Romina Santopietro

El gran acordeonista conversó con Nosotros acerca de su historia, de su camino por el mundo y su labor para hacer conocer el chamamé más allá de nuestras fronteras.

Romina Santopietro
Raúl Barboza se encuentra realizando una serie de conciertos en una gira que lo trajo primero a Brasil y luego a nuestro país. En una amena entrevista telefónica, el eximio artista rememoró su entrañable herencia chamamecera y habló de su amor por la música. En este reencuentro con Argentina, el músico desgranó recuerdos de su aquilatada trayectoria.
Se define como un trabajador de la música, respetuoso con todas las personas, y principalmente de su público. Confiesa que ha llegado a actuar con fiebre, sin sentirse realmente bien, porque que jamás defraudaría a las personas que compraron una entrada para verlo tocar. Considera que ese es el compromiso más sagrado e importante para él.
Se considera un hombre sencillo, con mucho apego a su familia y al espíritu que le infunde a su música.
Raúl Barboza siempre habla de sus padres y de cómo ellos lo llevaron por el camino amoroso de la música. "Desde el vientre de mi madre yo soy músico. Amo lo que hago. Desde los 10 años que comencé a viajar con mi padre, la música es mi todo. Al principio, claro, porque era chiquito. Después porque había lugares donde no podía entrar por ser menor, sin la compañía de mis padres. Al principio viajé por toda Argentina, luego Brasil, más tarde Ecuador... Tres veces viajé a Japón, fui a la Unión Soviética, a Europa... Siempre intentando hacer conocer la música del litoral, que no era tan conocida como el tango o algunas músicas del Noroeste de nuestro país", relata, con voz amable, mientras se pierde en los recuerdos y nos lleva con él.

Ante la pregunta sobre si alguna vez incursionó con otros géneros, responde, contundente que toca otras músicas. "Nada es prohibitivo. Yo puedo tocar tango, músicas brasileñas, que me encantan. Para difundir música, yo toco música de mi región. Siempre quise hacer conocida esta música. Quería que se conociera ue el chamamé no solamente es para bailar. Si bien en todo el mundo el baile y la música están ligados, hay otros sonidos, otras melodías que son para escuchar y disfrutar. Hay momentos donde hay que sentarse y escuchar. Yo quería que pase eso con mi música", explica.
Cuenta que siempre tocó como le salía, y no siempre como quería. "Escuchaba a los Troilo, a Piazzola, a Coco Marolla, Ernesto Montiel, a Di Filippo, a Gardel, o música clásica. Y todo eso fue nutriendo mi almácigo, y de esa manera comenzaron a brotar rosas de otros colores, pero una rosa al fin", grafica.
"En muchos casos no fui aceptado. Muchos me decían que tocara de forma más simple. Querían bailar, querían el sapucay, las palmas... y con mi música no se podía bailar. Mi música es para escuchar".

"Yo no leo partituras. Soy un gran improvisador. Escribo la música, pero no la leo. Aprendo la música y le voy dando mi forma. Tiene la forma de mi sentimiento. De mi espíritu", explica con sencillez.
"Todas las personas nacemos con un ideal. Yo soy músico. Mis padres son correntinos. Yo soy de vientre guaraní. Mi sangre es guaraní. Mi mamá me contaba que cuando yo aún estaba dentro de su vientre, cuando iban músicos a ensayar a mi casa con mi papá, que también era músico, mi familia fue siempre muy modesta. Yo no tengo autos o casas lujosas. Yo vivo al día, como cualquier obrero. Como lo fue mi papá. Y cuando en mi casa había música de chamamé, mi mamá me contaba que yo empezaba a moverme y la pateaba desde la panza. O sea que yo ya nací músico, desde el mismo vientre de mi madre".
Y verdaderamente lo trae desde el alma y desde su concepción, porque asegura que nadie le enseñó a tocar el acordeón, ni la guitarra. Aprendió solo. "Hay algo más profundo que no puedo explicar por qué se me dio esto".
Barboza es un caballero galante, respetuoso y amable. Tiene gran humildad, no se considera un grande, aunque lo sea, y posee el carisma propio de quien se sabe bien criado, un hombre de bien.
"Cuando uno es músico, primero hay que saber hablar. Hay que ser cortés, sobre todo con las damas. De cualquier edad. Uno debe ser siempre correcto y amable. Eso aprendí yo de mi papá y de mi mamá", declara orgulloso.
"Otra cosa que aprendí es que yo con esto no juego. Yo no me he vendido a hacer músicas que me den dinero fácil. Cuando me ofrecieron eso, les expliqué que yo no trabajo para ganar mucha plata. Mi trabajo es hacer conocer la música que yo amo".
Logró viajar por todo el mundo, incluso fue invitado a tocar en festivales de jazz, por esa impronta de no tocar nunca de la misma manera, y de ser un exquisito improvisador.
"Todo lo que fui escuchando durante toda mi vida, lo escuché para conocer y aprender. ¿Qué hay en el mundo además del chamamé, del tango, del jazz? Y hay tanto para conocer y escuchar y aprender. Y es como cuando uno hace una ensalada. De repente los sabores tienen algo pequeño que perfumó toda la ensalada", detalla.

"Yo no busco que cuando alguien me escuche diga 'Ese es Barboza'. No lo busco, ni me sale así. Pero sí sé que mi sonido es mío".
Confiesa que cuando era más chico ensayaba más. Ahora, practica una media hora, aproximadamente. El entendimiento con sus compañeros de banda es ya impecable, la amalgama de sonidos fluye sin problemas y son capaces de seguir su guía y sonar maravillosamente bien. "A veces me olvido de la tonalidad de Merceditas, por ejemplo. Las formas de tocar en distintas tonalidades es la misma, y mis compañeros y yo logramos hacer improvisaciones musicales sin tener los conocimientos que dicen que hay que tener para poder hacerlo. Somos como una entidad, nos entendemos muy bien. Hace 30 años que tocamos juntos".
"Siempre me las arreglo para tocar. Porque yo A la gente que ha comprado una entrada para verme, tengo un compromiso con la gente que me está esperando, que ha pagado para verme, para escucharme. Siento una enorme responsabilidad y respeto por quien viene a verme".
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