Por el prof. Martín Duarte
Por el prof. Martín Duarte
Rodari tiene un texto cuyo título es: “Nueve formas de enseñar a los niños a odiar la literatura”. Allí, con humor y con algo de psicología inversa, propone un camino para “desalentar” lectores y que tiene recomendaciones como estas: “Sin duda alguna, es el sistema más eficaz si lo que se persigue es que los niños aprendan a odiar los libros. Es seguro al ciento por ciento y facilísimo de aplicar. Se toma un niño, se toma un libro, se pone a ambos a la mesa y se prohíbe que el trío (niño, libro, mesa) se divida antes de determinada hora. Para una mayor garantía de que la operación tendrá éxito, se le anuncia al niño que al término del tiempo prescripto deberá hacer un resumen oral de las partes leídas.” Para el pedagogo italiano, en la imposición de los adultos parecería estar la traba de la tarea educativa ya que -desde hace centenares de años- los pedagogos no se cansan de repetir que de la misma manera que no se puede ordenar a un árbol que florezca, si no es su estación, si no se han creado las condiciones idóneas, tampoco se puede obtener nada de los niños por la calle ancha de la obligación. Con franqueza y sin rodeos, afirma que una técnica tal vez se pueda aprender con “pescozones”; pero, el amor por la lectura no se inocula por la fuerza. En cierto modo, esto coincide con lo que Daniel Pennac piensa: “el verbo leer no soporta el imperativo.”
En “El arte de la mediación”, Beatriz Helena Robledo sostiene que una de las causas que ha hecho de la lectura en la escuela un acto aburrido y monótono es haberla convertido en un artificio. Esto significa haberla despojado de sus múltiples funciones y posibilidades, haberla desnaturalizado. En muchas aulas de nuestras instituciones educativas se siguen considerando la lectura y la escritura como simples habilidades que se desarrollan a partir de ejercicios mecánicos y repetitivos, y no como procesos de pensamiento que permiten la construcción de sentido de la realidad y transforman constantemente los esquemas de conocimiento del ser humano y mucho menos como prácticas sociales y culturales. Esto no quiere decir sacar los libros o la lectura de la escuela, ni mucho menos. Para muchos niños y niñas, la escuela es quizás el único lugar donde pueden vivir esta experiencia y donde pueden tener acceso a la lectura. De lo que se trata es de darle otro significado al acto de leer, diferente al que la escuela tradicional le ha otorgado, liberar la lectura de su carácter obligatorio, discriminatorio y normativo. Para esta autora, se hace necesario restituirle a la lectura su sentido de práctica social y cultural, de tal manera que los niños y niñas puedan concebirla como un medio de comunicación, de placer y de aprendizaje. Por tal motivo, resulta muy importante integrar la lectura a contextos reales, en los que se diversifiquen los propósitos, los modos de utilización y los diferentes tipos de textos.
De esto se desprenden dos cuestiones. Primero, es necesario revisar el modo en que se entienden las prácticas lectoras. En tal sentido, en “Una mirada a la sociología de la lectura”, Poulain afirma que la lectura es plural, como todas las actividades humanas. Ahí donde numerosos análisis tienden a cosificarla, sin reconocer más que una de sus formas (por ejemplo: la lectura de la literatura por expertos) hay que explorar la diversidad de sus formas de ejercicio, incluso al nivel de un mismo individuo. A esto se agrega que los hábitos de lectura o escritura de los individuos, no más que sus otros comportamientos sociales, no pueden estar separados del contexto en el cual tienen lugar. Para la autora, la pluralidad de los hábitos de lectura es hoy en día un hecho aceptado. El modelo letrado ya no es el único modelo reinante, y se le reconoce a todo individuo lector la posibilidad y el derecho de construir un sentido, su sentido. No se trata entonces de la cantidad de lecturas que haga un individuo para considerarlo un buen lector, sino de comprender lo que significa la lectura para los individuos. Ya no se trata de medir progresos o elaborar estrategias para vencer resistencia, sino de comprender lo que construye el sentido y el valor para unos y para otros
Segundo, en esa revisión de las prácticas de enseñanza de la lectura, juega un papel clave la figura del mediador de textos literarios. En “Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura”, Michèle Petit advierte que el gusto por leer no puede surgir de la simple frecuentación material de los libros. La lectura es una cuestión de “encuentros” donde resulta clave el rol del “iniciador al libro” o “mediador” (maestro, bibliotecario, familiar, trabajador social, etc). Se trata de alguien que inicia, legitima, revela un deseo de leer y ayuda a traspasar umbrales en diferentes momentos del recorrido. Ya sea profesional o voluntario, acompaña en la elección de los libros. Brinda una oportunidad de hacer hallazgos, dándole movilidad a los acervos y ofreciendo consejos eventuales. Se trata de tenderle “puentes” al lector o de permitirle que él mismo elabore los suyos. Para ese fin, el gusto personal del mediador por la lectura es fundamental para suscitar en otros el deseo de apropiarse de lo escrito. También son imprescindibles en él: su disponibilidad para el otro; su capacidad de observación y su aptitud para interrogarse sobre sí, sobre las maneras de trabajar; su calidad de presencia (su acogida), su energía, su deseo, su cuerpo.
En la misma dirección, Florencia Abbate (escritora, doctora en Letras [UBA] e investigadora de CONICET) asevera que es importante reflexionar sobre cómo formar, capacitar y seleccionar promotores de la lectura. En un artículo de “Voces en el Fénix” (Nro. 29), nos propone una comparación con el ámbito del fútbol tan caro a los argentinos: “A los chicos no les gusta el fútbol porque les ‘aporta’ algo. Les gusta porque han crecido en el hábito de ver los partidos los domingos, porque han jugado con sus pares, quizá porque sus padres los han llevado a la cancha o porque los han visto gritar de alegría ante un gol de su equipo o incluso llorar ante un descenso. En conclusión: los mejores promotores son aquellos que consiguen, a través de sus prácticas, transmitir y contagiar la pasión por los libros.” Más allá de esto, advierte que convertirse en lector es siempre una conquista personal: “el misterio de la lectura es que pueden enseñárnosla pero en el fondo permanece un núcleo intransitivo.” En conclusión, por más que exista un mediador, la aventura de entregarse a un libro pertenece al sujeto.
De lo que se trata es de darle otro significado al acto de leer, diferente al que la escuela tradicional le ha otorgado; liberar la lectura de su carácter obligatorio, discriminatorio y normativo.
Para muchos niños y niñas, la escuela es quizás el único lugar donde pueden vivir esta experiencia y de tener acceso a la lectura.