Viaje al corazón de Jaaukanigás, un tesoro natural santafesino
El humedal del río Paraná ubicado en el noreste provincial fue declarado Sitio Ramsar de importancia internacional. Tiene biomas como selvas en galería con monos, palmeras, playas, arroyos y lagunas habitadas por yacarés. Promueven el ecoturismo y su preservación.
Un mono carayá grita y llama a su manada, en la reserva El Pindó. Fotorreportaje de Pablo Rodas.
En el límite noreste de la provincia de Santa Fe, dentro del departamento General Obligado, se extiende una extensa lonja de tierra y agua de unas 492 mil hectáreas de planicie de inundación del humedal del río Paraná medio que contiene la mayor biodiversidad regional. Es el Jaaukanigás. Así lo llamaron los originarios abipones. El término significa “gente del agua”, y evoca a esta etnia de canoeros desaparecida en el violento proceso de colonización española. Este precioso ambiente natural fue declarado en 2001 a nivel mundial Sitio Ramsar (es una convención para preservar “joyas” naturales de agua dulce). Desde entonces es estudiado por especialistas, se creó un Comité Intersectorial de Manejo y desde el Gobierno provincial promueven el ecoturismo sustentable, con visitas, recorridas con guías, gastronomía y alojamiento en paisajes llenos de encanto.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
En la visita a la zona se puede disfrutar el avistaje de aves, flora y fauna de distintas especies, entre las que se destacan la gran cantidad de monos y yacarés. Los registros fotográficos y en video son fascinantes, pero no superan la magnificente sensación que provoca habitar el lugar y respirar naturaleza.
El guía en la proa de la lancha ofrece detalles de cada especie, en el interior del río Menelli. El Litoral.
El viaje al corazón de Jaaukanigás desde la ciudad de Santa Fe es por la ruta 1 y luego por la 11, hacia noreste. Son unas 4 a 6 horas, aproximadamente, dependiendo de la zona elegida como destino, entre las localidades de Los Laureles, en su límite sur, y Florencia, al norte, siempre ingresando hacia el este al humedal del Paraná. Muchos de los accesos de tierra y ripio son los antiguos caminos por donde transportaban el quebracho y el tanino en la época de La Forestal, durante la primera mitad del siglo pasado. Al avanzar, selvas en galería, infinidad de arroyos y paisajes isleños tiñen de verde y marrón los ambientes, junto al canto de las aves y los aullidos de los monos.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El Litoral participó días atrás de un Fam Press, una expedición por todo Jaaukanigás, junto a otros medios nacionales. La misma fue organizada por la secretaría de Turismo, el ministerio de Desarrollo Productivo provincial y Aves Argentinas.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“La idea surgió a partir de una necesidad de promocionar este destino ecoturístico”, dijo Cristian Alvarez, jefe del área de Turismo Sustentable. “Venimos trabajando esto hace varias décadas. Desde que se puso en funcionamiento un Comité de Manejo del lugar, con participación de los gobiernos y entidades, se fortaleció este destino como un pulmón verde santafesino, un lugar maravilloso que debemos proteger”.
A bordo de un unimog por el Bajo Vénica. Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
En los últimos años, las plazas hoteleras crecieron y se ocuparon en días en los que habitualmente estaban libres. Nacieron clubes de observadores de aves y de mariposas, grupos de remo, centros de interpretación y complejos turísticos, festivales y foros que celebran el humedal. Reservas naturales municipales y privadas son solo algunas de las acciones favorecidas por la creación del Sitio Ramsar.
