Se podrán discutir porcentajes de incidencia, se podrá decir que el técnico tiene importancia en la semana pero que en la cancha definen los jugadores y también se podrá decir que cuando hay buenos jugadores, que desequilibran y que asumen las responsabilidades, el entrenador pasa a segundo plano. Ejemplos abundan, la verdad no es absoluta, nadie la tiene y todo se puede discutir. En definitiva, hablamos de fútbol y en un país que lo tiene y lo siente como una pasión.
Leonardo Madelón puede arrogarse derechos adquiridos como nadie en este Unión. El equipo juega a su imagen y semejanza. Su mérito es sacarle el máximo jugo a sus jugadores. Y ellos aportan su predisposición y su disciplina para amoldarse a un esquema que tiene aspectos irrenunciables: 1) orden; 2) intensidad; 3) confianza en sí mismo y en lo que se ha planificado.
Tenés que leerMadelón: "Ellos tenían el control de la pelota y nosotros el control del partido"Unión pareció el Unión de otros tiempos con Madelón y con otros jugadores. Hubo un recambio, se fueron muchos titulares en poco tiempo y las dudas e incertidumbre no pudieron esconderse. Las tenían todos. Salvo algunos pocos (quizás el mismo DT y el secretario deportivo, justamente las cabezas del fútbol de Unión) mantenían un grado de confianza y de expectativa favorable. Se fueron tres titulares indiscutidos a días del reinicio de la Superliga y a un par de semanas de jugar este partido tan trascendente para la historia de Unión. Pero no hizo falta que jueguen los siete jugadores que llegaron. Apenas uno solo (Cabrera), que se amoldó rápidamente al juego y a las características del equipo. Llegó con antecedentes de delantero, pero Madelón lo hizo carrilero “de una”. Vio algo positivo y el jugador lo entendió así. El partido que jugó Cabrera —con gol incluido— fue el partido de alguien que parece estar hace años en Unión. Y ni siquiera lleva un mes con el equipo.
¿Ayudó el gol tempranero?, claro. ¿El penal atajado por Moyano?, obvio. ¿Pudo ser 4 a 0?, sí, y no hubiese sido injusto. Pero más allá de la contundencia y claridad de la victoria, importa el funcionamiento, el modo, la identidad de juego que tuvo el equipo. Corrieron una barbaridad, lucharon un montón, no se guardaron una gota de sudor, estuvieron atentos siempre, supieron cómo lastimar al rival, fue un equipo incómodo, molesto, activo en los 90 minutos y siempre peligroso. Y más allá de los rendimientos individuales (algunos en altísimo nivel como Bou, Cabrera y Moyano y ninguno desentonando), lo que importó, lo que brilló, lo que resaltó, fue el equipo.
Unión es eso: un equipo de fútbol. Esa armonía y convicción colectiva, es la base que disimula la supuesta desjerarquización de la que algunos pueden dudar o quejarse, teniendo en cuenta esa sangría de jugadores. Desde hace un año y medio a esta parte, Unión se quedó sin Martínez, Yeimar Gómez Andrade, los dos Pittón, Nereo Fernández, Zabala, Fragapane, Acevedo, Gamba y Soldano. “Perdió” un equipo completo. Y este jueves histórico e inolvidable, pareció que todos ellos estaban adentro de la cancha, recreando en los Blasi, Cabrera, Calderón, Corvalán, Bou, Elías, etcétera, los mejores momentos de aquél equipo que Madelón supo moldear con mucha paciencia y sacrificio.
Madelón es “el Pelé de Unión”, el hombre-orquesta, el que tiene la varita mágica para superarse día a día, para encontrar soluciones y para sorprender a todos. Su equipo, ya sin las figuras de antes, brilló en la noche santafesina y fiel a un estilo, liquidó a un equipo brasileño. Mucho, ¿no?