrastra detrás de un vértigo o nos contiene al borde de una emoción insinuada.
“Todo suma” se inscribe en una línea de vasta tradición en nuestra literatura: una fractura de lo real que pone de manifiesto alguna grieta hasta entonces invisible. El cuento anticipa, además, dos elementos que reaparecerán a lo largo del libro: una ingeniosa exploración de técnicas narrativas —en este caso la segunda persona— y una aguda recurrencia simbólica sobre lo que se pierde en el afán de otras búsquedas. En “Elogio del doble” los parecidos se ensayan y se ayudan con cirugías y tratamientos complementarios que disimulen las diferencias. Uno puede recuperar el tiempo que pierde en ganarse la vida siempre que pueda pagarse un doble que lo pierda por él. Apenas una insinuación de una sociedad desigual partida en dos.
Siguen algunos cuentos que abordan con sensibilidad los vínculos humanos: a veces su dificultad, a veces las huellas del tiempo o las ausencias. En “Línea de descendencia”, un hijo que regresa al país con su propio hijo y recala en la casa paterna, cree encontrar en la pesca la forma de romper con el silencio que se alza como una muralla entre su padre y el mundo. En “Shoefiti” aparece, quizás más que en ningún otro relato, cierto rasgo humorístico; en “Todas ellas” se alcanza un tono intimista que resulta conmovedor. Hay, en estos textos, pasajes que se amoldan al clima del relato. Como narrados al borde del río, o en el sopor de una siesta de persianas bajas, o en la lectura a media voz en una habitación casi en penumbras. Si, como afirma el narrador de “Línea de descendencia”, “pescar consiste en perseguir algo que nos elude pero que sentimos que podemos atrapar, que es una manera de darle otra oportunidad a la esperanza”, hay cuentos de este libro que nos brindan la misma ilusión.
Otra vez lo extraordinario vuelve en forma simétrica en los cuentos que siguen. Aunque en “Varela Varelita y las Marianas” y en “Paciente con tos” no haya elementos fantásticos, lo extraordinario viene dado por esos personajes atados a un pasado continuo que se abre en el universo cotidiano como la grieta que resquebraja. En “El lado transparente” la autora despliega un encadenamiento de historias sin vínculo aparente que van siendo descubiertas a través del seguimiento de un objeto cotidiano —una birome— que, en manos de unos y otros, traza los elementos que le dan forma. En “Querer ser uno y ser dos” vuelven a aparecer los temas vinculados con la identidad y las duplicidades.
Cierran el libro dos relatos que se adentran en las cicatrices del abandono y la persistencia de un pasado que vuelve; pero si en “Del amor y otras flaquezas” la pareja de viejos se ve enfrentada a un pasado que retorna y acecha ahí afuera, en “La vida al ras del suelo” los roles están invertidos y el que espera es el que busca, mientras la historia se detiene, cíclica y repetitiva, en la exploración de alternativas posibles.
Precisos y ágiles, los relatos de La vida al ras del suelo no pierden sin embargo su poética ni su profundidad de sentido. Se trata del libro de una escritora versátil, que se mueve con soltura en el paso del fantástico al realismo y que no le teme al artificio bien utilizado porque sabe que, detrás, acecha una densidad que no deja indiferente al lector.
María Susana Ibáñez nació y vive en Santa Fe. Se graduó como Licenciada en Inglés en la UNL y como Magíster en Literaturas Angloamericanas y Doctora en Literaturas y Culturas Comparadas en la UNC. Obtuvo diversos premios en certámenes nacionales de narrativa, entre ellos el premio Leoncio Gianello de novela (1998) y el de cuento de la Bienal de Arte Joven de la UNL (2000).