"La Guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares".
Si la pretendida protección de inmuebles no contempla factores jurídicos, económicos y de desarrollo, condenan a Santa Fe al atraso y la pobreza.
"La Guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares".
La frase atribuida al estadista francés Georges Clemenceau (1841-1929) podría aplicarse al patrimonio de nuestra ciudad, algo demasiado importante para dejarlo sólo en manos de historiadores y arquitectos.
Casi incansablemente este medio se ha ocupado del "patrimonio santafesino". Decimos así, en general y entre comillas, porque en torno a ese concepto hay muchos aspectos por considerar: qué es, para qué sirve, lo tangible, lo intangible, cómo se restaura, para qué, quién lo encara, qué es lo que vale la pena conservar, qué es lo que realmente forma parte del patrimonio santafesino, cómo se puede refuncionalizar, de dónde salen los recursos, cómo se implementa en cada caso la preservación, la seguridad de las obras y de qué manera los privados se ven incentivados o desincentivados para construir viendo que en breve el Estado dirá "esto no es suyo, es de todos".
A la par de una cierta conciencia preservacionista se mezclan reclamos acotados y voluntaristas. No basta con decretar "esto hay que conservarlo". Es necesario que ante un reclamo o una propuesta intervengan distintos actores: el que sabe acerca de patrimonio, los especialistas en leyes y en recursos económicos, el que conoce de impacto social del empleo, el experto en proyectos de crecimiento urbano, etc. Y máxime si se trata de una propiedad privada. Porque es fácil decretar "tal es una propiedad patrimonial". Ahora bien ¿quién compensa al o a los propietarios que heredaron, por ejemplo, una bella y sólida casa? Al ser patrimonial, los propietarios pierden en parte el valor de ese solar. Más allá de expropiaciones, que por lo general son insuficientes. Bajo esta lógica se deduce que es preferible no construir con parámetros de excelencia, sino acorde con una ciudad que pretende no acercarse siquiera a la modernidad.
¿Qué significa tener un patrimonio? Es nada menos que contar con raíces, con un origen como comunidad y un ámbito que nos es propio. Y que ese legado recibido de los mayores, como una herencia, forma parte de nuestras responsabilidades ciudadanas. En tanto, es competencia del Estado implementar su preservación, pero sin ir en desmedro del patrimonio personal de los propietarios.
Un caso emblemático fue y sigue siendo la casa de Sor Josefa, declarada Monumento Histórico Nacional en 1998 y de interés cultural de la ciudad en 2002. Siendo un bien privado, no era posible exigir su mantenimiento y restauración. El privado debía hacerse cargo de mantener, limpiar, desinfectar y vigilar, pero no podía resarcirse de los gastos de ninguna manera. Tampoco podía construir ni vender. Luego, el Estado (municipal y/o provincial) tampoco se hizo cargo ni de conservar, ni de mejorar, ni de nada, como puede verse a simple vista. Conclusión: nadie ha sacado provecho de un solar ubicado en el centro de la ciudad: ni económico, ni visual, ni patrimonial.
Peor aún han sido los casos en que el Estado simplemente prohibió a sus legítimos propietarios construir sin ningún tipo de compensación. Estos casos, o bien se judicializaron con el consecuente costo para el municipio, o se transformaron en solares emblemáticos por su abandono. Por citar solo algunos, podemos pensar en las esquinas de Alvear y bulevar Gálvez; San Gerónimo y Juan de Garay o San Martín y La Rioja.
A lo largo de su historia, este medio ha realizado una gran cantidad de entrevistas a especialistas en la temática. Y un interesante concepto que rescatamos es éste: "Tampoco es cierta esa idea generalizada de que ha habido en los gobernantes santafesinos desde muchos años atrás la voluntad de destruir. La voluntad de Santa Fe, en una época, respondió a un canon teórico conceptual que interpretó que la ciudad tenía que dejar de ser chata, un villorrio, para ofrecer edificios modernistas, y así surge la corriente Racionalista de la que hay varios ejemplos en la ciudad. De manera que eso responde a una idea transformadora, que quedó a media agua: ni se transformó todo ni se conservó un matiz colonial con un centro histórico".
La idea transformadora debería regir las acciones de un Estado que pretende ser más o menos moderno. Basta ver que las ciudades más emblemáticas que despiertan nuestra admiración saben equilibrar perfectamente lo antiguo y lo nuevo.
Y si ese Estado no está en condiciones de adquirir ese tipo de inmuebles como corresponde -restaurándolos, conservándolos y refuncionalizándolos- es preferible que no aparente "hacerse cargo" para tenerlos derrumbándose, generando focos de suciedad y afeando la ciudad, en vez de embellecerla. Si se insiste en ese camino, será esa la verdadera imagen con la que se identificará a la ciudad.