Plantas abiertas para que circule la gente y se faciliten las funciones. Miradores al río y a la ciudad. Mármol botticino en volúmenes que remiten a la dimensión del Palacio abierto a las llanuras interminables desde la escuela de Sarmiento. Líneas y murales que reseñan el moderno urbanismo progresista en versión latinoamericana, de Le Corbusier a Niemeyer. El edificio entre la avenida 27 de febrero y la plazoleta Blandengues, frente al puerto que debería ser pero tampoco es, nos acusa.
Concebido para correos y telecomunicaciones bajo la primera presidencia de Juan Perón, desalojada plataforma de una radio nacional que nadie escucha, es un emblema obsceno de nuestro extravío político, económico y social. A su lado, un hermano más joven -el Cemafe- reverdece el espíritu; el contraste con el abandono revela que el crédito de gestión es más importante que el capital que tanto nos cuesta y que desperdiciamos.
En un país aturdido por los caudillismos que lo concibieron, los demócratas aliberales ejecutan -desde el populismo de turno- la condena perpetua a este emblema. En sus fantasmas de concreto imperan sórdidas proclamas de los que privatizaron y dieron marcha atrás. Gente de principios marxistas –de Groucho- han alegado unos valores para enajenar y otros para reestatizar.
Malversan el sueño legítimo que alguna vez fue manuscrito en tinta y pluma, ensobrado bajo franquicia de arte hecha estampilla, para llevar y traer ideas o reclamaciones en las nobles disputas de la razón o el comercio, que procuran la paz sorteando muros y fronteras. Mansillan las cartas de amor y de adiós, capaces de demostrar la relatividad en tiempo-espacio y con el poder de conjurar nacimientos y muertes.
Mienten el beneficio del bien público; el destino es la ruina
Al amparo de la Fuerza Aérea, en tiempos oscuros, brotaron en los aeropuertos argentinos, los depósitos fiscales privados que operaban cargas nacionales e internacionales inciertas. El dispositivo extendía garras a todo el territorio nacional, en camionetas violeta bajo amparo de armas impunes y de la inviolabilidad de la correspondencia. La singular parábola empresaria tiene estaciones en Alfredo Yabrán y las multinacionales durante el menemato; hoy posee terminal en el entorno de Hugo Moyano.
La deuda de Oca al fisco no le impide al gremialista empresario visitar sin barbijo al presidente en Olivos. La firma privada de correos se va a beneficiar con la moratoria, incluso a costa de las acciones judiciales iniciadas por el Estado perjudicado. El plan de la Afip compensará los dineros que la firma no tenía para sus impuestos, pero que disponía para auspiciar la camiseta de Independiente, el club cuyos impunes barrabravas son beneficiarios del letargo judicial.
Es Camioneros quien decide quién lleva y trae, sin fiscalización administrativa ni judicial. El gremio puede bloquear plantas de distribución en un país que no juzga a los patoteros que entorpecen el trabajo según su interpretación voluntarista de la ley. Eso en la misma Argentina que expulsa a los inversores, como Marcos Galperín, cuya empresa -multinacional y de base tecnológica- es usuaria intensiva de servicios logísticos.
Los correos, como las telecomunicaciones, son actores centrales del mundo en progreso, que avanza temerario a pesar de la pandemia. Mientras tanto la Argentina se cierra, encierrra, obstruye y legisla para monopolizar a nombre de los amigos. El tarifado compulsivo a las empresas tecnológicas de información y comunicación, y el uso de la red estatal de Arsat, habrán de presentar en lo sucesivo, más evidencias.
No es un problema entre privados y estatales. Es una cuestión que debe evaluarse según el bien que se preserva. Moyano es un hombre con fortuna y puede entrar al despacho de Alberto Fernández mientras la CGT sigue en sala de espera, amonestada por el delito de intentar evaluar con los empresarios de la UIA, una salida productiva en una economía que agoniza entre herencias y cuarentenas.
El sindicalista ejemplar tiene sucesores que administrarán repartos inviolables. La mesa de diálogo prometida, sigue vacía. Mientras tanto, el edificio que diseñaron J. M. Spencer y W. Finkbeiner desde la dirección de Arquitectura del ministerio de Comunicaciones de la Nación, pierde su piel de revestimiento veneciano. Deja a la vista, naturalizada, obscena, una página más en la tragedia nacional escrita con intencionados abandonos.