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Silvia (43 años) de la Ciudad de Santa Fe, pregunta: "¿Sirve la terapia de pareja? Con mi pareja varias veces pensamos en ir, pero también pienso que ya estamos desgastados y tal vez sea mejor separarnos y listo. ¿Cuándo sirve ir al psicólogo, para que no sea una pérdida de tiempo?".
Ante todo, Silvia, quiero decirte que tu pregunta es muy buena y expresa lo mismo que inquieta a muchas otras personas; por eso vamos a desmenuzarla y pensar diferentes cuestiones, que te "sirvan" a vos y a los demás.
En primer lugar, tomemos este verbo: "servir". Es muy importante que una consulta con un terapeuta produzca un resultado concreto, que uno se lleve una idea concreta de dónde está parado y qué puede hacer. Sin embargo, que la consulta "sirva" no es igual a que encontremos una respuesta inmediata o una solución del estilo "Esto es lo que hay que hacer". En un proceso terapéutico no hay recetas, sino que se trata de un tiempo y un camino que es preciso transitar para que, a través del acompañamiento profesional, cada quien se conozca a sí mismo y decida lo mejor para su vida.
Entonces, es importante que la terapia "sirva", pero no es un recurso utilitario ni un parche para seguir como si no pasara nada; por eso, para que el tratamiento sirva, hay un paso previo: estar disponibles para hacerse preguntas que a veces son incómodas, de las que tal vez no sepamos a dónde llevan, que incluso asustan un poco o quizás angustian, pero para esos momentos es que contaremos con el sostén del terapeuta, para no aflojar en esa transformación personal que, a veces, es la única vía para cambiar la realidad.
Dicho todo esto, es claro que si alguien no está dispuesto a pensarse y a encontrarse con algunas cosas de sí que no le gustan, mejor tiene que probar por otro lado. ¿Esto es garantía de que no se va a perder el tiempo? Eso nunca está asegurado, pero por otro motivo: a veces ocurre que se consulta a un terapeuta por un problema específico y, sobre la marcha del tratamiento, se descubre que la dificultad estaba en otro asunto, menos aparente. En este punto, la consulta de Silvia sobre la pareja permite pensarlo de la mejor manera.
Es posible que dos personas vayan a un espacio terapéutico porque pelean mucho, tal vez porque piensan en la separación como única salida. ¿Quiere decir esto que la terapia es para que no se separen? Más bien puede ocurrir todo lo contrario y que, en el curso de las sesiones, dejen de tener miedo de separarse y, quizá, lo prefieran. Porque, si es que seguimos con el ejemplo, es posible que aquello que los hiciera enojar fuesen los ideales acerca de cómo debería funcionar una pareja, el temor a empezar de nuevo, la culpa que no podían dejar de atribuir al otro, pero cuya causa es la propia frustración y así mil coordenadas más que, en un tratamiento, pueden ser como minas que es preciso desactivar antes de que exploten, si es que la pareja ya no llega estallada.
¿Estoy diciendo que es "mejor separarse y listo"? En absoluto. Diría más bien que las separaciones precipitadas a veces son tan problemáticas como las peleas habituales, porque llevan a repetir en otros vínculos lo no resuelto en la relación anterior. Si hay un aspecto por el que me parece importante la terapia de pareja, es porque colabora con la chance de poder soportar el conflicto que se vive con otro a quien se ama, sin la idea de que el amor aguante todo (no siempre el amor alcanza) ni el sacrificio de estar "bien" a cualquier costo.
Dicho de otra forma, es muy importante que el primer objetivo de una terapia de pareja sea que dos personas puedan conversar desde puntos de vista diferentes, sin que la diferencia sea algo a reducir, sin crear falsos acuerdos ni "negociaciones" que duran lo que un suspiro. En ocasiones la terapia de pareja es para descubrir que dos personas quieren lo mismo, pero no de la misma manera y, por lo tanto, esa tensión no es algo a eliminar ni pensar que "uno de los dos tiene que ceder". Esto implicaría pensar la pareja solamente desde el punto de vista del poder y no es que éste no tenga un lugar más que importante en toda relación, pero no explica lo más propio de un lazo erótico: se busca en el amor del otro el impulso para crecer, cambiar y enriquecer el propio mundo con el mundo del otro.
