Pumpido, Hugo López, Carlos Mazzoni, el Choclo Regenhardt, Mario Alberto (nacido en San Martín de las Escobas y descubierto en un amistoso ante Sportivo Belgrano de San Francisco cuando era muy jovencito) venían de las inferiores. El Turco Alí había llegado tres años antes desde Huracán de Comodoro Rivadavia, la Oveja Telch también estaba desde el 76, Pomelo Ribeca y Héctor Pitarch (grandes jugadores y grandes profesionales) habían llegado el año anterior. En el banco estaban el Loco Stelhick y Eduardo Sánchez (también productos de las inferiores del club) y a veces entraba Víctor Hugo Arroyo, que estaba desde el año anterior.
Entre el sentido de pertenencia y la elección quirúrgica que se hizo de los refuerzos, después de un mal año como fue el 77 (Unión peleó el descenso) y la recuperación económica, deportiva e institucional que encabezó el recordadísimo escribano Rubén Neme (uno de los mejores dirigentes que tuvo Unión en su historia), como síndico del club, se armó de la mano de un "hombre casi de la casa" como el rafaelino Reynaldo Volken, un equipo que se conocía de memoria y que jugaba de memoria.
Ese sí que fue un verdadero proyecto, combinando dos aspectos fundamentales para la formación de un plantel con pretensiones de gloria: el enorme sentido de pertenencia que tenían esos jugadores que habían conocido de pequeños cada rincón del club, sumado al hambre de gloria que trajeron los "consagrados" como la Oveja Telch, que venía de jugar en los Matadores de San Lorenzo, de ser bicampeón en el 72 y de jugar el Mundial del 74 para Argentina, pero que aportó su gran profesionalismo y una calidad que lo llevó a convertirse en "el técnico adentro de la cancha" que tenía Volken.
Nada se dio por obra de la casualidad. Todo se pensó, se pergeñó y se llevó a la práctica a través de un proceso que lo puso a Unión en un sitial de privilegio en el concierto de los clubes del interior. Unión estuvo a 45 minutos de salir campeón del Metropolitano del 78, jugó las semifinales del Nacional de ese año, hizo una buena campaña en el Metro del 79 y descolló en esa parte final del Nacional del 79, cuando superó a un Talleres colmado de figuras y campeones del mundo y a un Atlético Tucumán que también descolló en aquél campeonato.
Aquél proceso fue todo un ejemplo. Y repasando las páginas de El Litoral de esos días de diciembre de 1979, no sólo se descubre el clima de ebullición que hubo en torno a esa instancia histórica, sino el fiel reflejo de lo que era aquél plantel: se decía que en esa campaña no hubo conflicto por los premios, no hubo problemas económicos y en ningún momento se alteró la parte económica, que todavía se intentaba acomodar.
Cuando Unión jugó la semifinal, en Tucumán, un miércoles de mucha lluvia, el plantel retornó en micro (ni por asomo se hablaba de viajar en avión y eso que se jugaba miércoles y domingo en ese Nacional) y sufrió un accidente. En realidad, se fue de la ruta, apareció en el barro y hubo que volverse a Santa Fe cómo sea. Nadie se quejó. La anécdota pasó casi desapercibida. Y el domingo, Unión liquidó a los tucumanos en una cancha en la que no cabía un alfiler -como siempre en esa campaña- repitiendo el resultado logrado en el Jardín de la República: 2 a 0 a favor.
Esos muchachos jugaron por la gloria y la merecieron. No pudieron por esas cosas que tiene el fútbol, ante un plantel poderosísimo, jerarquizado, también lleno de campeones del mundo y que se daba el gusto, entre otras cosas, de tener en el banco a uno de los grandes goleadores que luego tuvo el fútbol argentino: el Pelado Díaz. No pudieron también por esa reglamentación -desde mi óptica, muy polémica- de contabilizar como doble a los goles de visitante. Todavía se mantiene. Se vé que a quiénes gobiernan el fútbol, les sirve.
Unión perdió sin perder la final. Fue una campaña histórica, inolvidable. Unión se jacta de lo que logró en el 89 en aquélla final por el ascenso ante Colón, pero esa de diez años antes tiene que ser justamente dimensionada. Estuvieron a un paso de la gloria. Creo que más cerca todavía, porque tocaron el trofeo con las manos... Por más que luego se lo hayan quitado.