Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Los textos bíblicos de hoy tienen un acento fuertemente profético. El profeta Amós, que vivió en el siglo octavo antes de Cristo, describe una tremenda situación sobre las injusticias. De forma magistral menciona todos los "fraudes" y "avivadas" utilizadas para aprovecharse del prójimo. Lo hace con palabras claras y contundentes: "Disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar; compraremos a los débiles con el dinero y al indigente por un par de sandalias (…)".
El párrafo anterior marca los atropellos que se realizan contra los pobres y débiles. Pasaron más de veinticinco siglos, pero pareciera como si el profeta hablara hoy de nuestra situación actual. En este contexto tan concreto, Dios no permanece indiferente. El Dios bíblico no es un Absoluto lejano e insensible; no es solo un objeto de culto, es un Dios humano que camina y acompaña al pueblo, defiende al pobre y al marginado.
Es muy peligroso reducir a Dios al templo, a la liturgia, a los sacramentos, a las oraciones o simplemente a nuestra vida personal como pretenden hacerlo algunos. Dios está presente en todo, tanto en la dimensión religiosa como económica, política y social. Incluso, deberíamos preguntarnos si puede llamarse "cristiano" aquel que no se involucra en la vida real de sus hermanos y en la transformación de la realidad desde el Evangelio. Muchos somos cristianos por haber recibido el bautismo, pero... ¿cuántos fuimos realmente evangelizados?
En la sociedad actual ha aumentado la ciencia y la técnica, pero... ¿ha mejorado el corazón del hombre? ¿Hemos crecido en la auténtica humanidad? ¿Somos más buenos, más sensibles, más solidarios? La pregunta es desafiante, porque lamentablemente la avaricia existe, el robo existe, el afán de tener siempre más y más, sin saber para qué, también existe. En el Evangelio de hoy Jesús, a través de la parábola del administrador deshonesto, nos invita a reflexionar sobre nuestro compromiso con la construcción del Reino de Dios y utilizando un ejemplo tomado de la vida real, nos dice:
"Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando. El administrador se puso a pensar: ¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Mendigar? Me da vergüenza. Entonces dijo: 'Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa'. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: '¿Cuánto debes a mi amo?' Este respondió: 'Cien barriles de aceite'. Él le dijo: 'Aquí está tu recibo; de prisa, siéntate y escribe cincuenta'. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Él contestó: 'Cien bolsas de trigo'. Le dijo: 'Aquí está tu recibo, escribe ochenta'. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz".
El administrador lo ha perdido todo: su buen nombre, su cargo, su prestigio, menos su cerebro. Planea una jugada maestra, usa su inteligencia para salvar su pellejo. Jesús no avala el fraude, pero admira su astucia y nos invita a ser inteligentes para hacer el bien. La enseñanza que surge de este relato es sumamente importante para los cristianos de hoy, porque pareciera que hemos perdido la capacidad de ser la luz de Cristo en el mundo.
Si los valores evangélicos, hoy en muchos casos, ya no inciden en la organización de nuestra vida social, familiar o política, es justo preguntarnos: ¿No será porque muchos cristianos han dejado de ser testigos de Jesús? ¿No será porque hemos dejado de creer en la fuerza transformadora del Evangelio? ¿No será porque demasiado fácil aceptamos los valores que nos proponen e imponen otros? Pensemos por unos minutos: ¿Cómo actuamos con nuestros hermanos, como remuneramos y/o retribuimos lo trabajado por ellos? ¿Cómo manejamos nuestros negocios y nuestras deudas?
Reflexionemos, porque lamentablemente, las injusticias las cometen también aquellos que se llaman "cristianos". En mis años de servicio pastoral he comprendido que la verdadera fe debe llevar al compromiso, a la lucha por la justicia, por la democracia y por la ética.
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