Luis María Calvo
Luis María Calvo
A fines del siglo XVIII, el movimiento portuario de Santa Fe, localizado en la curva que el río formaba a la altura de calle Rioja, alentó el asentamiento de un núcleo de nuevos vecinos. El denominado "Barrio del Puerto", a ocho cuadras al norte de la plaza principal en la que hasta entonces había confluido toda la vida ciudadana, era la expresión de una realidad urbana en transformación. Se trataba de un barrio de extramuros, utilizando una expresión de América colonial enraizada en la concepción medieval de las ciudades europeas, aplicada en el caso de Santa Fe (que nunca tuvo murallas) para indicar que se trasponían los límites del trazado fundacional.
Allí, hacia 1820, se establecen el catalán Antonio Sastre y Gerónima Rodríguez, su mujer montevideana, quienes en 1816 durante la invasión portuguesa de la Banda Oriental debieron emigrar, primero al Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay) y luego a Santa Fe. Sastre y su mujer, traen consigo a sus hijos -entre ellos Marcos, nacido en Montevideo en 1808- y, por haber adherido a la causa revolucionaria, Antonio y Gerónima traen también como condecoración el apodo de "El Patriota" y "La Patriota".
En 1822 Antonio Sastre ya forma parte del comercio santafesino. Ese año adquiere una propiedad ubicada estratégicamente para el desenvolvimiento de sus actividades comerciales: una casa de techo pajizo en el "Barrio del Puerto", sobre lo que hoy es calle 25 de Mayo entre Mendoza y Primera Junta. El terreno tenía su frente al oeste, mientras que su fondo al este corría "hasta dejar franco el tránsito del río"
La ubicación de ese solar favoreció el contacto de su hijo Marcos, ya adolescente, con el paisaje ribereño, el puerto y las islas, despertando una pasión por la naturaleza litoraleña que lo llevaría, ya en su edad madura, a pasar temporadas en el Delta del Paraná y a construir con sus propias manos un rancho. En su libro "El Tempe argentino", publicado en 1858, describe el paisaje del Delta e inserta vívidas descripciones y recuerdos referidos a sus años santafesinos.
En el capítulo que dedica al tigre o yaguareté escribe:
"He conocido uno, comprado por mi padre en Santa Fe, tan manso y dócil que cualquiera lo manejaba con un cordelito, y nunca se lo tuvo enjaulado, ni se le cortaron las uñas y los dientes. Era adulto y de un gran tamaño, se dejaba manosear por todos los de la casa: una negra que lo cuidaba solía retozar y revolcarse abrazada con el tigre, como pudieran hacerlo dos perrillos juguetones. Habiéndose trasladado mis padres a Buenos Aires, el yaguareté, como miembro de la familia, fue también de los de equipaje; el tigrazo iba en un carro junto a la negra, mirando con indiferencia a la muchedumbre de curiosos que lo seguían por las calles de esta ciudad".
También en ese libro dejará plasmado su espíritu de aventura, estimulado por la naturaleza salvaje de las islas:
"Más de una vez (...) he cometido la imprudencia de acompañar al cazador de tigres; pero mi adversa o favorable suerte rehusó cumplir mi intento temerario pues no dimos con ninguno, a pesar de haber hecho largas excursiones a caballo, durante días enteros, y con buenos perros de pista, por la dilatada isla de Santa Fe, entonces inhabitada y montuosa".
En 1825 Marcos Sastre abandonó el hogar heredado de sus padres en Santa Fe, "una esquina techada de paja con su armazón y mostrador correspondiente con su frente a la Alameda", donde más tarde se levantaría el edificio del Banco Municipal de Préstamos y hoy funciona la Biblioteca Municipal Profesor Enrique Muttis. En 1837 en su librería de Buenos Aires fundó el Salón Literario que congregó a intelectuales interesados en la literatura, la política y el progreso científico, como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, Pedro de Ángelis, Miguel Cané (padre) y otros.
A mediados de 1849, Marcos Sastre volvió a Santa Fe convocado por el gobernador Pascual Echagüe para dirigir el Colegio San Jerónimo, de cuyo prospecto fue autor y en el que los alumnos recibían educación gratuita bajo la premisa que "la instrucción política sería eminentemente republicana, americana y federal". A mediados del año siguiente dejaba Santa Fe para continuar con su trabajo educativo en Paraná. En efecto, desde 1844 hasta su muerte en 1887 Marcos Sastre dedicó su vida a la educación. Preocupado por la enseñanza, fue autor del libro "Anagnosia o arte de enseñar y aprender a leer", que publicó en 1849 en Santa Fe, en 1851 en Entre Ríos y en 1852 en Buenos Aires. Con este libro Sastre trató de dar a los educadores un procedimiento práctico y de resultados rápidos, y de uniformar los procedimientos de enseñanza.