Primeras sensaciones
Durante esta expedición, la primera travesía en Jaaukanigás fue por la flamante reserva municipal Jardín Florido, declarada hace apenas dos años por la localidad de Florencia.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
La reserva está junto al río Tapenagá, que significa Camino de las Almas. Un curso de agua que nace en el monte chaqueño y desemboca en el Paraná. Allí se puede apreciar, a un lado, el límite del monte de quebrachos, y al otro, el paisaje de la selva en galería y pajonales del arroyo plagado de una gran variedad de aves.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Un dato interesante es que algunos habitantes preexistentes del lugar viven dentro de la reserva en sus ranchos de adobe y paja, y junto con pobladores de un barrio cercano fueron capacitados y son los guías que acompañan a cada contingente, con un gran sentido de pertenencia. “Hay muchos tucanes”, destaca Nicolás Insaurralde, uno de ellos. También se pudo disfrutar de la presencia de loros calacantes de cabeza azul y boyeros de ala amarilla, entre otros. Son algunas de las cerca de 150 variedades de especies de aves que habitan la reserva. “En todo Jaaukanigás son 3344 las especies detectadas”, apunta durante el recorrido el biólogo Alejandro Giraudo, de Aves Argentinas, mientras Pablo Rodas -del Club de Observadores de Aves- trata de hacer foco con su cámara para retratar a un halcón guaycurú en pleno vuelo.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“El guaycurú tiene un antifaz muy llamativo”, dice Giraudo, “además el término representa la unión de pueblos”. Entonces Hernán Agustini, director del Museo de Arqueología de Reconquista agrega que “es la lengua que le da unidad a los cazadores recolectores del Gran Chaco”, como los abipones jaaukanigás, mocovíes y qom, entre otros.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“La gente cree que quienes habitan estos ambientes sobreexplotan los recursos y eso no es así. Todos los ambientes naturales del norte de Argentina, incluso Jaaukanigás, tienen uso de las personas que los habitan. Como es un sitio Ramsar de los más importantes de Argentina la idea es que haya esta integración de la gente en la naturaleza y que los recursos se utilicen de una manera sabia, conservando sin depredar”, explica Giraudo, mientras a un costado el paisano Darío Orrego lo escucha atento, recostado sobre un costado del marco de la puerta de su ranchito levantado con adobe y paja recolectada en el lugar, sobre el albardón a orillas del Tapenagá.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“Todo es dulce de tan pobre”, describió alguna vez al criollo viejo Yamandú Rodríguez en su poema “El remate” (y se cita aquí sin ánimo de romantizar la pobreza). En esos versos pinta Yamandú al hombre del monte diciendo que “anda con los cuatro codos deshilachados de tiempo”. “Yo soy oficial albañil”, se presenta orgulloso don Orrego, y recibe a la comitiva. “Este es mi rancho”, invita a pasar. Afuera hay sólo un claro de tierra frente a la noble construcción natural, un par de gallinas que corretean, un perro que duerme a la sombra de un árbol y su caballo. El resto es monte tupido. Adentro el paisano tiene un catre, un calentador a leña, una botas con barro, la montura de su caballo y un par de cueros y lanas para cubrirse del frío. El hombre de alpargatas bigotudas tiene una destacada sonrisa en su rostro. No mucho más.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Selva en galería
El viaje por Jaaukanigás continúa. Dejamos atrás el Jardín Florido para viajar un par de horas hasta Puerto Piracuacito, a donde nos espera el majestuoso río Paraná, que en esa zona está lleno de yacarés negros que disfrutan del sol tibio del mediodía sobre las orillas de arenas claras y limpias. También nos esperan los cabañeros que nos agasajarán con unos sabrosos pescados cocidos a la parrilla, en fritanga de postas y empanadas de surubí. Una fiesta en el paladar.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Para arribar a Puerto Piracuacito, que en guaraní significa cueva de pez chiquito, hay que viajar por el monte desde la localidad de El Rabón, sobre uno de los cuatro viejos albardones por donde pasaba el tren y las rutas hacia el río y los puertos en la época de La Forestal. También hay que cruzar varios puentes de madera sobre bañados y cursos de agua llenos de irupé, a donde habitan los ciervos de los pantanos, única población amenazada que sobrevive en Santa Fe. Es el valle de inundación del Paraná.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“La Forestal sacaba su producción hacia el Paraná y estos cuatro caminos son hoy los únicos ingresos al lugar”, cuenta apasionado Román Murzyla, que maneja la 4x4 del equipo de Aves Argentinas, es el ex director de Turismo de Villa Ocampo y tiene un complejo de cabañas en la zona. Estos caminos están en Florencia, El Rabón, Las Toscas y Villa Ocampo. Por allí se fue el tanino, llevándose también la fugaz prosperidad que tuvo el lugar, que ahora busca reconvertirse a través del turismo en la naturaleza.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Además de los cabañeros, en Piracuacito viven algunos pescadores que levantaron sus ranchos de paja y adobe, muchos de ellos en palafitos. Es un caserío. “Acá nos corre el agua”, explica don Alcides Sacarías, mientras teje una malla de pesca sobre un claro del monte. “A veces aguantamos la crecida pero cuando sube mucho hay que irse”, advierte. “Después siempre volvemos”.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Las plantas de pomelos y otros frutos muy sabrosos están al cuidado de Pilar Balmaceda, quien también cuece los pescados que trae su compañero del río. “Ahora que el río está bajo sale poco pescado”, dice preocupada por la bajante histórica del Paraná, que lleva media década.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Gente del agua
“Vivimos del pescado y de cuidar las lanchas”, dice Isalina Añasco, dueña orgullosa de un precioso vivero de plantas naturales del lugar, a donde pasea un puñado de pollitos sobre la tierra reseca, junto a su rancho lacustre de picana y sauce, sin luz artificial. “Hay mandioca, batata, de todo… nosotros sembramos”, cuenta.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
-¿Cómo los trata el río?
