El 10 de enero de 1883 muere en la posta de El Suncho, Catamarca, Fray Mamerto Esquiú, a la sazón obispo de Córdoba, cargo al que había accedido a pesar de sus negativas reiteradas y ante las insistencias del papa. Antes, en1870, había sido propuesto como obispo de Buenos Aires. No aceptó.
Mirá tambiénJuan María Gutiérrez, el constituyente enamoradoEn 1879, Esquiú recibe la primera propuesta del papa y por fin, rendido ante las insistencias, acepta el Obispado de Córdoba. Había nacido en Catamarca el 11 de mayo de 1826 y con solo quince años ingresó al noviciado de Frailes Menores de la Provincia Franciscana de Asunción, ordenándose en 1849.
Esquiú tuvo una sólida formación intelectual en historia, ciencias naturales, matemáticas, historia universal y hasta traducía del francés y el italiano. Sus virtudes canónicas y religiosas son ampliamente conocidas y actualmente se encuentra en proceso de beatificación como Venerable Siervo de Dios. Vamos a referirnos a sus virtudes cívicas.
La cultura de los frailes
Justamente, la cultura de los frailes era el fiel reflejo de los tiempos medievales, en donde la misma se refugiaba en las ordenes conventuales, al estilo de lo que ocurre en "El nombre de la rosa" (novela de Umberto Eco). En las Provincias Unidas (confederadas de hecho, pero devastadas por la anarquía y las guerras civiles), finalizadas las luchas de emancipación, fracasados los diversos intentos constituyentes, ensangrentada por las matanzas de civiles entre unitarios y federales y los desmembramientos territoriales (con fronteras imprecisas y mal trazadas, el conflicto entre criollos, la ciudad, los pueblos aborígenes envalentonados con el caballo, esa formidable arma de guerra), la cultura también se había refugiado y sostenido en conventos y universidades religiosas.
Las actas de las asambleas independentistas, de los "cabildos abiertos", consignan en sus listados de participantes a clérigos, militares y comerciantes enriquecidos y muestran que la cultura de la época pertenecía de hecho a tales elites. Sarmiento, en su célebre "Facundo", traza un gran fresco de aquel largo momento histórico, con su prosa magnífica y sus afirmaciones exaltadas y polémicas, y desde su invocación preliminar "¡Sombra terrible de Facundo...!" arrebata con su elocuencia al lector más indiferente.
El "Poema conjetural" de Jorge Luis Borges (1943) da cuenta también del destino trágico en esas "tardes ruinosas". Pero los acontecimientos históricos siguen su atropellada marcha y en el escenario de violencia y muerte, muchos espíritus claman por la paz y una constitución. Cuando Inglaterra invade Las Malvinas (1833), el brigadier Estanislao López adhiere a las protestas contra el acto ilegal, pero advierte que la usurpación es también una consecuencia de la falta de organización del país. Y entonces clamará por una constitución que nos saque de la anarquía hasta el último suspiro de su vida (1838).
Pero en el puerto, el dueño de la aduana de Buenos Aires, con astucias y pretextos -algunos ciertos y otros inventados-, daba largas a todo intento de organización constitucional. Y mostraba que el manejo delegado de las Relaciones Exteriores de las provincias era un duro sacrificio personal, que lo impelía a reiterar sus renuncias insinceras no aceptadas, pues el sistema de sumisión (y adulación) instalado era poco menos que absoluto.
El Pronunciamiento de Urquiza y el dictado de la Constitución Nacional, en aquel digno solar de nuestra Plaza de Mayo, a unos pocos centenares de pasos de donde escribimos esta nota, abriría la nueva etapa de la Organización Nacional. Pero la paz no llega, se demora y aún no llega. Buenos Aires provoca su secesión y la Confederación Argentina se reúne en torno de Paraná, su capital. Urquiza multiplica sus denodados esfuerzos para que el texto sea aceptado por la joven república y pide que el 9 de Julio de 1853, fecha emblemática, sea jurada por la Confederación.
"Nos alegramos de vuestra gloria"
Tal el título, en latín "Laetamur de gloria vestra", que el joven fraile Esquiú elige para su sermón, pronunciado en la Iglesia Matriz de Catamarca para el juramento requerido por el presidente. Tenía solo 27 años y muchos esperaban que, por razones religiosas y antiliberalismo, rechazara la nueva Constitución. ¡Triste o, más bien, feliz equivocación! Con palabras encendidas, Fray Mamerto Esquiú hace el más espléndido alegato conocido y, cual imperativo categórico kantiano, pide la aceptación de la Ley Fundamental de la República.
Aquí nos permitimos extractar algunos de los vibrantes párrafos del famoso sermón:
"¡Argentinos!: es por esto, que al encontrarnos en la solemne situación de un pueblo que se incorpora, que se pone de pie, para entrar dignamente en el gran cuadro de las naciones, la religión os felicita, y como ministro suyo so vengo a saludar en el día más grande y célebre con el doble grandor de lo pasado y de lo presente, en el día que se reúne la majestad del tiempo con el halago de las esperanzas. (...) Pero llega la constitución suspirada tantos años de los hombres buenos; se encarama ese soplo sagrado en el cuerpo exánime de la República Argentina...a mis ojos se levanta la patria radiante de gloria y majestad. (...) Sin embargo, el inmenso don de la constitución hecho a nosotros, n sería más que el guante tirado a la arena, si no hay en lo sucesivo inmovilidad y sumisión: inmovilidad pro parte de ella, y sumisión. (...) Este día me parece semejante al día memorable de los israelitas, cuando después de setenta años de cautividad, saludaban por primera vez su patria desierta, cubierta de ruinas, y rodeada de enemigos; postrados bañaron de lágrimas su postrado suelo, y levantándose se apresuraron a edificar sus casas y a alzar su templo. ¡República Argentina! ¡Noble Patria!¡Cuarenta y tres años has gemido en el destierro, medio siglo te ha dominado su eterno enemigo en sus dos fases de anarquía y despotismo!¡Qué de ruinas, qué de escombros, ocupan tu sagrado suelo! Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores y nuestras manos no descansarán hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden, vida y prosperidad! (...) Aun es más necesaria a la vida de la república la sumisión a la ley, una sumisión pronta y universal, sumisión que abrace desde este momento nuestra vida..."
Y el bravo fraile finaliza su exhortación reiterando mandatos de acatamiento al nuevo orden constitucional, en pro de un gobierno no de hombres, sí de leyes:
"Obedeced señores, sin esa obediencia no hay ley, sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen solo pasiones, desorden, anarquía, desolación, guerra y males del que Dios libre eternamente a la República Argentina y concédanos vivir en paz y orden sobre la tierra" .Y nosotros también exclamamos: Laetamur de gloria vuestra".
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y la Asociación Museo y Parque de la Constitución Nacional.
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