Por Dr. Claudio Fernández Macor

El país y el rumbo económico

Por Dr. Claudio Fernández Macor
Un plan económico, lo mismo que la ideología política dominante, no brota por generación espontánea, sino que, en buena parte, va siendo gestado como respuesta (o consecuencia) al contexto que lo precede. En esta última entrega, completamos el análisis destacando algunas condiciones iniciales, no en los términos de "herencia recibida", excusa que hastía, sino como factor que determina, atenúa y explica la conformación de un plan.
El Estado argentino incurrió en déficit fiscal (DF) en sesenta y uno de los últimos sesenta y cinco años, acumulando un déficit total equivalente a más de dos PBI. En general, la situación es atribuida a la "irresponsabilidad" de la clase política, sin embargo, aunque no soslayamos este factor, entendemos que la causa de fondo del desequilibrio fiscal se encuentra en deficiencias estructurales de la economía argentina que nunca han sido enfrentadas por ninguna política de estado (esperamos desarrollar el tema en futura entrega)
Según el contexto, el DF se ha financiado mediante endeudamiento externo (Convertibilidad, segunda etapa de Raúl Alfonsín, últimos dos años de Mauricio Macri), o endeudamiento interno y emisión monetaria (primera etapa de Alfonsín, los gobiernos kirchneristas y los primeros dos años de Macri). La forma en que se financia no es una mera decisión política, está determinado por la posición de nuestro país en las condiciones financieras globales. A partir del default de 2001, Argentina quedó fuera del sistema financiero global y sin acceso a financiamiento externo. Más allá de los relatos, desde el segundo mandato de Cristina impulsados por la escasez de divisas se intentó volver al sistema financiero tomando decisiones completamente desacertadas y muy costosas.

