I
I
Estamos gobernados por embusteros y farsantes. Y el diagnóstico podría ampliarse a otros atributos morales y psicológicos. Lo preocupante es que los principales responsables del poder son los titulares de semejantes "virtudes cívicas". Los gobernantes mienten con un descaro candoroso. Hoy dicen una cosa, mañana dicen exactamente lo contrario y no se les mueve un pelo. Impávido, impertérrito e impasible, el presidente de la nación afirma que Nisman se suicidó cuando sobran los audios en los que asegura a voz de cuello que a Nisman lo mataron. Alberto Fernández en este punto ya es un clásico. Un clásico en el arte de devaluar la palabra. No es el único. El otro vértice del poder nacional, Sergio Massa, ha hecho todos los méritos imaginables para ganarse el apodo de "Ventajita". El que vociferaba que iba a meter presos a los ñoquis de La Cámpora, ahora es su aliado privilegiado. El denominado superministro es apenas un esforzado vendedor de humo. Se dirá que en todos los países del mundo y en todos los tiempos históricos los políticos han mentido, han falseado, han hecho trampa. Puede ser. Pero convengamos que en la Argentina en los últimos tiempos nos hemos esmerado. A la hora de corromper y falsear, el peronismo no ha hecho buena letra, hizo caligrafía.
II
El presidente Fernández se superó a sí mismo en su reciente entrevista televisiva. No solo que desde su investidura, y desentendiéndose del más mínimo escrúpulo republicano, descalificó el alegato de los fiscales, sino que acto seguido procedió a montar una escena que podría calificarse, según el punto de vista, de grotesca, siniestra o sórdida. Lo más notable es la gratuidad del acto. Admitamos que, atendiendo a las singulares relaciones de dependencia con la viuda de El Calafate, el presidente se ve obligado a ejercer las armas de la crítica contra los fiscales, pero las referencias contra Nisman fueron absolutamente innecesarias, un aporte singular de nuestro presidente en el arte del vidrioso juego de lo perverso, quien no conforme con ello, cerró su intervención con esa frase exquisita en la historia universal de la infamia: "Nisman se suicidó, pero espero que Luciani no lo haga". Una interpretación arribaría a la conclusión de que don Corleone no lo hubiera hecho mejor. El juego perverso de la media palabra, la amenaza insinuada, la sugestión de la frase. ¿Una amenaza del presidente de la nación al fiscal que elaboró un dictamen que no le agrada? ¿O simplemente un alarde fanfarrón de poder, una torpeza verbal propia de un personaje cuya estabilidad emocional preocupa incluso a sus propios colaboradores?
III
Cristina Fernández de Kirchner ha batido todos los récords. Nadie en la historia argentina acumuló tantos procesos, nadie acumuló tantas pruebas en su contra y nadie acumuló tantos pesos desde el poder. Que el régimen que ella y su marido lideraron fue corrupto es una verdad de una evidencia que encandila. Solo la disponibilidad de palancas del poder, la certeza prepotente de que constituyen una elite de poderosos que disponen de privilegios propios de señores feudales, les permite estar libres. El aporte que el kirchnerismo hace a la historia de la corrupción es que dispone de murgas que los festejan, algunos porque forman parte del negocio y otros porque les encanta el rol de idiotas útiles. Sin ir más lejos, el martes pasado la Señora lució sus atributos y habilidades. Habló una hora y media desde el despacho de la presidencia de la Cámara de Senadores para explicar que le negaban el derecho a la defensa. Todas las tretas de la comedia, todas los arrumacos de la farsa, todos los hábitos del cinismo, todos los ardides del embustero, fueron practicados como en los mejores tiempos de las prolongadas cadenas nacionales. El talento para mentir por emisión y por omisión. Lo asombroso no es tanto su audacia para falsear, mistificar y victimizarse, lo asombroso es la credulidad de sus seguidores, pero más que credulidad, lo que merece destacarse es la fe de cruzados alrededor de causas devaluadas. "A hacernos promesas que nunca han cumplido y a elogiar divisas ya desmerecidas", rezaba una de las estrofas de "El Orejano". No hay orejanos en las filas kirchneristas; hay alcahuetes, cómplices, serviles y alienados.
IV
Solo una profesional en el arte de embaucar y vender espejitos de colores puede disponer de la audacia verbal de presentar a José López, un kirchnerista de paladar negro, un miembro de la mesa chica de la banda de Santa Cruz, como un operador macrista. Se necesita del descaro del cuentero, la insensibilidad del psicópata, para decir que los bolsos revoleados por uno de sus funcionarios privilegiados iban destinados a Macri. Y se necesita de una credulidad que oriya en la alienación, para suponer que hay aunque más no sea algunas gotitas de verdad en esa farsa. ¿Vale la pena decir que el banco Finansur era de Cristóbal López y que menos del diez por ciento de los millones de dólares lanzados a los muros de un convento como filosas oraciones al Espíritu Santo, pertenecían a ese banco que casualmente fue clausurado durante la presidencia de Macri? ¿Importa decir que, incluso aunque fuera cierto que el socio de López fue el señor Caputo, lo que ella debe dar explicaciones en esta causa es qué hacía uno de los funcionarios más importantes de su proyecto de poder peregrinando en las sombras con bolsos cargados de millones de dólares? Que lo investiguen a Caputo y que lo deporten a Pepín, pero las hipotéticas culpas de estos caballeros no disimulan ni ocultan los delitos de la banda por los que ella está procesada. Que indaguen al señor Eduardo Gutiérrez, pero ya que mencionamos ese nombre no estaría de más averiguar las relaciones de López y Cristina con el señor Gutiérrez, pero no Eduardo sino Fabián Gutiérrez, degollado por los mazorqueros de El Calafate después de haberse iniciado como secretario de la pareja real y haber acumulado, gracias a sus buenos oficios, una formidable fortuna, esas fortunas que en su monto y celeridad solo los kirchneristas saben acumular haciendo de ese prosaico oficio una verdadera obra de arte.
V
Se dice que alguna vez el dictador Francisco Franco le aconsejó a uno de sus colaboradores lo siguiente: "Nunca olvides que serás prisionero de tus palabras y dueño de tus silencios". La Señora ha probado que la tiene sin cuidado la celda de las palabras, pero suele ser muy cuidadosa con sus silencios. Durante una hora y media de arenga no dijo una palabra acerca de Lázaro Báez. Es decir, no habló de lo que realmente importa, no dijo una palabra del modesto empleado bancario que gracias a las maravillas populistas patagónicas acumuló una fortuna cuya manifestación más simbólica y suntuosa es la caravana de autos de alta gama y las cuentas corrientes desbordadas de dólares. Un aporte hay que reconocerle en el arte de la acumulación de fortunas con habilidad de malandrino. Si a fines del siglo XIX para los denominados terratenientes la medida de acumulación de tierras era la hectárea, el distinguido testaferro de los Kichner aportó el arte de acumular no en hectáreas sino en kilómetros. Los campos del compañero Lázaro multiplican por cuatro la extensión de las islas Malvinas; un guiño sugestivo a los afanes de nuestros irredentos nacionalistas. Nobleza obliga: Lázaro Baéz ha demostrado una singular generosidad y un conmovedor sentimiento de lealtad construyendo un ostentoso panteón para que descansen los restos de su jefe. Las fotos de Lázaro con la viuda y sus hijos, los tonos sombríos con velos y encajes, recuerdan algunas escenas de Transilvania que hubieran hecho las delicias de Polanski.