Por Alejo Román París


Por Alejo Román París
El más grande de todos los detectives fue arrojado de un acantilado en Suiza, su muerte tomó estado público en 1894. La historia dice que el responsable fue el profesor James Moriarty, pero no es cierto. Sir Arthur Conan Doyle asesinó a Sherlock Holmes en estado de emoción violenta, fue un crimen pasional que constituyó un delito imperdonable para los lectores fanáticos del maestro de la deducción. Por eso, años después, Doyle debió "resucitar" a Holmes.
La relación entre creador y criatura, entre padre e hijo, entre autor y personaje empezó en la Universidad de Edimburgo. En 1877 Doyle cursaba el segundo año de la carrera de Medicina y conoció al profesor Joseph Bell, un médico precursor en el área forense. Sus métodos y su pensamiento analítico inspirarían a Doyle a crear a Sherlock Holmes.
Con la intención de ejercer como médico oftalmólogo, Doyle se mudó a Londres en 1891. El propio escritor es quien afirma en su biografía que "a ese consultorio jamás entraría nadie". Allí mismo empezaría a crecer el mito de Sherlock Holmes. Con más tiempo muerto, Doyle contaría con mayor libertad para tramar su literatura. Allí mismo también, el padre decidió terminar con la vida de su hijo. Su criatura había sido presentada en sociedad en "Estudio en escarlata", en 1879. Desde entonces, el personaje inició su camino hacia la posteridad. Su eximio conocimiento predestinó su inmortalidad, mal que luego le pesaría a su creador. El personaje consumió la mente del escritor, y Sherlock Holmes empezó a contar para atrás.
Una infracción habitual que los artistas cometen es suponer que su creación les sigue perteneciendo absolutamente, aún después de haber sido arrojada a la tradición. Cuando Doyle decidió terminar con Holmes, este último ya no le pertenecía. Sherlock ya era de la gente. El propio autor lo había hecho invencible con cada caso que el detective resolvía; a punto tal que su muerte no era una posibilidad, al menos bajo el aura de mito que lo iluminaba. La muerte de Sherlock Holmes fue un crimen pasional, su creador actuó bajo emoción violenta porque el vínculo de filiación entre creador y criatura no le permitió premeditar el homicidio con frialdad. Doyle fue preso de sus impulsos, y su crimen pasional fue publicado en 1894 con el título de "El problema final".
James Moriarty, la prueba irrefutable
El Profesor Moriarty, a menudo presentado en la pantalla grande como el eterno rival de Sherlock, fue apenas un espejismo de némesis en toda su carrera detectivesca.
Concebido deliberadamente para quitar a Holmes del camino, "el Napoleón del crimen" es presentado justamente en el cuento que narra la muerte de Holmes.
Doyle quiso sacarse de encima a su criatura y entonces introdujo a un personaje que representaba la versión oscura de todas las enormes capacidades de Holmes, pero del que nunca antes se supo. James Moriarty es la prueba irrefutable del crimen pasional de Conan Doyle.
Los dioses no sangran
La muerte de Sherlock Holmes generó los efectos sospechados por la propia madre de Doyle, quien le había dicho al autor que no era conveniente matar al personaje. Sorprendió a los lectores mostrando que el dios de la deducción sangraba, y hasta lo desangró. Todo en el mismo cuento.
Para que fuera creíble, pero sobre todo efectiva, la muerte de Sherlock Holmes debía ser un homicidio de hormiga. Había que humanizarlo, quitarle el aura de mito, matarlo poquito a poco. Pero Doyle hizo todo lo contrario. Humanizó y asesinó al todopoderoso de la noche a la mañana, en la misma historia.
Durante tres largos años, Arthur Conan Doyle contempló cómo su cosecha escarlata se oscureció hasta el luto. Hasta que entendió por fin que su creación ya no le pertenecía, recién entonces tramó el regreso del personaje.
La verdadera caída de Sherlock Holmes
Mientras el maestro de la deducción todavía estaba cayendo a su muerte por la cascada de Reichenbach, los lectores ya vestían luto y ponían el grito en el cielo. Esa caída significó la muerte del personaje tan solo en sentido físico. Mucho más allá de la voluntad de Doyle, su creación seguía viva y mitificada en el imaginario colectivo. Pero hubo otro abismo reservado para Holmes, uno que representó una caída a un vacío mucho más allá de su existencia física.
Abel Mateo, un escritor olvidado pero precursor del policial argentino, narra la muerte perfecta del detective más famoso. Incluso, sin matarlo. Pensar en la muerte en sentido físico solo es una posibilidad, acaso la más fácil de imaginar. Ese fue el problema que tuvo Doyle, pensar solo en una muerte. Olvidó, o la emoción violenta no le permitió pensar, que desde el aspecto metafísico Sherlock Holmes no estaba preparado para morir. Ese fue el gran problema que resolvió, con frialdad de sicario, el escritor argentino Abel Mateo en su cuento "La posada del ojo de Dios". El autor no tuvo la necesidad de matar a Sherlock Holmes físicamente, porque escribió un cuento donde la derrota intelectual del personaje supuso su muerte metafísica.
Abatido por el fracaso recurrente y definitivo, Sherlock Holmes y John Watson siguen la pista de Jack el Destripador. Holmes ni siquiera sospecha que el criminal que persiguen no es otro que su propio amigo. El mismo Watson alude así a su siniestro plan: "Soy infinitamente superior a Holmes, y todos me creen un idiota que representa el coro de sus tragedias".
La prueba, el maletín de médico que se sospechaba que el destripador tendría, siempre estuvo frente a él. Sherlock Holmes fue arrojado a un abismo mucho más oscuro que su propia muerte. La derrota intelectual y absoluta de quien se suponía un imbatible del razonamiento fue el argumento irrefutable de su verdadera caída.
A lo largo de la historia se han tejido diferentes hipótesis oscuras sobre la figura de Conan Doyle. Como que plagió, engañó y envenenó a su amigo Bertram Fletcher Robinson para quedarse con la que sería una de sus grandes obras, El sabueso de los Baskerville; o la acusación de un escritor español de que Doyle habría sido el mismísimo Jack el Destripador. Sin embargo, de todas estas numerosas e infundadas acusaciones, el crimen pasional que terminaría con Sherlock Holmes sí se fundamenta en el análisis expresado en el presente ensayo.