-Y.. cuando hay creciente nomá’ nos trata mal. Ahí no’ llevamo’ toda’ la’ cosa’ y no’ vamo’ afuera. Lo que podemo’ levanta’ lo levantamo’ y lo demá’ lo ‘lievamo’-dice, con el acento del lugar-. Pero nos gusta estar acá.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Más tarde la gentil anfitriona de cuerpo rudo y grandote que habita un paraíso natural a orillas del Paraná confesará que no sabe nadar. “Varias vece’ me tuvieron que sacar”, se ríe.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Con el paso del tiempo, el antiguo puerto y su poblado fue erosionado por el río. Ya no quedan rastros más que lo que la gente del lugar cuenta. Hoy se ven allí las casas de pescadores artesanales y las Cabañas Don Arturo.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Tras el almuerzo, la comitiva se embarca en un gran tracker tirado por un motor de 115 caballos de fuerza y equipado con asientos para 14 pasajeros a bordo. El timonel es Gustavo Zamar, al frente de un emprendimiento familiar con cabañas y servicios turísticos en la zona. Es un apasionado de su terruño, conocedor de la zona y generoso con la visita. Lo que viene es el denominado Jaauka Tour. Suena atractivo.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
La lancha suelta amarras sobre el Paraná para navegar aguas abajo hacia la boca del Menelli -que desembocará luego en el Paranacito-, un río secundario a través del cual se accede a las selvas en galería con monos carayá, tucanes y gran cantidad de aves.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Ambientes casi inaccesibles muy bien conservados con exuberante vegetación de árboles como el timbó, el ibirá-pitá, el ambaí, el ingá, el sangre de drago; arbustos, plantas epífitas, lianas, enredaderas y plantas acuáticas como el irupé.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Selva en galería
Antes de ingresar al Menelli se ven decenas de yacarés negros al sol sobre los inmensos bancos de arena del Paraná y sus orillas. Al escuchar el rumor de la lancha se sumergen y desaparecen. Entonces asoma al oeste la boca Menelli y la lancha lo penetra. Desaparece el sol radiante y el “techo” se torna verde por la copa de los árboles que caen en galería sobre el río.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El curso de agua que corre vertiginosa es angosto. Se escuchan los carayá y se los ve saltar de rama en rama. Entre las 45 especies de anfibios que habitan este ambiente se destaca la única rana fluorescente descubierta hasta el momento en todo el mundo, la Hypsiboas punctatus. “Es el primer anfibio descubierto que puede aumentar su brillo naturalmente”, cuenta el guía Ignacio “Nacho” Gebala Elías.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El paseo deparará dos sorpresas. La primera es una camada de unas 30 crías de yacarés que nacieron en estos días y descansan camuflados con la greda de la orilla. “No es habitual encontrarlos y poder apreciarlos de tan cerca”, dice Nacho.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
La segunda sorpresa es el hallazgo de ¿monos? “¡No!, no son monos”, corrije asombrado Giraudo al observar con mayor detenimiento. “¡Son coatíes!”. La emoción se explica porque es la primera vez que se los ve en el lugar. Un nuevo registro.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El río corre, la lancha avanza. Antes de desembocar en el Birá Pitá, se ven en una curva del Menelli restos de otra época. Es que por su estado natural y preservación la zona tiene también un valor paleontológico de nuestro pasado geológico. En todo Jaaukanigás hubo numerosos hallazgos fósiles de la megafauna de la época geológica del Plio-Pleistoceno, como megaterios, gliptodontes, estegomastodontes, toxodontes. Las huellas blanquecinas y grises del pasado asoman ahora ante los ojos de los visitantes sobre las capas de la tierra en la barranca, para el asombro de algunos.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Noche adentro
Atrás queda Isalina, atrás quedan también Pilar y Alcides. Los lugareños. La proa de la lancha corta el agua marrón y avanza en el fresco del atardecer por el Pato Cua y más tarde por el Virá Pitá. Sobre las orillas asoman infinidad de yacarés negros que se sumergen al paso de la lancha.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
