Nos escribe Julián (31 años, de Cañada de Gómez): "Te escribo porque hace tiempo que busco pareja, pero siento que a esta altura solo están las redes sociales. Me bajé una aplicación, pero no tuve mucha suerte. Salí con algunas chicas, pero después no se arma una relación y me desilusiono. A veces ni siquiera llegamos a salir, todo queda en chats. ¿Por qué es tan difícil el amor en la virtualidad?".
La carta de Julián nos plantea un tema de suma actualidad, la transformación de las relaciones amorosas en nuestra época tecnológica. A partir de que existen las redes, las aplicaciones del amor y el WhatsApp, el amor no es el mismo de siempre, pero por otro medio, sino que es otro tipo de amor. Cambió el modo de vincularnos y eso también generó una manera distinta de sentir.
Por un lado, con la virtualidad cambió la forma en que nos representamos, es decir, la relación con nuestra identidad (con quienes creemos que somos) es distinta: por esta vía, por ejemplo, podemos elegir distintos modos en que el otro nos ve, construimos un "perfil" (o varios), lo que también va de la mano con que se produzca algo que en otro tiempo era impensable: hoy nos vemos a nosotros mismos mientras otro nos ve. En otro momento, antes de un encuentro, se llegaba a ese instante en que antes de salir, se le echaba una última mirada al espejo y, luego, que viniese lo que viniese, a lo sumo había que ir hasta el baño o desviar la mirada en un vidrio para recibir la imagen en algún reflejo. Hoy en día, nuestra imagen está presente de forma permanente; cuando digo que con la virtualidad "nos vemos a nosotros mismos mientras otros nos ve" digo que ver la propia imagen puede ser un modo de reducir la angustia que produce que otro nos vea y no saber qué ve ("¿Qué ves cuando me ves?", preguntaba hace décadas una canción de Divididos), pero también que con la virtualidad verse a uno mismo puede ser una forma de dejar de ver al otro. Fijate, Julián, lo que ocurre con las videollamadas de WhatsApp, en las que uno muchas veces mirá más su rostro en el recuadrito superior, antes que a la otra persona. Con la virtualidad, el espejo viene siempre con nosotros.
Por otro lado, a la mirada crónica sobre uno mismo, se agrega un segundo aspecto: la falta de cuerpo. En la virtualidad, por el hecho de que nuestro cuerpo no está presente es común que se produzca una separación entre las palabras y las consecuencias. ¿Qué suele ocurrir con muchos comentaristas de notas en portales? Dicen cosas que no dirían cara a cara. No por cobardía, sino porque quizá no les interesaría. Pero la virtualidad es también magnética, lleva a la compulsión de mirar y a una interacción ansiosa, en la que se espera más un efecto antes que un acto. Me explico mejor: en las conversaciones cara a cara, a veces decimos cosas solamente para ver qué dice el otro, ya sea para gustarle o para hacerlo enojar, pero podemos reconocer más fácilmente que esto no está bueno y que incluso hasta puede ser patológico. En la virtualidad, este tipo de funcionamiento se invisibiliza y se vuelve "normal". En las redes, por ejemplo, es claro que se dice algo (o se sube una foto) solo para ver qué hacen los demás. Eso genera un tipo de dependencia, basada en que quien lo hace pierde el sentido de su acto; lo hecho deja de importar en sí mismo y cobra valor por su fin. De este modo, la virtualidad estimula un tipo de vínculo en el que no solo alguien no se compromete con sus palabras, dado que deja de atender a la responsabilidad por las consecuencias, para buscar más y más efectos, sino que pasa que también se vuelve adictivo; ¿qué quiere decir esto? Que la capacidad de esperar es cada vez menor, entonces, se quiere que el efecto sea cada vez más rápido y dura menos tiempo hasta que se necesita repetir la experiencia. Esto fue lo que ocurrió de diez años a esta parte, cuando en aquel entonces se entraba en las redes apenas un rato o se podían pasar días sin chequear un usuario, mientras que hoy tenemos las aplicaciones bajadas en el teléfono y el control es constante.
