Más de 8 millones de niños argentinos pobres prevé Unicef para cuando termine este desestabilizante 2020, signado por la pandemia. Esta proyección implica seis puntos porcentuales más de la última estimación, hecha en mayo: del 57 al 63 %.
Es imperioso focalizar en las carencias que tiene hoy gran parte de la infancia argentina para marcar un rumbo de progreso colectivo.
Más de 8 millones de niños argentinos pobres prevé Unicef para cuando termine este desestabilizante 2020, signado por la pandemia. Esta proyección implica seis puntos porcentuales más de la última estimación, hecha en mayo: del 57 al 63 %.
Si intentamos imaginar 8 millones de rostros pequeños, de seres humanos que viven hacinados, con hambre y con frío, difícilmente encontremos motivos para celebrar este domingo el Día de la Niñez.
Reconstruir cómo llegamos a esto es complejo, y obliga a debatir cuestiones estructurales de la política económica argentina y del modo en que se administran los recursos del Estado que esta columna no podría abarcar. Sí podemos plantear y repensar una certeza: desde hace décadas, la pobreza no es prioridad; la niñez, tampoco. Si así no fuera, es imposible explicar esa cifra, en constante incremento.
Inevitablemente, esto forma un círculo viciado de más pobreza, de chicos que nacen pobres, en hogares donde no abundan las oportunidades, y a los que les cuesta horrores progresar sin un toque de suerte. Se suma, ahora, el duro golpe que asestó la pandemia sobre la economía, que ya pendía de un hilo. Los ingresos se vieron reducidos en muchas familias, y fue un gran cimbronazo en aquellos hogares que ganan el sustento en base a tareas informales.
Los subsidios sin trabajo, enquistados desde fines del siglo pasado, no son solución. Pueden ayudar a llenar la olla cada día (y a veces ni siquiera alcanza), pero nada más; no forjan prosperidad, no brindan herramientas de superación; no marcan un camino de esfuerzo motivador para las nuevas generaciones de niños.
En contextos de extrema vulnerabilidad, la escuela es siempre la gran alternativa, y puede convertirse en un salvavidas. Pero, como dice el grupo de rock NOTeVaGustar en una de sus canciones, "con hambre no se puede pensar". ¿Cómo enseñar sin alimento? ¿Cómo aprender sin alimento? El deterioro del nivel educativo es inevitable y evidente, y no hay esfuerzo docente que alcance cuando tantas necesidades básicas están insatisfechas desde la cuna.
Es cierto que funcionan comedores escolares, pero no hay que perder de vista que, al igual que los subsidios, debieran ser paliativos temporales ante la extrema pobreza. Cada uno de los chicos que se sienta frente a un plato de comida en la escuela, repetitivamente cada día durante cada año escolar, debería poder hacerlo en su casa, junto a sus padres y en familia. Pero en Argentina ya estamos ante la tercera generación de chicos que se alimenta en comedores escolares.
Décadas de un enorme porcentaje de nuestros niños viviendo en la pobreza, no harán más que traer décadas y décadas de pobreza. Ellos son el futuro. Y no es una frase hecha. Es una certidumbre. Ellos son el futuro. Si nadie focaliza en las necesidades que tiene hoy la infancia -sostenidamente, con convicción, con educación y oficios, con cultura del esfuerzo y del trabajo- no habrá un futuro de progreso para Argentina.
8 millones de niños no pueden encontrar la solución; no pueden decidir otro destino. Un día serán adultos, y la niñez vivida será determinante. En sus vidas y en la de este país resquebrajado, que enquista la pobreza, que tolera la miseria de semejante cantidad de niños y sigue adelante. Perdón, pero hoy da vergüenza desearles feliz día.