No puedo dejar de pensar en lo que ocurrirá en adelante con nuestro norte como región, y en particular con las ciudades de Reconquista y Avellaneda, que, en conjunto, forman su mayor polo de desarrollo.
Si la decisión expropiatoria avanza como está planteada, para dar paso luego a una empresa mixta con mayoría estatal y un probable socio transnacional de fuerte inserción en el mercado mundial, la pérdida del norte será grande, no sólo en el aspecto económico sino en el respaldo a instituciones como CORENOSA.
No puedo dejar de pensar en lo que ocurrirá en adelante con nuestro norte como región, y en particular con las ciudades de Reconquista y Avellaneda, que, en conjunto, forman su mayor polo de desarrollo.
Porque perciben el riesgo potencial, las gentes de ese norte relegado durante décadas, sorprendieron a la Argentina con sus manifestaciones callejeras en contra de la intervención de una empresa, madre de empresas, como Vicentín SAIC, establecida por decreto del Poder Ejecutivo Nacional con miras a su posterior expropiación, proyecto de ley que deberá tratarse en el Congreso de la Nación.
El norte tantas veces olvidado, más allá de la preocupación y las respuestas parciales que cada tanto han mostrado y les han brindado algunos gobernadores de la provincia, aprendió a valerse por sí mismo y a abrirse camino por prepotencia de trabajo. Por eso, ahora sabe mejor que nadie el capital que puede perder.
Desde el traslado de la primitiva Santa Fe a su emplazamiento actual, el norte, velado por el bosque chaqueño con sus formidables quebrachos y guayacanes como árboles emblemáticos de una flora más diversa y compleja, fue materia de inquietud para los reducidos habitantes de una ciudad que se sentía amenazada de continuo. Es que cada tanto, de esos montes surgían malocas de bravas parcialidades guaycurúes -en especial abipones y mocovíes- que en sus ataques llegaban a ingresar a las calles de la escuálida ciudad. El problema llegó a tal punto que, en las tres primeras décadas del siglo XVIII, Santa Fe estuvo dos veces al borde del abandono definitivo.
Pero esa relación conflictiva, rociada de pérdidas humanas y materiales por ambos lados, fue tejiendo una relación de proximidad en la alternancia de la guerra y la paz, de acuerdos y desacuerdos, de ataques de originarios y respuestas punitivas de los integrantes de la ciudad y sus estancias. De la violencia, en suma, nació una relación inestable que atravesó los siglos, pero selló un vínculo de intercambios que, más allá de las discontinuidades, permite comprender mejor lo que está en juego, que desde la distancia, no sólo física, de Buenos Aires, y de un gobierno que privilegia objetivos políticos propios sobre la consideración profunda del futuro del norte santafesino.
No se trata aquí de defender errores de conducción o presuntas inconductas e ilícitos en los que pudieran haber incurrido directivos de Vicentín, sino del significado multidimensional que para el norte tiene el grupo empresario que participa en actividades económicas que enhebran la generación de materias primas, su transformación y comercialización, y las vinculan con el trabajo asociado de miles de productores, industrias, comercios y trabajadores de una amplia región, para entretejerlos en un tapiz productivo de vasto alcance.
Es imposible abarcar con una mirada, urgida por razones políticas desde la capital de la república, el capital económico, social y cultural construido durante 90 años de trabajo asociado con agentes económicos de los más diversos tamaños de nuestro norte. Y como es imposible, la resolución apresurada de un problema de tal magnitud, puede provocar daños irreparables. Lo digo, porque el ala dura del kirchnerismo percute sobre el gobierno para que apure el trámite expropiatorio. Es un sector político poblado de jóvenes que no tienen idea de los efectos nocivos que pueden provocar las urgencias militantes motorizadas por sus tormentas hormonales.
La solución a la que se llegue para un problema que es real, y que angustia a numerosos acreedores, colocados en el riesgo cierto de sufrir gravosas pérdidas económicas y de padecer -lo que ya ocurre- severas perturbaciones financieras, debe evitar consecuencias de mediano y largo plazo que resulten todavía más perjudiciales. Por eso, la palabra “rescate” alentó esperanzas, máxime cuando se incluía en la hipotética solución a empresas, cooperativas y productores de la región.
