Escribir es una experiencia emocional desbordante, que conlleva, a veces, el temor a lo desconocido, la incertidumbre o la sorpresa ante la recepción del otro, el lector. Diría que es "una cita a ciega con las musas", una gran preocupación al momento de escribir.
En mi caso, puedo decir que solo me enfrento a la hoja en blanco, cuando una canción me apasionó, una noticia me provocó, un sueño me asustó o me enterneció, un hecho cotidiano me conmovió, una cruel historia me entristeció, una imagen me sorprendió…
Estoy hablando de la inspiración. No es obligación exigirnos, porque no siempre los textos producidos nos satisfacen, y no son suficientes ni respetables para ofrecer al público que lo leerá. Así que sólo concurro a la cita cuando intuyo que hay algo que decir, con sentido estético, atendiendo y considerando al eventual lector, ya que el mensaje debe sorprenderlo e incitando a la reflexión.
De no ser así, no vale la pena escribir. Por supuesto, el tono del escrito dependerá del estado de ánimo, así que... ¿Me vestiré con colores atrayentes? ¿Seré formal o provocativa? ¿Me maquillaré con tendencia naif o como mujer fatal? Entonces, cuando escribo saldrá un tono poético, nostálgico, combativo, humorístico, triste, sarcástico, apelativo y según esto, aparecerán los matices.
Asimismo, el lenguaje será congruente con los personales y dependerá de ello, si será sugerente, seductor, inclemente o conciliador, es decir, según "el traje" con el que llegamos a la cita a ciegas, porque en esos momentos, no podemos predecir con qué nos encontraremos.
Como para ilustrar lo precedente, comparto un texto. El mismo me inspiró a partir de una imagen que se publicó en las redes hace unos años: una luna llena enganchada sobre la pluma de una grúa sobre el Lago Nahuel Huapi en Bariloche, ciudad donde resido. Usted interpretará si tiene vigencia, a pesar del paso del tiempo. En próximas colaboraciones continuaremos dialogando.
Luna llena
¿Quién podría dudar de la fascinación que provocan las noches de luna llena? Días pasados pude verla, en mi pueblo, casi en la madrugada, sola, solita, con mis emociones. Lo llamativo era que una inmensa grúa parecía engancharla desde un extremo y sentí que ese enorme monstruo estaba raptando a la luna gorda y romántica.
No supe si la subía o la estaba bajando hacia las profundidades del lago, quieto como un espejo. A lo lejos, el pico de la catedral señalaba el cielo como un dedo acusador, como una recriminación. Hacia el este, el alba estaba despuntando y las montañas se teñían de un rosa pálido.
Otra maquinaria diabólica, ésa sí, oculta, está cambiando su aspecto. Por debajo de la mesa, con una mano, los funcionarios reciben su cuota-parte, y con la otra, firman las resoluciones de excepción a las normas municipales.
En tiempos electorales, los discursos políticamente correctos, anuncian obras para embellecer la ciudad, en aras del desarrollo, pero se cuidan muy bien de frenar las obras de infraestructura necesarias para acompañar el crecimiento.
Las cloacas están colapsando, la planta depuradora de líquidos cloacales se detiene por "desperfectos técnicos"; la basura contaminante, irremediablemente, está derivándose al lago, mientras los funcionarios siguen cobrando, sin dudar, los "retornos" por licitaciones fraudulentas o las "coimas" por los favores "non sanctos".
La duda no es una jactancia de los intelectuales, pienso. Así que, esta madrugada me colgué de la grúa intentando apresar la luna, y luego me solté y con una torsión y una acrobacia increíble, me zambullí en las profundidades del lago para buscarla (Me llaman Narcisa) y cuando llegué a la superficie grité con toda la fuerza de mis pulmones: "¡No hagan olas, que no puedo encontrar la luna!".