Para dar "señales" a los mercados financieros, el entonces ministro Axel Kicillof pagó en 2013 más de U$D 5.000 millones a Repsol como compensación por la expropiación de 2012, entregando bonos a plazo por un total de U$D 10.000 millones. La improvisación y negligencia fueron tan notorias que recientemente el Estado argentino fue condenado por un tribunal de Estados Unidos (jurisdicción elegida por el estado argentino) a pagar U$D 16.000 millones adicionales. Otra "señal" fue el pago al Club de París, en 2014: el Estado se comprometió a pagar de U$D 10.000 millones por una de deuda de U$D 6.000 millones, puesto que aceptó la actualización de toda la deuda (sin quita) incluyendo no solo los intereses moratorios sino los punitorios, caso único en negociaciones de deuda. Por supuesto, nada dio resultado, no se logró financiamiento en dólares (lo que agravó la escasez de divisas) y el DF continuó financiándose con emisión (*).
En la gestión del Frente de Todos (FDT) la forma y el volumen de la emisión y el endeudamiento para financiar el déficit fiscal alcanzaron dimensiones estrafalarias y se convirtieron, sin duda, en la causa más inmediata de la inflación y de la altísima fragilidad financiera y cambiaria. Esta semana, la ex presidenta Cristina Fernández publicó un documento en que pretende demostrar que la emisión no genera inflación, señalando que la gran mayoría de países del mundo tienen difícil fiscal pero no padecen altos niveles de inflación.
Efectivamente, la emisión para financiar DF no necesariamente produce inflación, pero en Argentina se debe atender a las particulares condiciones en que se produce la emisión. Primero: la magnitud. Entre 2019 y 2023 la base monetaria (BM) aumentó 800% (entre los cinco países del mundo que más emitieron). Segundo: se emite sin respaldo, se multiplica la BM mientras las reservas del BCRA se reducen hasta desaparecer. Tercero: el dinero es la expresión monetaria de bienes y servicios y entre 2019-2023 el PBI casi no varió, es decir, una misma masa de bienes y servicios se expresa en una cantidad sextuplicada de dinero. Carece de sentido afirmar que la emisión no genera en inflación, en nuestro país son las condiciones en las que se emite lo que produce inflación y desequilibrios macroeconómicos, no la emisión en sí. Nadie con una mínima formación puede desconocer los efectos inflacionarios de las condiciones en las que se emite.
EL déficit fiscal como porcentaje del PBI alcanzo 8.% en 2020, 4.5% en 2021, 4.4% en 2022 y 5.5 % en 2023, un total de 92 billones de pesos (equivalente U$D 115 mil millones). Durante el primer periodo de gobierno el FDT recurrió principalmente a emisión monetaria directa para financiar el déficit. En el segundo periodo se buscó reducir la emisión recurriendo al endeudamiento, es decir, el tesoro emite títulos de deuda para obtener los pesos necesarios para financiar el déficit. De esta manera, así como la base monetaria aumentó 800 %, la deuda en pesos de la administración central aumentó desde U$D 71 mil millones en 2019 a U$D 170 mil millones en 2023. La colocación de deuda para financiar el DF tiene por objetivo reducir la emisión directa inmediata, sin embargo, la deuda obliga a pagar periódicamente intereses y amortizaciones que también son una fuente de emisión monetaria, la función de la deuda no es evitar sino postergar la emisión monetaria. La masa gigantesca de deuda en pesos tomada por el estado argentino y su perfil de vencimiento la fueron transformando en el principal factor de emisión monetaria.
Un problema que derivó de la emisión descontrolada fue la creciente deuda contraída por el Banco Central (BCRA). Para reducir la circulación monetaria el FDT utilizó de manera completamente irracional las Letras de Liquidez (Leliq), un instrumento de esterilización monetaria creado por la gestión cambiemos en 2018. A diciembre de 2019, el total de deuda en Leliq equivalía a U$D 6.500 millones. Desde finales de 2021 iniciaron un sendero de crecimiento exponencial hasta llegar a 26 billones de pesos en diciembre 2023, el equivalente a U$D 40.500 millones. De esta manera, la deuda emitida por el Estado (Administración Central y BCRA) durante los cuatro años de gestión del FDT alcanzó U$D 133 mil millones.
La estructura económica argentina y su inserción en el mercado mundial tienden a provocar escasez de divisas. Al problema de fondo se le sumó una política cambiaria delirante que agotó las reservas del BCRA dificultando aún más las importaciones. Más allá de los relatos y discursos (control de precios, oligopolios, etc.), lo cierto es que la principal herramienta del FDT para controlar la inflación fue el atraso cambiario, esto es, sostener un tipo de cambio oficial "real" extremadamente bajo. En términos reales, el tipo de cambio al término de la gestión del FDT estaba apenas 20% por encima del nivel de la convertibilidad.

