Fueron compañeros de armas contra el centralismo de Buenos Aires y la no confesada coalición lusoporteña. Ambos respondían al ideario federal y republicano de las provincias litorales lideradas por Artigas, pero los dos poseían criterio propio, contaban con el dominio político de un territorio y eran temibles al frente de sus montoneras.
Compartieron fogones en su marcha desde Coronda a Buenos Aires y, como aliados, resultaron victoriosos en los campos de Cepeda, por lo que la historia argentina les debe a ambos el más duro golpe asestado al proyecto centralista y monárquico del Directorio. Fueron magnánimos con los vencidos y solo reclamaron la disolución del régimen caído y la constitución de un gobierno provincial que parlamentara en nombre del pueblo de Buenos Aires. Los dos firmaron el Tratado del Pilar que marca el inicio de la auténtica organización nacional en base a un programa federal que reflejaba el sentir de todos los pueblos rioplatenses. Después entraron en Buenos Aires y ataron sus caballos en la reja de la Pirámide de Mayo para asistir juntos al convite que se les ofrecía en el Cabildo.
Era el triunfo. Pero hasta allí llegaron la armonía y la coordinación de acciones. Desde el momento en el que cada jefe retornó a su provincia, hasta los tristes días de julio de 1821, se fueron desarrollando las condiciones del drama. Artigas había sido vencido por los portugueses en Tacuarembó y, pasado al territorio entrerriano, creyó que todavía se le reconocería como jefe de la coalición federal, por lo que rechazó el Tratado del Pilar, firmado sin su aprobación, y reprochó a los vencedores del Directorio que no hubieran establecido, como primer punto del acuerdo, la acción inmediata contra los invasores.
La reacción de los vencidos
Los que habían perdido posiciones en enero y febrero del año veinte, pronto reaccionaron e intentaron recomponer sus propios espacios de poder. Artigas entre los federales y los directoriales en Buenos Aires. Los conflictos derivados de tales intentos llenaron todo el resto del año y ocuparon plenamente a los nuevos líderes surgidos de la gran crisis: López y Ramírez.
Cuando éste supo que Artigas no llegaba como refugiado sino que pretendía conservar el mando, apoyándose en Corrientes y Misiones, y que además le cuestionaba sus actos, se preparó para la guerra. Para ello estableció un acuerdo con Sarratea, el gobernador porteño firmante en el Pilar y antiguo enemigo del caudillo oriental. Con el apoyo de tropas y armas de Buenos Aires rechazó Ramírez los ataques de Artigas y tomó la ofensiva a partir del combate de Las Tunas. Previamente había existido un intercambio de cartas y de agravios, en los que el oriental acusó de traidores a los vencedores de Cepeda y Ramírez respondió que Artigas carecía de la autoridad que invocaba. Tras el exilio al Paraguay del antiguo jefe, el vencedor se propuso reconstruir la coalición federal, ahora bajo el nombre de República de Entre Ríos, lo que implicaba la dominación forzada de Corrientes.
Mientras tanto, López había rechazado los cambios producidos en Buenos Aires, que mostraban cierto resurgimiento del régimen caído y evidenciaban la falta de voluntad en el cumplimiento de las cláusulas firmadas en Pilar. Inició otra campaña militar que culminó en la sangrienta batalla del Gamonal y en la firma del Pacto de Benegas que sellaba una "paz perpetua". El acuerdo que contó con la mediación de Juan Bautista Bustos y la presencia de comisionados de otras provincias, desplazaba a Córdoba el lugar de reunión del congreso previsto en el tratado anterior.
La ruptura entre los aliados de la víspera
Ocupado en sus propios proyectos, Ramírez no participó de las negociaciones de Benegas, pero juzgó que la situación en Buenos Aires, donde habían perdido terreno sus aliados, implicaba un retorno de elementos directoriales, y se preparó para otra guerra.
