Después de siete décadas de políticas erráticas y frecuentes cambios de rumbo, de interrupciones constitucionales, parches normativos, oleadas ideológicas y desafortunadas hibridaciones institucionales, la Argentina se enfrenta cara a cara con el desastroso resultado generado por los desencuentros de sucesivas generaciones.
El problema es tan serio, que reclama una respuesta mayor a la que pueda dar una circunstancial mayoría. De lo contrario, la alegría de un triunfo que aliente esperanzas de cambio trocará al poco tiempo en un aluvión de insatisfacciones sobre la que operarán los autócratas de siempre.
La reducción de la clase media -importante factor de equilibrio en el enclenque sistema político argentino- agudiza problemas de fondo que, a criterio de quien escribe, tienen su causa inicial en el golpe de Estado de 1930, convalidado por la Corte Suprema de la Nación de aquel tiempo. La conjunción de ambas acciones provocó la primera fisura grave del orden constitucional, e introdujo a la sociedad en la experiencia de la ruptura de la ley, que luego se repetirá con progresiva frecuencia. Es el origen de la endémica anomia que infecta a gran parte de nuestra sociedad y, en particular, a los hegemonistas de turno, que violan o acomodan las normas a sus necesidades con los argumentos más estrafalarios que se puedan imaginar.
Las complejas realidades nuevas de un mundo en vertiginosa transformación se alejan cada día que pasa de las consignas reduccionistas, cargadas de ideologismos vetustos, de ídolos falsos y cultos vacíos. En el escenario de la cotidianidad nunca se ha visto tan claro el travestismo político de muchos dirigentes, empezando por el devaluado presidente de la Nación, cuyas flagrantes contradicciones pueblan los programas periodísticos que contrastan sus declaraciones actuales con las que hiciera de manera caudalosa hasta poco antes de ser elegido por Cristina candidato presidencial del Frente de Todos.
Su conversión súbita ante las mismas cámaras y micrófonos que poco antes registraban sus enfáticas críticas a la expresidenta de la Argentina, al principio provocaron asombro a un público que lo veía cambiar a la velocidad del rayo. Y luego lo han convertido en un personaje tragicómico, al que nadie ha maltratado tanto de palabra como la diputada cristinista Fernanda Vallejos, confirmando hacia afuera lo que piensan de él los sectores de La Cámpora y el Instituto Patria. En suma, Cristina, su creadora y su Némesis.
Al final de la reciente carta pública en la que la vicepresidente lo reduce a su mínima expresión, la firmante explicita que fue la autora intelectual de la candidatura de Alberto, decisión que, por cierto, reviste con su "convicción de que era lo mejor para mi Patria" -todo lo hace siempre por la Patria-, pero agrega de manera sugestiva: "Sólo le pido al presidente que honre aquella decisión…".
¿Qué decisión? La de mover todas las piezas que hicieran falta para desmontar las causas judiciales que la acechan. Ese era el plan canje que explicaba de un día para el otro el acuerdo de dos personas que se detestan. La presidencia para uno, por añadidura abogado penalista, y la destrucción de las causas para la otra, cosa que aún no ha ocurrido porque el país conserva mínimos de institucionalidad.
La carta de una Cristina en llamas por la derrota en la Paso, que en prospectiva complica su situación política y, por consiguiente, judicial, disparó la filtración de la conversación interna de Vallejos con un compañero del Frente de Todos, y la virtual intervención del gobierno de Alberto luego de un lábil intento de resistencia.
Al frente de la jefatura del Gabinete de ministros fue designado Juan Manzur, gobernador de la provincia de Tucumán en uso de licencia especial, hombre acusado por el colectivo de actrices kirchneristas de haber incurrido en repetidos hechos que lesionan derechos de las mujeres. Entre tanto, parecen haber olvidado que el antecesor de Manzur en el gobierno de Tucumán, José Alperovich, continúa con licencia en la Cámara de Senadores a causa de las denuncias penales realizadas ante la Justicia por su excolaboradora y sobrina segunda a raíz de presuntos abusos sexuales reiterados.
Entre memorias y amnesias selectivas, la pesarosa vida de los argentinos discurre en la incertidumbre, la intranquilidad y la mentira elaborada. Los reclamos sectoriales, razonables e irrazonables, se multiplican y perturban cada jornada. Y también se multiplican las acciones del relanzado gobierno con la mira puesta en reducir o dar vuelta la "catástrofe" de las Paso. Con ese propósito aceleran la impresión de dinero sin respaldo para introducirlo en los magros bolsillos de los argentinos y eliminan presurosos las restricciones que hasta ayer imponían como autoproclamados custodios de la vida. Todo se hace de modo grueso, el encierro y la apertura, sin otra razón que el mandato de las circunstancias. En el plano sanitario, cabe recordar que el virus es una proteína que busca reproducirse para sobrevivir, muy efectiva en su propósito, pero completamente ajena a las decisiones administrativas de gobiernos urgidos por razones electorales. De modo que todo descuido o apertura descontrolada le ofrecerá oportunidades de reproducción (¿se les exigirán a los hinchas de fútbol los certificados de vacunación o los resultados de PCR, que ya se ofrecen en un repentino mercado negro?).
En cualquier caso, queda expuesta con crudeza una concepción de la política que se atreve a pensar que un espurio pacto preelectoral de favores cruzados puede pasar sin consecuencias por encima de las instituciones y las leyes. O pretender con descaro comprar la voluntad de los votantes mediante unos pesos repartidos a último momento. Si alguien pensara en algún ejemplo ofensivo de discriminación, aquí tiene uno. En un gobierno donde la presidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, nos ha ofrecido un grosero ejemplo de discriminación contra su empleada doméstica en negro, con la agravante de que ofrecía compensarla con una designación en el Estado, nada puede sorprender.
Mayra Arena, militante peronista nacida en una villa de Bahía Blanca, que suele sacudir con sus reflexiones sobre la pobreza de la que emergió por esfuerzo propio, manifiesta que "la crisis de representación que existe en los barrios despertó la ira de muchos compañeros que tratan de 'ingratos' a los que menos tienen. Esta irracionalidad de creer que los pobres te deben algo, ya sea simpatía política, el voto o lo que fuera, ha mostrado las hilachas de quienes creen que el pobre es sólo estómago o sólo bolsillo: no conciben que un pobre no los banque ideológicamente."
Falta poco para confirmar, o no, si Mayra tiene razón. De lo que no cabe duda, es del altísimo costo social, económico y cultural del crónico desencuentro entre los argentinos, de la prevalencia de los sentimientos negativos sobre la alternativa de un acuerdo básico que permita avanzar en la diferencia.
Entre memorias y amnesias selectivas, la pesarosa vida de los argentinos discurre en la incertidumbre, la intranquilidad y la mentira elaborada. Los reclamos sectoriales, razonables e irrazonables, se multiplican y perturban cada jornada.
Queda expuesta una concepción de la política que se atreve a pensar que un espurio pacto preelectoral de favores cruzados puede pasar sin consecuencias por encima de las instituciones y las leyes. O pretender comprar la voluntad de los votantes mediante unos pesos.