Sin embargo, su recuerdo permanecería entre los santafesinos por otro motivo, especialmente entre quienes interesa la historia urbana y arquitectónica de la ciudad. A su afición por el dibujo y a su espíritu inquieto se debe que, en 1824, cuando tenía tan sólo 16 años, haya ocupado su ocio santafesino recorriendo la ciudad y dibujando un plano en el que delineó minuciosamente todos sus edificios con indicación de los patios, huertas, recovas, balcones, azoteas y otras particularidades descriptivas. El plano original se conserva en el Museo Histórico Nacional y fue publicado por primera vez en 1941 por Hernán Busaniche en su libro "Arquitectura de la colonia en el Litoral", desde entonces ha sido reproducido innumerables veces como una de las piezas más importantes de nuestra cartografía histórica.
El plano fue dibujado por un adolescente Marcos Sastre sin propósito conocido. Es un dibujo coloreado con acuarela en el que la falta de rigor técnico está compensada con una alta capacidad de observación y de interés por representar la real ocupación del suelo urbano. Aun cuando las superficies cubiertas por los edificios institucionales y domésticos no están representadas en escala y resultan desproporcionadas en relación con las manzanas, es evidente la utilidad que el plano ofrece para estudios de tejido urbano y de tipología de vivienda.
En ese entonces la ciudad apenas se había extendido más allá del trazado colonial y las novedades urbanas eran pocas: el antiguo convento mercedario aparece en ruinas, se registra el Hospital en el sector sur de la traza (donde hoy está el Centro Cívico) y se dibuja el tramo de calle que ha seccionado la antigua propiedad de dos manzanas de la Compañía de Jesús. Por otra parte, se distinguen un "puerto viejo", más próximo al área central, y un "puerto de barcas" en el recodo que el río hacía en el ángulo noreste.
La coloración distingue los edificios cubiertos de teja, los de azotea y los pajizos. Se cuida de representar los corredores o "recova" que en el borde norte de la plaza tenía la más que centenaria casa de Juan de Rezola, entonces de Juan Francisco de Larrechea. La vieja quinta de Tarragona funcionaba todavía como Aduana y los patios de la vieja Procuraduría de Misiones alojaban el Parque de Artillería. La densidad de la edificación es nítida en las manzanas del entorno de la Plaza; pero hacia la periferia el tejido se desgrana en cuerpos aislados de construcciones pajizas. Las esquinas parecen ser la localización preferida de los edificios que incorporan como novedad tecnológica la cubierta de azotea con ladrillos y tejuelas.
Por estos años, aunque el plano no lo registra, las calles recibían nombres dados por la costumbre: calles del Cabildo, de la Merced, del Parque de Artillería, de la Matriz, bajadas de Andino, de Núñez, etcétera. Es decir, persistía la práctica usual en la ciudad colonial en la que la nomenclatura tenía un sentido funcional y cotidiano, no simbólico ni conmemorativo.
La ciudad que representa el plano de Marcos Sastre todavía conservaba en 1824 los rasgos que había consolidado durante el período hispánico y es el momento de la llegada de extranjeros como Juan Parish Robertson que haciendo honor a la literatura de viajeros anglosajones, por esos años aporta descripciones sugerentes en imágenes.
"La ciudad -dice Robertson- es de pobre apariencia, construida al estilo español, con una gran plaza en el centro y ocho calles que de ella arrancan en ángulos rectos. Las casas son de techos bajos, generalmente de mezquina apariencia, escasamente amuebladas, con tirantes a la vista, muros blanqueados y pisos de ladrillo, en su mayor parte desprovistos de alfombras o esteras para cubrir su desnudez. Las calles son de arena suelta, con excepción de una, en parte pavimentada. Los habitantes de la ciudad y suburbios son de cuatro a cinco mil".
El plano, dibujado sin rigor cartográfico es, sin embargo, un registro muy importante que documenta el estado de la ciudad poscolonial, cuando bajo el gobierno del brigadier Estanislao López se ha constituido como capital de uno de los nuevos estados provinciales. En base al plano de Sastre, Agustín Zapata Gollán encargó al profesor Ángel Werlen la ejecución de una maqueta que se exhibe en el Museo Etnográfico y Colonial, y que hasta el día de hoy sirve como recurso para imaginar cómo fue el entorno de la Plaza 25 de Mayo hace doscientos años.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos
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