Si consideramos los dos puntos que mencioné en los párrafos anteriores, podríamos pensar en lo siguiente: con la virtualidad, la seducción dejó de ser un tipo de lazo en el que se trata de poner el cuerpo y atravesar cierta vergüenza, encontrarse con la propia palabra y descubrirse a partir del otro; hoy en día, la seducción es más bien un intento de recibir un refuerzo de la propia imagen, efecto que se busca conseguir de cualquier manera, a veces de manera desvergonzada y, eventualmente, sin la menor empatía por el otro. Cuando digo esto, no me refiero a personas que seducen a otras para tener solo una relación sexual y no volver a comunicarse, me refiero también a lo que ocurre con algo que muchas personas cuentan: las conversaciones por WhatsApp pueden volverse un fin en sí mismo, sin que haya necesidad de verse, porque alcanzan para producir ese tipo de relación erótica que mencioné antes (verse a uno mismo, buscar el refuerzo de la propia imagen, ser capaz de decir cosas solamente para eso, etc.). La otra cara de este formato de comunicación, es un tipo de expectativa vincular que desconoce la situación del otro (por ejemplo, qué está haciendo, si está ocupado, o en condiciones hablar) y sanciona como abandono o rechazo que una respuesta no llegue cuando se la esperaba. El punto es que la respuesta se espera siempre "ya" y, por lo tanto, no es poco frecuente que si la respuesta no vino por un lado, se la busque por otro. Así es que no es raro que quienes se vinculan virtualmente, lo hagan con varias personas simultáneamente.
Dicho todo esto, ¿cómo podríamos calificar al usuario básico de la virtualidad? En principio, como ansioso, con baja tolerancia a la decepción, proclive al narcisismo, más interesado en ser reconocido como deseable antes que dispuesto a vivir un deseo, con todo lo que esto último implica para la vida personal; no, mejor no, mejor que el deseo y el amor no contaminen la propia seguridad, que el otro sea alguien que venga y sume a la propia vida, pero que no imponga ningún cambio, que me deje ser quien soy, que no se meta demasiado. En fin, ¿qué relación puede darse entre dos personas si no se abren a salir de este tipo de funcionamiento que la virtualidad promueve?
En este punto, Julián, parece que te doy una respuesta desanimada. Sin embargo, mi intención es darte herramientas para reconocer algo que parece "natural" en este tiempo (virtualidad), pero que no empezó con las nuevas tecnologías. Estas últimas potenciaron ese tipo de funcionamiento, pero éste existe desde antes. En todo caso, lo que creo que es importante tener en cuenta cuando nos disponemos a encuentros que surgen a partir de la virtualidad, son dos cosas: 1. Por un lado, estar atentos a cómo el otro se relaciona con la virtualidad, porque puede ser que encuentre mayor satisfacción en el placer narcisista de la virtualidad, antes que en conocernos y, si fuera el caso, estar tranquilos de que si no hubo onda, no fue porque fallamos o hicimos algo mal, sino porque el otro se maneja de un modo que no habilita el inicio de una relación; 2. Por otro lado, tratar de ser conscientes de nuestros temores y resistencias para conocer a alguien, ya que sin pensar estos obstáculos es muy posible que solo busquemos a alguien para que funcione como complemento virtual, pero nada más; si el otro está en la misma, no es problema, pero también puede ser que generemos algo en alguien que busca otra cosa y eso puede lastimar, por eso tenemos que ser responsables.
La virtualidad nos propone un tipo de vincularidad que, a veces, puede ir en contra de una relación de cuidado; rápidamente se puede hacer del otro un instrumento para un placer personal. Sin embargo, el problema no son las tecnologías, sino nosotros detrás de esos teléfonos y aplicaciones. Por fortuna, hay quienes lograron entrar en ese mundo, conocer a alguien y salir; pero sin un trabajo personal, eso no se da, por eso antes que perder la esperanza, mejor confiar en que pensarnos va a hacer que elijamos mejor con quien empezar a hablar, con quien dejar de hacerlo y con quien, si no pasó nada, no es que hayamos perdido mucho.