Si la decisión expropiatoria avanza como está planteada, para dar paso luego a una empresa mixta con mayoría estatal y un probable socio transnacional de fuerte inserción en el mercado mundial, la pérdida del norte será grande, no sólo en el aspecto económico sino en el respaldo a instituciones como el Consejo Regional del Norte Santafesino (CORENOSA) que ha trabajado incansablemente para mejorar la conectividad vial -longitudinal y transversal- de esa región, cuya infraestructura incluye a un puerto con problemas y una base de la Fuerza Aérea. También ha gestionado con tesón un plan integral de aprovechamiento de los bajos submeridionales, enorme reserva natural que, bien aprovechada, puede ser una fuente de riqueza para esa región y el país.
Por otra parte, la entidad nunca ha cejado en el reclamo de una reparación histórica del norte santafesino, por la entrega, a comienzos del siglo XX, de dos millones de hectáreas de quebrachales -la mayor reserva de tanino del mundo- a la empresa británica La Forestal S.A. con el fin de saldar el capital inicial del Banco Provincial de Santa Fe, que financió la construcción de la infraestructura logística del sur y el centro de la provincia. El año pasado, durante la inauguración de la nueva sede de CORENOSA, su titular, Dante Sartor, recordó que aquello se hizo “en desmedro del desarrollo de nuestro territorio”.
Antes, sin embargo, durante la campaña del “desierto verde” realizada por tropas nacionales al mando del coronel Manuel Obligado, Reconquista fue implantada como un precario pueblo militar en abril de 1872, fundación ratificada a fines de ese año por un decreto provincial del gobernador Simón de Iriondo. Y así funcionó hasta el año siguiente, cuando el asentamiento fue convertido en una reducción indígena que permanecerá en tal carácter hasta 1878.
La historia parecía repetirse, ya que, en ese sitio, junto al arroyo que desagua en el sistema Paraná, en 1748 se había levantado la reducción jesuítica de San Gerónimo del rey, poblada por abipones y conducida por los padres doctrineros José Cardiel y Francisco Navalón, núcleo de interesante desarrollo que entrará en dispersión cuando el rey de España Carlos III, expulse en 1767 a la Compañía de Jesús de España y sus territorios de ultramar.
Entre tanto, al norte del referido curso de agua, en enero de 1879 comenzaría a tomar forma el caserío de familias procedentes de la región italiana del Friuli Venezia Giulia, que habían arribado al país atraídas por la ley de Inmigración y Colonización dictada durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, cuyo nombre adoptarán para el pueblo en el que labrarán su porvenir y el de sus hijos. De modo que, en un mismo espacio, sólo separado por el arroyo que hasta poco tiempo antes había sido una cuenca en la que abundaban los yaguaretés, convivirán, no sin dificultades, friulanos y abipones, todos ellos en proceso de argentinización.
Con el correr de los años se producirá el repliegue de los originarios ante la persistente llegada de contingentes inmigratorios, favorecidos por las vías del Ferrocarril Francés. A ambos lados del Arroyo del Rey, ambas poblaciones evolucionarán en distintas proporciones, pero creando en los hechos un aglomerado que hoy supera los 100.000 habitantes. Dos ciudades pujantes, fruto del esfuerzo de generaciones consustanciadas con la cultura del trabajo.
Testigo clave de ese desarrollo a lo largo de nueve décadas, y, a la vez su emblemática locomotora, ha sido hasta ahora la empresa Vicentín, que en 1929 se inició con un servicio de ramos generales y un pequeño acopio de granos en la localidad de Avellaneda. Y con el tiempo fue sumando actividades agropecuarias, industria aceitera, frigorífico con cupos exportables, desmotadora de algodón, entre otras iniciativas, para luego comenzar su expansión al sur con la planta de Riccardone, las instalaciones de Puerto San Martín, las múltiples asociaciones con otras empresas importantes para ganar escala en rubros exportables como el biodiesel, los aceites crudos y las harinas proteicas. La máxima expresión de ese ciclo de integraciones empresarias son las plantas de Renova en los puertos de Timbúes y San Lorenzo, con participación mayoritaria del Grupo Glencore, multinacional con sede en Suiza, considerada líder mundial en comercialización de materias primas y alimentos.
Pero si todo esto es lo que está en juego en el terreno económico, más importante aún es el impacto que una solución apresurada o equivocada puede provocar en la zona boreal de Santa Fe, que viene creciendo con esfuerzo y evidentes resultados en las últimas décadas, logrando así mitigar los históricos desequilibrios entre el sur, el centro y el norte. Por eso es importante que el gobierno nacional vea el panorama completo, que el gobierno de la provincia contribuya a abrirle los ojos, y que nuestros representantes en el Congreso de la Nación, a la hora de tratar el proyecto, estén a la altura de las circunstancias.