El gobierno nacional anunció en la semana la que, de no mediar imponderables, ésta será la última extensión del plazo para negociar la deuda de 65 mil millones de dólares con los bonistas extranjeros privados con el fin de arreglar lo que hasta antes de la pandemia era el tema heredado más urgente por solucionar para empezar a normalizar la economía.
Esta negociación por la deuda tuvo algunas características, como la poca exposición del ministro y un contexto político mundial que jugó a favor del país, que el presidente supo aprovechar. El involucramiento del Papa, el cambio de enfoque de las nuevas autoridades del FMI, la elección de una estrategia que se mostró acertada y la dosis justa de información, que evitaron buena parte de “los ruidos” que generan los lobbistas locales, fueron alguna de ellas, pero no todas.
La semana que pasó, la economista Carmen M. Reinhart, profesora del Sistema Financiero Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, fue designada vicepresidenta y economista jefe del Banco Mundial.
Reinhardt es una de las economista que explicitó su apoyo a la propuesta argentina para la renegociación de la deuda, junto a más de un centenar de colegas donde estaban, entre los más conocidos, Joseph Stiglitz y Edmund Phelps.
La designación de Reinhart no se trata de la llegada de un outsider a la cumbre del poder financiero internacional, ni de una anomalía del sistema. No es una revolución ni el regreso del comunismo que solo existe en la imaginacion de algunos argentinos. Se trata de un cambio de perspectiva en la cumbre del poder mundial que de vez en cuando ocurre, como por ejemplo pasó en la década del 60 con los procesos de descolonización en el mundo.
El tiempo mostrará hasta donde pueden introducirse reformas en el sistema, pero lo que está claro es que hay un consenso mayoritario en las elites de que es necesario hacerlo para evitar una crisis social global que se torne inmanejable.
El acuerdo será también una lección para la todos aquellos que, inexplicablemente, hacen desde hace años los mismo pronósticos fundadas en iguales supuestos, con casi ningún acierto y sin incluir en su análisis el contexto histórico, social y político en que ocurren determinados hechos o se toman determinadas decisiones.
Además de la siempre presente “falta de confianza” de los inversores, en este caso nos íbamos a pegar una “piña” histórica, para el momento en el que usted está leyendo esta nota el dólar iba a estar costando no menos de 300 pesos y -una vez más- el mundo nos iba a señalar como los peores de todos. Nada de eso sucedió ante el no pago el viernes del vencimiento que Argentina informó previamente. Ni las calificadores de riesgo modificaron la nota que tiene la deuda soberana. Solo un pequeño y cada vez más reducido grupo de argentinos siguieron hablando de default por razones ideológicas, políticas y de interés económico propios.
Todo indica que el acuerdo con los bonistas privados será anunciado el mes que viene. Las partes están lo suficientemente cerca como para que sea difícil que la negociación se caiga. Será un gran respaldo político para el presidente y su ministro de Economía, que a partir del día después, deberán negociar para acordar con los acreedores locales y los organismos financieros internacionales como les pagarán la deuda.
Pero también deberán enfrentar una situación interna muy compleja, donde no todos los organismos del Estado estuvieron a la altura de las necesidades que generó la pandemia. El Banco Central, por ejemplo, no solo “deja hacer” a los bancos, sino que además en las dos últimas semanas ha permitido que le compren alrededor de cien millones de dólares diarios, en un contexto de políticas cambiarias restrictivas como pocas veces hubo en los últimos años.
Todo indica que el acuerdo con los bonistas privados será anunciado el mes que viene. Las partes están lo suficientemente cerca como para que sea difícil que la negociación se caiga.