Nos escribe Juliana (33 años, de Casilda): "Leí tu última columna sobre la amistad y me gustó mucho, pero me pareció muy difícil. ¿Cómo hacemos para no confundirnos? Mi situación es así: tengo un amigo con el que nos pusimos de novios y la cosa no anduvo y ahora nos cuesta volver a ser amigos. Yo venía de una relación larga, que terminé con mucha dificultad y me sentí muy contenida con él, pero no me pasó sentir amor y tengo miedo de haber lastimado, él un poco se enojó conmigo. Ahora volvimos a llevarnos bien, estamos mejor, pero todo esto me da una pena enorme y creo que estuve mal. ¿Me podés ayudar a pensar?".
Ante todo, Juliana, qué linda y honesta que es tu carta. Te agradezco también que me des la oportunidad de ayudarte a pensar, ya que es el oficio del terapeuta y no decirle a alguien lo que tiene que hacer.
Hay una idea de sentido común, que consiste en creer que hablar con un analista es como charlar con un amigo. Muchas personas lo dicen así. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Mi labor no es justificar ni eximir a nadie del peso de sus ideas, pero sí ayudar a que las entienda y, muchas veces, esto ocurre después de situar algún tipo de desplazamiento; porque tal vez alguien cree que sufre por algo y, con la intervención del terapeuta, puede darle otro sentido a su malestar y, por ejemplo, descubrir que el foco es en verdad otro.
Además, tampoco creo que haya tantos amigos con los que conversar hoy en día. No siempre los amigos nos quieren escuchar o, tal vez, después de un ratito se empiezan a cansar y quieren cambiar de tema. No es un problema de la amistad, es que también hay cierto punto en que mejor cuidar a los amigos de estar machacándolos con aquello que nos pasa y que a ellos los excede. De mi columna anterior, creo que una de las cosas que quise destacar es la importancia de tener una idea realista de la amistad y no esperar una incondicionalidad que a veces resulta más opresiva que comprensiva.
Empiezo mi respuesta con estas reflexiones, Juliana, porque tu carta vuelve sobre la cuestión de la amistad y, además, me contás que con tu amigo atravesaron un momento que hoy los tiene en una encrucijada. Tratemos de pensar entre los dos, no tanto para decir cuál es la respuesta, sino para encontrar las preguntas que te producen pena.
Por un lado, me parece importante notar que te sentís afectada, incluso te culpás (ya que sentís que estuviste mal) y aquí yo me pregunto si no será mucho: vos venías de una relación y, por lo visto, en el momento del duelo surgió otro tipo de vínculo con este amigo. No importa si él ya quería algo con vos de antes o también descubrió su interés en ese momento; pero sí es significativo ubicar de entrada que vos estabas en una situación de vulnerabilidad y no quisiste estar sola.
Con esto que digo, no disculpo de nada; solo trato de darle un contexto a tu vivencia y agregaría que también una razón: en el imaginario popular, quien deja una relación tiene que pasarla solo, mostrarse compungido, privarse de cualquier satisfacción. No está bien visto -socialmente- que alguien que se separa empiece rápidamente otra relación. Así es que pienso que tal vez la culpa que vos sentís no es solo por el desencuentro con tu amigo, sino también por un modo de juzgar tu deseo en este tiempo; como si fuese incorrecto haber empezado algo con tu amigo sin haber estado del todo preparada para la nueva relación. La culpa, entonces, pareciera referirse mucho más a lo que no pasó ("sentir amor") que a lo que sí ocurrió.
Si lo pensamos un poco más, quizá podemos acordar en que podés arrepentirte de lo que pasó con tu amigo; pero si hubo buena fe, todo puede arreglarse (con diálogo y algo de tiempo). Sin embargo, que estés en una actitud culposa y, además, no sepas del todo qué es lo que te hace sentir así, agrava la situación. Esto es lo que te hace pensar que sos "mala" (o estuviste "mal"). No obstante, ¿por qué no partir de pensar en tu necesidad? Es decir, sentirte contenida para vos era importante en ese proceso de duelo; que no te hayas sacrificado y hubieses querido disfrutar de una compañía, ¿es reprochable?
Subrayo en tu texto dos frases que parecen homogéneas: "Ahora nos cuesta volver a ser amigos" y "Ahora volvimos a llevarnos bien". La segunda frase tiene un matiz, que pareciera rectificarla, cuando decís "Estamos mejor". Entonces, no son contradictorias las frases -como a primera vista parecen- sino que suponen una relación íntima. ¿Será que volver a ser amigos implica incorporar en el vínculo la posibilidad de no estar como antes? Estar mejor, ¿no es abrirse a pensar que estar bien no sea hacer de cuenta de que no pasó nada? En este sentido, a pesar de que fue una situación penosa, creo que puede ser una instancia de crecimiento para ambos.
Fijate, Juliana, cómo darnos la chance de pensar estas preguntas implica conmover esa actitud culposa que te comenté antes. ¿Cómo se reconoce la eficacia de la culpa en nuestra vida? No tiene por qué ser de manera consciente, más bien el indicador es otro: la culpa nos trabaja (porque es así, la culpa trabaja dentro nuestro) cuando una idea que no se confirma nos hace pensar lo contrario. Por ejemplo, si no consigo un resultado que esperaba, me siento frustrado; o si no soy amado como quisiera, es porque no merezco ser amado. Así nos hace pensar la culpa. No obstante, la consecuencia de este tipo de razonamiento culposo es que nos deja en una posición que reproduce lo mismo que quisiéramos evitar: si me siento frustrado por un resultado inesperado, voy a castigarme con futuras situaciones que demuestren por qué no puedo conseguir lo que espero; si me pasa que siento que no merezco amor, adoptaré actitudes que en los vínculos me van a hacer rechazable.
Entonces, de regreso a la situación del caso de Juliana, pienso que la culpa por lo que no pasó tiene su origen en algún aspecto de la relación previa ("larga"), que terminó "con dificultad" (quizá fue "larga" tanto por la duración, sino por esa dificultad en el cierre) y que, en el inicio de la relación fallida con su amigo, produjo un nuevo quiebre para poder reprocharse -de manera desplazada- no estar sufriendo el duelo.
En este punto, pregunto: si un amigo no está para tropezar de vez en cuando, ¿qué otra compañía se le puede pedir? Esta noción de amistad parece más real que la llamada "incondicionalidad". Por eso pienso que la cuestión no es plantearnos "¿Cómo hacemos para no confundirnos?" sino "¿Qué hacemos con la confusión?", luego de aceptarla, de saber que en el amor nadie es tan consciente, sincero y responsable como quisiera; o, al menos, que la responsabilidad no consiste en de antemano evitar que las cosas pasen, si no en asumirlas y confiar en nuestra capacidad de reparación.
Para concluir, entonces, quisiera decir que las chances de reparación a veces se ven obstaculizadas no porque las situaciones sean tan complejas; sino porque nos quedamos aferrados a actitudes culposas, como las que nos llevan a querer saber qué va a pasar o qué tenemos que hacer para no equivocarnos. Este tipo de actitudes nos quitan la opción de vernos de un modo humano y tolerante, que no evita las decepciones, pero sí prepara para transitarlas de una manera más amorosa.