Por Verónica Dobronich
Por Verónica Dobronich
En un mundo hiperconectado, donde los estímulos digitales abundan y las recompensas inmediatas se han vuelto moneda corriente, algunos buscan refugio en un concepto tan curioso como controvertido: el ayuno dopaminérgico.
Promovido inicialmente por figuras del ámbito tecnológico de Silicon Valley, esta práctica promete “reiniciar” el cerebro y recuperar el control de la atención, la motivación y el bienestar. Pero, ¿qué hay de cierto detrás de esta tendencia?
El ayuno dopaminérgico, o dopamine fasting en inglés, consiste en abstenerse temporalmente de actividades placenteras o estimulantes como redes sociales, comida ultraprocesada, videojuegos, sexo, compras, alcohol e incluso conversaciones triviales. La idea central es reducir la sobreestimulación del cerebro y permitirle “descansar” para luego experimentar placer con mayor intensidad y conciencia.
A diferencia del ayuno alimentario, el objetivo no es el cuerpo, sino la mente. Sus promotores aseguran que, al reducir la exposición a estímulos dopaminérgicos, el sistema de recompensa del cerebro se regula, disminuye la ansiedad y se mejora el autocontrol.
Aquí es donde el entusiasmo se encuentra con la realidad. La dopamina no es un enemigo, ni una sustancia que pueda “ayunarse” como si fuera azúcar. Es un neurotransmisor clave en funciones como el aprendizaje, la motivación y el movimiento. “No se trata de un químico del placer, como suele creerse, sino de uno del deseo y la anticipación”, explica la neurocientífica argentina Valeria Carranza.
No hay evidencia científica sólida que respalde que dejar de ver series o comer chocolate “resetea” la producción de dopamina. De hecho, los niveles de este neurotransmisor están regulados por mecanismos biológicos complejos que no responden de forma directa a una “dieta de estímulos”.
Lo que sí está comprobado es que la sobreexposición constante a recompensas inmediatas —scroll infinito, likes, notificaciones— puede afectar la concentración, aumentar la ansiedad y generar hábitos compulsivos. En ese sentido, el ayuno dopaminérgico se asemeja más a una forma de detox digital o mindfulness extremo que a una intervención neuroquímica real.
Aunque la premisa neurobiológica sea discutible, muchos encuentran valor en la práctica. El solo hecho de tomar conciencia del uso compulsivo del celular o de los alimentos reconfortantes puede generar un efecto positivo. “No es dopamina lo que nos falta o nos sobra, sino regulación emocional”, apunta la psicóloga Marina Borrás.
Por eso, algunos profesionales de la salud mental prefieren resignificar el concepto: en lugar de un ayuno de dopamina, proponen hablar de higiene mental o descanso cognitivo. Limitar el acceso a estímulos adictivos puede ser una forma de reconectar con el presente, regular la ansiedad y fortalecer la atención plena.
Como muchas modas del bienestar, el ayuno dopaminérgico camina por una delgada línea entre el autoconocimiento y la pseudociencia. Presentarlo como una cura mágica o un biohacking cerebral es simplificar en exceso. Pero también sería injusto descartarlo del todo.
Quizás, más allá del nombre, lo que revela esta tendencia es una necesidad cada vez más urgente: reaprender a aburrirnos, a esperar, a sentir sin necesidad de estímulos constantes. En un mundo saturado de dopamina artificial, tal vez lo revolucionario sea simplemente desconectar.
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