También asoma su silueta sobre la margen derecha de la lancha un gigante. Se trata de un barco de gran porte que fue "abandonado" en el medio del Paraná, a medio construir, y terminó allí. Los lugareños dicen que es un misterio. Lo cierto es que el buque se recuesta sobre la barranca y llama la atención a su paso.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El destino ahora es el Portal del Humedal, un complejo de cabañas conformado por una cooperativa en Villa Ocampo, junto a la reserva El Pindó. Allí esperan a la comitiva para hacer noche un chivito y un cordero a la estaca. Habrá fogón, guitarreada y la dulce voz del lugar, la de Daniela Massaro, que va a interpretar sus canciones, muchas de ellas sentidos homenajes a los antiguos jornaleros de La Forestal, retratos de pescadores y lugareños. “Ya terminó la zafra, los campos están vacíos, el obrero se va triste y tan pobre como vino, quemado olor en el vino por tanta vida estropeada, de pasar todo el invierno peleando y peleando sueños...”.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Es que Jaaukanigás es también un rescate de la historia, porque se trata de un pueblo originario con saberes ancestrales “que se intentó exterminar mediante un etnocidio a lo largo de la historia por parte del orden colonial español y luego con la formación del Estado Nacional monocultural, con el modelo extractivista agroexportador, a través de campañas militares como la campaña del desierto verde y compañías extranjeras que se fueron adueñaron de gran parte del territorio, como el caso de La Forestal”, detalla Nacho, el guía, en la charla de sobremesa antes del merecido descanso.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Amanece en la isla
El amanecer es indescriptible. Hay que ir a vivirlo. En un intento estéril de aproximación a contarlo se puede decir que la cabaña en palafito que cobijó a la delegación asoma al este junto a un brazo del río con un balcón de madera en el que el humito del primer mate se confunde con el del humedal en el horizonte, contra un rojizo sol que asoma y entibia la piel. El ambiente está lleno de pájaros. Sus cantos en la quietud.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
La segunda jornada en Jaaukanigás propone un circuito de eco turismo en la reserva natural municipal El Pindó, con los miradores El Quebracho y El Yacaré. En el corazón de esta reserva de 36 hectáreas que es un monte bajo de árboles y plantas con senderos que tienen un puente peatonal colgante, habita su rancho don Julio Zarza, un viejo obrajero de 83 años que lleva siempre el machete en su mano derecha y tiene un refinado bigote. “Hay que vivir tranquilo”, dice como un mantra tras el saludo, aunque se le entiende poco porque habla como para adentro. “Cantidad de gente viene acá. Son todos bien recibidos”.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“Yo lo conozco al ‘Guarda’, que andaba siempre sin camisa gritando con una botella de caña en la mano (se ríe). También lo conozco al ‘Cambita’”, rememora. “De aquella época soy”, se ubica en el tiempo, “de cuando vivía el ‘Curi’. ¡Qué hermosa aquella época de los ingenios!”, dice antes de seguir su camino por los senderos del monte.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“Es un bosque en galería muy cerrado, con una biodivesidad increíble”, destaca la guía, Natalia Ruscitti, parada junto a la comitiva bajo un techo verde de árboles, en medio de El Pindó. “Los añosos árboles tienen un gran porte, con una diversidad maravillosa. Los apasionados por las aves nos cansamos de encontrar distintas especies, al igual que los que vienen a buscar mariposas o murciélagos”.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Por tierra, por agua
No hace mucho la bióloga Paula Getar halló en El Pindó varios ejemplares de camboatá blanco, “una especie nunca antes vista en Santa Fe, que sólo se había encontrado en Corrientes, Misiones y Formosa”, cuenta la especialista que escribió un libro sobre los árboles de la provincia (publicado por UNL) y mantiene en la zona junto a su hermano la reserva Doña Sofía, en homenaje a su abuela.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Lo que sigue en el viaje es aventura por el monte en tierra firme. Primero una cabalgata de 3 km. por un impenetrable en el Paraje San Vicente, a orillas del Río Paraná Miní, en Villa Ocampo; y más tarde una bicicleteada por la misma zona. Hay que seguir cansando el cuerpo para el disfrute en la naturaleza.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Rubén Blanco encabeza la tropa y guía al resto. A paso lento va contándole a la gente sobre el lugar. Por momentos hay que esquivar las ramas del monte, porque el caballo avanza y no da tregua. Luego vendrá una gran laguna y unos esteros muy preciosos. El baquiano ensilló temprano cada caballo y le enseña a trepar al lomo a cada uno. El paseo termina donde comenzó. Ahora toca la mountain bike por los senderos de ripio. Una sensación distinta, por lomadas y claros del monte, antes de la caída del sol.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Tras la cena en un restaurante de la zona el contingente se hospeda en el confortable complejo de cabañas Sammer de Las Toscas. A reponer energías porque todavía falta la tercera jornada.
