Preocupado por darle a su patria, Francia, el impulso que necesitaba en un contexto complicado en Europa, Pierre de Fredy, barón de Coubertin, viajó a la dominante Inglaterra, donde conoció el modelo que utilizaba al deporte como un recurso educativo. Fascinado por las virtudes de este paradigma y la creación de tantos deportes colectivos, se propuso recuperar el lugar central que la actividad física tenía en la antigua Grecia, donde formaba parte de la educación integral de la población. Con este objetivo, en 1894 creó el Comité Olímpico Internacional y dos años después pudo cumplir su anhelo, con el regreso de los Juegos Olímpicos, en Atenas 1896.
El mayor legado de la cultura occidental greco-romana en relación a un festival que unía a los pueblos helenos, a la vez que servía como tiempo de encuentro y propagación cultural, con la competencia deportiva como centro, retornaba a la vida. Coubertin trabajó para que esta nueva era de los Juegos Olímpicos se convirtiera en universal, que rompa las fronteras y los litigios entre los países y los reúna en una celebración deportiva. Y lo logró con creces. Los Juegos fueron creciendo y se convirtieron en el acontecimiento planetario más destacado, exaltando las virtudes expuestas por el barón.
Para tomar una dimensión del efecto Covid en el mundo el año pasado, los Juegos Olímpicos constituyen sin dudas una de las pruebas más contundentes. Durante toda su historia moderna (124 años), este encuentro deportivo y cultural mundial apenas tuvo dos pausas, causadas por las dos grandes guerras. No hubo juegos en 1916 (por la Primera, entre 1914 y 1918) y tampoco en 1940 ni en 1944 (por la Segunda, entre 1939 y 1945). Es decir, sólo los dos mayores conflictos bélicos de nuestra era, que involucraron a toda Europa y a parte del resto del mundo, impidieron la organización de los Juegos Olímpicos. Hasta que llegó el Covid...
Para entender cómo impacta en un deportista de elite la postergación de la cita olímpica, hay que pensar en cómo está organizada su agenda. Los Juegos constituyen el máximo evento para la gran mayoría de las disciplinas, tanto individuales como colectivas. Sólo algunas (muy pocas) tienen como prevalente a los mundiales respectivos. Para casi todas, competir en la cita olímpica es el máximo honor y orgullo, compartir la villa con los representantes de todos los países, aprender de esas culturas tan diferentes y, por supuesto, lograr un puesto de privilegio o una medalla, configura llegar a la soñada cima, al máximo anhelado, casi como esos vencedores de la antigüedad, erigidos en semidioses por sus pueblos luego de ofrendar su victoria olímpica a Zeus.
Por eso, la organización de la agenda de un deportista se divide en ciclos, denominándose al general "ciclo olímpico", el cual –obviamente- dura 4 años y finaliza con la participación en los Juegos, pensando siempre en la evolución para llegar de manera ideal a ese encuentro. Así podemos intentar comprender cómo afectó a los distintos clasificados para Tokio la postergación del evento en 2020. Y también por qué se dudó tanto sobre esta decisión.
Al respecto, las opiniones fueron disímiles. Por ejemplo, el regatista Santiago Lange (triple medallista, incluyendo oro en Río 2016) dijo en su momento que "es muy complejo para nosotros la postergación de un año de los Juegos. Yo dejo de trabajar para atender mi ciclo olímpico, por ejemplo. Me encuentro en una situación difícil de acertar con el plan para no llegar agotados pero sí motivados a la nueva fecha". En tanto, el santafesino Germán Chiaraviglio opinaba que "estoy conforme de que se hayan postergado. Me parecía irresponsable plantear hacerlos en el año 2020. Nadie iba a estar en condiciones de llegar bien preparado a Tokio, sea en la fecha que fueren los Juegos. Esto iba a generar que hubiera mucha ventaja y desventaja entre los países y entre los deportes. Ahora va a haber más tiempo para pensar, para organizar, para planificar, y para entrenar y prepararse para esto. No deja de ser una pena la postergación, pero lo primordial es la salud". Más allá de las dos posturas, sin dudas ambos pareceres hicieron conflicto en todos los deportistas: las ganas de competir y de cerrar de la mejor forma el ciclo olímpico se medían con la cautela y la responsabilidad por un momento inédito de pandemia planetaria que ponía en riesgo la salud de todos.
Encima, en esta ocasión el anfitrión era Japón, quizás el país más respetuoso de los protocolos, ceremoniales y reglamentos del mundo, además de ser una potencia tecnológica sin par. Ni siquiera eso alcanzó para no ceder en 2020 al peligro en que puso este virus a todo el mundo. La decisión de postergar los Juegos Olímpicos fue la más acertada.
El próximo 23 de julio es la nueva y definitiva (así confirmada por los organizadores) fecha para esta 32° edición a realizarse en Tokio. La espera se prolongó y la esperanza se acrecentó, no solo como una forma de revivir aquellos antiguos festivales que dieron base a la cultura occidental, sino ahora particularmente para demostrarnos que la humanidad está de pie frente a esta inédita pandemia.