Sin embargo, ¿no hay momentos en que todo del otro nos molesta? ¡Claro que sí! Esto es lo que ocurre cuando dos personas ya no pueden encontrarse amorosamente y se proyectan en el otro exigencias, fantasías, limitaciones que, si incluso el otro encarnara, sería porque lo llevamos a ese punto o porque no esperamos nada más que confirme que es el personaje horrible que creamos para justificarnos. Desandar este camino es crucial y parte del tratamiento; ahí puede ser que el erotismo regrese, o que se descubra que se fue para no volver. Si este último fuera el caso, es posible apostar a que una pareja se pueda separar sin resentimientos ni rencores. No sin dolor, pero al menos en la terapia se podrá hacer que lo triste no sea en vano.
Hay dos cuestiones que me parece importante subrayar para ilustrar lo que digo, por un lado, que hay personas que pueden separarse y seguir peleándose de la misma forma en que cuando estaban juntos, lo que demuestra que una separación no es lo mismo que haber transformado un vínculo; por otro lado, en el inicio de un tratamiento hay un tipo de indicador valioso para ubicar si la pareja sufre por motivos vinculares y podría servir ensayar una terapia: se trata de la situación en que, en una discusión, alguien es capaz de decir algo distinto de lo que siente solo para producir un efecto en el otro (por ejemplo, lastimarlo). En esta coyuntura, es claro que las dos personas necesitan reformular cómo se hablan y no por una cuestión de "formas" (o estilo, porque se puede ser muy hiriente con buenos modales), tampoco es que tengan "problemas de comunicación"; lo que más urgente se vuelve en una situación semejante es recuperar la dimensión de la palabra en tanto pacto y compromiso con el otro. A veces, una terapia de pareja sirve para poder deshacer la locura en que dos personas están metidas, al punto de llegar a decirse cualquier cosa; para empezar a hablar de nuevo, en serio: decir lo que se siente y escuchar lo que el otro piensa, sin perder la buena fe, sin anticipar traiciones, ni jugar a quien tiene razón. En el amor, las razones son un arma más. Los dos tienen las suyas y con las más potentes no hace otra cosa que destruir.
Para concluir, dos palabras respecto de la cuestión del desgaste. Es difícil saber si los años miden el tiempo de una relación, porque también hay parejas que son capaces de reiniciarse. El tiempo del amor es cíclico; una pareja está hecha de hábitos y es muy común que, cada tanto, alguien diga: "Volvemos siempre al mismo lugar". Esto pasa en lo bueno y en lo malo, en lo que construye y en lo que cansa. No sé hace cuánto tiempo es que Silvia está con su pareja, pero sí puedo decir que hoy en día es más común que la consulta sea de personas que llevan poco tiempo de conocerse y no tanto la situación de quienes llevan años de casados y buscan la terapia porque están muy lejos uno de otro. Es como si en estos tiempos "posmodernos" la consulta más frecuente fuese por lo que cuesta estar con otro, como si el desgaste no fuera el resultado de lo vivido, sino de la dificultad para vivir con otro. El amor nunca fue fácil, pero hoy ocurre que a veces está en riesgo. Por eso más que nunca, el valor de la palabra, tal como a veces se lo descubre en terapia, es prioridad.
Es importante que la terapia "sirva", pero no es un recurso utilitario ni un parche para seguir como si no pasara nada. Hay un paso previo: estar disponibles para hacerse preguntas que a veces son incómodas, a veces asustan un poco o quizás angustian.
Hay un aspecto por el que me parece importante la terapia de pareja: porque colabora con la chance de poder soportar el conflicto que se vive con otro a quien se ama, sin la idea de que el amor aguante todo, ni el sacrificio de estar "bien" a cualquier costo.