El Bajo Vénica
El último destino por visitar cambiará el paisaje de selva por un enorme palmar. Es el denominado Bajo Vénica, en el paraje El Timbó, muy cerca de Avellaneda.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Se trata de un increíble y poco conocido reservorio de palmeras caranday al que sólo se accede en un unimog cuando el río crece y el humedal salado y deprimido se inunda. Su nombre hace referencia al apellido de la familia propietaria del lugar, los Vénica, cuyos ancestros friulanos llegaron hace varias generaciones al lugar. Este palmar con ejemplares de más de 130 años también cobija un secreto teñido de leyenda.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Entre las vacas que pastorean por este campo privado cedido a los visitantes se multiplican las aves, como la garza blanca y mora, el pato rosado, los chajás y ñandús. Aquí habitan también los únicos yacarés overos de la zona. Los lírios violetas pintan el paisaje pero el único ejemplar de palmera cuatro gajos hallado en el mundo es la joya del Bajo Vénica. Una rareza natural que los biólogos explican argumentando que podría tratarse de una palmera desgajada a la que le crecieron cuatro ramificaciones. El ejemplar es centenario.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Pero también hay otra explicación para el fenómeno. Una leyenda popular que inmortalizó la profesora de Literatura Melina Vénica, nieta de don Agustín Vénica. En su relato “La palmera de cuatro horquetas” cuenta la autora que cuatro hermanos (Evaristo, Agustín, José Luis y Martín), miembros de su antepasado, penetraron un día el lugar con sus herramientas de labranza para trabajar sin descanso. “Sin darse cuenta, el anochecer los encontró arando, sembrando y juntando malezas, y decidieron pasar la noche allí, bajo el frío invierno que terminó con la vida de los cuatro hombres”, continúa. Tras varios días de búsqueda no lograron encontrarlos. En cambio hallaron “erguida con majestuosidad una gran palma con cuatro gajos, como implorando a Dios el amparo y la protección divina”.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
“Esta palmera de cuatro horquetas, con todo su esplendor y belleza, simboliza la valentía y fortaleza de aquellos aguerridos hombres que ofrecieron su vida para que sus descendientes no decayeran y continuaran sosegando la madre naturaleza y todo lo que hay en ella, tan generosa a veces, tan despiadada muchas otras”, finalizó su relato.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El recorrido por el Bajo Vénica culmina sobre un albardón florido y forestado sobre el arroyo Los Amores, con un precioso complejo de cabañas a través del cual se puede navegar en kayaks y SUP entre yacarés y otras especies.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
El valor natural
Tras recorrida durante varios días muchos sectores de este maravilloso suelo santafesino, antes de regresar a la Capital decanta la pregunta al biólogo Giraudo, que tanto recorrió este suelo y estas aguas durante las últimas décadas.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
-¿Qué es Jaaukanigás para el mundo?
-Es un lugar muy necesario para un planeta que está sufriendo la sobre extracción de recursos naturales y generando problemas evidentes como el cambio climático. El aporte de Jaaukanigás al mundo es la conservación del sector del río Paraná menos intervenido por el hombre, sin represas ni poblaciones masivas. Un Paraná que está entre los 8 principales ríos del mundo y es el segundo de Latinoamérica, después del Amazonas, y que aporta agua de calidad a toda la región de la Cuenca del Plata, además de la productividad de peces, sus bosques, bañados y naturaleza, que aportan oxígeno al ambiente y regulan el clima.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
-¿Cómo hay que preservarlo?
-Ese es uno de los mayores desafíos del siglo XXI y seguramente lo deberá afrontarlo toda la humanidad. Debemos garantizar un desarrollo sostenible, equilibrado, utilizando los recursos naturales que se necesitan pero también respetando los ciclos de reposición, sin sobreexplotarlos ni contaminarlos.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
Aquí hay pesca artesanal y deportiva, ganadería en las islas, y esas actividades reguladas sabiamente redundan en las economías regionales, sin quitarle la capacidad al río de brindarnos los servicios esenciales. El Comité de manejo de Jaaukanigás trazó planes de manejo y de ecoturismo para que todo se desarrolle en armonía con la naturaleza.
Fotorreportaje en Jaaukanigás. Pablo Rodas.
La camioneta marcha al sur hacia Santa Fe sobre la ruta 11. El viaje culmina. Sobre el asfalto aparece a lo lejos un bulto. Es una enorme serpiente curiyú de al menos un par de metros de largo con un diámetro más ancho que un brazo humano. Hay que evitar atropellarla para que vuelva al margen y se interne nuevamente en el campo, su hábitat. Quedan atrás infinidad de impresiones. Y la promesa de volver a Jaaukanigás a disfrutar su naturaleza y la amabilidad de la gente del agua.