De nada valió que López le hiciera ver que la situación contaba con la aprobación de todas las provincias que asistirían al Congreso de Córdoba. La invasión enterriana se hizo efectiva sobre Coronda, mientras otras fuerzas operaban contra Santa Fe. Sería apoyada desde el interior por José Miguel Carrera, jefe de un grupo errante de chilenos expatriados que antes había operado del lado federal contra Buenos Aires.
El resultado es conocido: Ramírez venció a Lamadrid que venía al mando de refuerzos de Buenos Aires, pero será derrotado por López. En retirada hacia Córdoba, Ramírez se reúne con Carreras y se enfrentan con Bustos, quien los derrota en Cruz Alta. Debilitados deciden separarse: el general chileno marchará hacia Mendoza y Ramírez procurará retornar a sus dominios por el Chaco, por lo que se encamina hacia el norte.
Marcha veloz Ramírez con los restos de su ejército. Va con él la Delfina, su amante. Una partida de santafesinos y cordobeses le pisa los talones. Hay un nuevo encuentro y una nueva huida, cada vez más cansados y con menos hombres. Ella se atrasa en su galope y la alcanzan. Un testimonio dice que grita pidiendo socorro al general, mientras sus captores comienzan a quitarle sus prendas. Ramírez la escucha y sofrena su caballo. Regresa a la carga y muere al recibir una bala en el pecho que le ha disparado un capitán Maldonado. Cae y en la rodada queda su cabeza oculta en los pliegues de su poncho. Anacleto Medina ha podido rescatar a la Delfina y escapan aprovechando la conmoción del momento.
Es el 10 de junio de 1821 y ha muerto el "Supremo". Un soldado, de nombre Pedraza, le corta la cabeza. El gobernador delegado de Córdoba escribe a López el parte de la acción y le envía el horrible trofeo, que es llevado a Santa Fe para que fuera embalsamado y expuesto "para perpetua memoria y escarmiento", según rezaba la orden del gobernador.
Aunque los detalles de la muerte de Ramírez han dado lugar a algún debate, sobre todo porque en las Memorias del coronel Anacleto Medina se dice que habría sido muerto en el momento en que se habían detenido para un simple recambio de caballos, dado que el de la Delfina ya no servía, la versión del rescate intentado por el caudillo al ver a su compañera en serios aprietos, presenta solidez, pues ha sido respaldada por otros testigos, como el Teniente Coronel Evaristo Ponce, que presenció la tragedia y dio detalles al biógrafo de López, Ramón J. Lassaga. Coincide además con lo que anota en sus Apuntes Urbano de Iriondo, contemporáneo de estos hechos, cuyos pormenores fueron recogidos por Mitre en su Historia de Belgrano.
Si la horrible exposición de la cabeza de Ramírez, por cierto inexcusable, ha conmovido a la posteridad, no fue menos terrible la suerte de su aliando José Miguel Carreras, fusilado por orden del gobernador de Mendoza, el doctor Tomás Godoy Cruz, que había sido uno de los más destacados congresales en Tucumán. El cuerpo del chileno fue también decapitado, su cabeza, como la de Ramírez, expuesta en el Cabildo mendocino y sus miembros enviados a San Juan y a San Luis como escarmiento.
La derrota de Ramírez significó la pacificación regional y la consagración de López como restaurador del orden. Desde Santa Fe se garantizó a Corrientes su autonomía y se propició la caída del hermanastro de Ramírez, Ricardo López Jordán. La firma del Tratado del Cuadrilátero al año siguiente dio inicio a un período de paz que recién se quebraría con la crisis política de 1828, ocasión que llevaría a López a nuevos mandos y nuevas batallas.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
La historia argentina les debe a ambos el más duro golpe asestado al proyecto centralista y monárquico del Directorio. Fueron magnánimos con los vencidos y solo reclamaron la disolución del régimen caído y la constitución de un gobierno provincial.
La derrota de Ramírez significó la pacificación regional y la consagración de López como restaurador del orden. Desde Santa Fe se garantizó a Corrientes su autonomía y se propició la caída del hermanastro de Ramírez, Ricardo López Jordán.