En el sistema argentino de cobros y pagos internacionales el BCRA actúa como mediador. Cuando un exportador vende en el exterior no recibe dólares y cuando un importador paga en el exterior no entrega dólares, es el BCRA quien recibe o entrega dólares a cambio de moneda nacional. Lo ilustramos con un ejemplo simplificado, cuando un productor agrario vende soja a un criadero de cerdos en China es el BCRA quien recibe los dólares correspondientes a la venta y entrega el equivalente en pesos al exportador al tipo de cambio oficial. En el caso del importador, cuando una automotriz tiene que comprar alguna pieza para la fabricación de un automóvil no paga en dólares a su proveedor del exterior, sino que entrega al BCRA a tipo de cambio oficial una cantidad de pesos equivalente a los dólares que tiene que pagar. Puede notarse que el tipo de cambio oficial es un condicionante importante de la función de beneficios de exportadores e importadores, cuanto más alto el tipo de cambio más pesos recibe el exportador por dólar exportado y más pesos tiene que pagar el importador por dólar importado, el primero prefiere un tipo de cambio alto, el segundo un tipo de cambio bajo.
En una economía sin dólares y con una masa de pesos sobrante gigantesca (lo opuesto a la convertibilidad), un tipo de cambio oficial tan atrasado es una artificialidad difícil de sostener y una fuente inagotable de distorsiones y desequilibrios. Quiérase o no, una economía capitalista funciona de acuerdo a determinaciones que siempre terminan imponiéndose, no hay lugar para sostener en el tiempo discrecionalidades que no se ajusten a esos determinantes. El atraso cambiario abarata los bienes exportables (que en nuestro país son alimentos) y abarata las importaciones (abaratando el costo de producción de los bienes industriales que en nuestro país tienen un alto componente importado y son una parte significativa del costo de vida). Cuanto más agudo se hacia el problema inflacionario, más se atrasaba el tipo de cambio como mecanismo de contención, artificial y coyuntural, del aumento de los precios internos, escondiendo la basura bajo la alfombra.
Aquí se hace necesario aclarar un punto. Todos quienes habitamos el mundo operamos con una racionalidad dada por el sistema social en que estamos inmersos y la clase social a la que pertenecemos. En un análisis científico de la realidad no hay lugar para "buenos" y "malos" (categorías muy caras al análisis social vulgar que domina en nuestro país), hay grupos que operan con una racionalidad dada. Al final de la gestión del FDT en tanto, desde Paolo Roca hasta el Kiosquero de la esquina, estaban dispuestos a pagar $ 950 por dólar, el BCRA ofrecía a los importadores y exportadores un dólar a $ 360.

De esta forma se estimuló un comportamiento importador. Todo el sector industrial adelantaba importaciones, se stockeaba e invertía su excedente en importaciones, en el 2022 se alcanzó récord de importaciones, que el gobierno atribuía erróneamente a un furor en la actividad económica. ¿Importaban porque eran "malos"?, no, lo hacían por las condiciones creadas por el gobierno nacional. Por el lado de las exportaciones, el atraso cambiario las "desestimuló", el sector agropecuario las postergaba almacenando la producción a la espera de un acomodamiento cambiario que se tornaba cada vez más evidente. ¿Lo hacían porque eran malos? No, lo hacían porque operan racionalmente. De esta manera el atraso cambiario fue un factor coyuntural fundamental de agotamiento en las reservas del banco central y desbalance comercial (siendo además un factor explosivo de inflación reprimida).
El último parche del gobierno saliente fue la implementación del sistema SIRA, a través del cual el BCRA aprobaba solicitudes de importación y se comprometía a liquidar los dólares para el pago en un plazo de 30, 60 o 90 días, según el caso, sin embargo, al vencimiento el BCRA no cumplió los compromisos lo que fue generando una sobredeuda comercial de los importadores con sus proveedores del exterior que alcanzó a U$S 35 mil millones.
A diciembre 2023, la deuda total del Estado Nacional, incluyendo los pasivos del BCRA y la deuda comercial, era de U$D 535.000 millones, de la cual U$D 365.000 millones estaba nominada en moneda extranjera y el resto en moneda nacional. La "célebre" deuda con el FMI, a la que se atribuyen todos los problemas macroeconómicos y productivos de argentina era de U$D 41.500 millones, apenas un 7.7% del total y un 11.4% de la deuda en moneda extranjera. De esta manera, y más allá de cualquier relato, durante la gestión del FDT, la deuda total del Estado Nacional pasó de U$S 330.000 millones a U$S 535.000 millones. Si además consideramos que se perdieron U$S 25.000 millones de Reservas, la deuda del Estado Nacional se incrementó en U$S 230.000 millones en apenas cuatro años de gestión.
(*) Contrario sensu a la idea que algunos quieren imponer sobre "la soberanía conquistada por no recurrir al mercado financiero internacional", se perdió la oportunidad de aprovechar condiciones financieras muy favorables -por la enorme disponibilidad de capital financiero a muy bajo costo-, sobre todo entre los años 2002 y 2016. Estas condiciones sí fueron aprovechadas plenamente, entre otros países, por Brasil, Bolivia y Chile, para financiar obras estratégicas de infraestructura pública y privada y desarrollo productivo.
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