Remo Erdosain Los muchachos festejan. La goleada de la Argentina a Paraguay lo justifica. Festejos, pero con euforia moderada. “Lo nuestro es una mesa de café, no la tribuna de una cancha de fútbol”. El autor de la observación es Marcial. El que no está del todo contento con el clima existente es José. ¿Motivos? Considera que los argentinos estamos en deuda con Paraguay. —Integramos la “Triple Infamia” para aniquilar a un pueblo que quería ser libre. —Muy libres no deben haber querido ser -observa Marcial- si tenían como gobernante a un dictador, hijo de otro dictador, a su vez amanuense del primer dictador de su historia. Salvo que vos creas que existen los déspotas libertadores. —Todos querían terminar con el logro de un país libre, independiente en serio. Y se unieron contra Paraguay. —Que, te recuerdo -apunta Marcial-, para esa fecha tenía un ejército de ochenta mil hombres, mientras que Brasil tenía diez mil; la Argentina, seis mil; y Uruguay, tres mil. —Es que para ustedes -ejemplifica Abel-, López era algo así como un Fidel Castro del siglo XIX. —Todos admiten, menos los unitarios de ayer y de hoy -responde José-, que la Argentina se equivocó al meterse en una guerra como ésa. —Lo que resulta evidente -señalo- es que en Paraguay la victimización empezó con Stroessner. Porque hasta ese momento, para los paraguayos estaba claro que la culpa principal de la tragedia la tuvo el delirante de Francisco Solano López. —La guerra -agrego- fue una guerra justa y defensiva contra un dictador que ocupó Corrientes especulando con que Urquiza lo iba a apoyar y que Brasil jamás haría una alianza con la Argentina. Pues bien, le salió mal. Urquiza, que tenía muchos defectos menos el de ser estúpido, mantuvo su alianza con Buenos Aires, y Brasil se alió con la Argentina. —Yo no sé qué se discute tanto -interviene Abel-, para mí la cosa está muy clara: si la Argentina está en guerra yo como argentino estoy del lado de la Argentina. No sé vos José qué hacés en estos casos. —Habría que ver si eso era la Argentina o el gobierno de Buenos Aires. —Eso es una tontería -reacciono- la que peleó en esa guerra fue la Argentina. Los gobernadores así lo decidieron, como lo decidió el presidente del país. —Los reclutas no querían ir. —En ningún lugar, los reclutas quieren ir a que los maten -insisto- eso pasaba antes y pasa ahora. Tampoco los soldados paraguayos marchaban muy contentos a la guerra y no te cuento lo que pasaba con los brasileños y los uruguayos. Lo que es cierto es que la clase dirigente argentina mandó a sus hijos al frente de guerra. En Paraguay no sólo estuvo Dominguito, el hijo de Sarmiento. También estuvieron Alem, Mansilla, Aristóbulo del Valle, Roca, el hijo de Paz. —A mí no deja de causarme gracia los caprichos y contradicciones de nuestros revisionistas -subraya Marcial-, dicen ser muy nacionalistas, pero cuando la Argentina está en guerra simpatizan con el enemigo. Nada de la Argentina que dicen amar les gusta. A la Revolución de Mayo de 1810 la miran con desconfianza porque huele a liberal y europeizante; tampoco están de acuerdo con la declaración de la independencia de 1816, porque a ellos les gusta un encuentro de trasnochados que armó Artigas mientras peleaba con Dorrego, y sus principales aliados, López y Ramírez, se preparaban para traicionarlo. Finalmente, ellos están en contra de la única guerra que ganamos. —Nosotros estamos en contra por haber sido peones de los ingleses en esa guerra. —No es tan así -refuto-, Inglaterra hacía negocios con todos y, también, con Paraguay. —Te recuerdo -agrega Abel- que la diplomacia británica fue la que hizo público el tratado secreto de la Triple Alianza. —Inglaterra quería el algodón del Chaco. —Ésas son macanas, para esa época Inglaterra se proveía de Egipto que tenía mejor calidad y mejores precios. Además, te paso otro dato: Estados Unidos, el despreciable imperialismo yanqui como decís vos, estaba del lado de Paraguay. —La información que tengo -digo- es que Inglaterra en su momento vendió armas y brindó asesores militares a Paraguay. La Blyt-Co, por ejemplo, mandó 250 técnicos militares. Además, el sesenta y cinco por ciento de las importaciones provenían de Inglaterra. —Y además -enfatizo-, hacía dos años que Brasil había roto relaciones con Inglaterra, como consecuencia del bloqueo inglés a Guanabara. —Esto pasó con Mitre, con Rosas jamás hubiera pasado -replica José. —Más o menos -digo- por lo pronto, Rosas nunca reconoció que Paraguay fuera independiente. —Quería que fuera argentino. —Perfecto -admito- pero ocurre que los paraguayos no lo querían. Pero, además, te advierto que cuando se abrió una instancia de negociación a un año y medio de iniciada la guerra, el interlocutor preferido de Solano López fue Mitre. —Fue en la conferencia de Yatayty Corá -explica Marcial- el momento en que Solano López ya estaba derrotado y debía de haberse rendido para evitar más muertes. Esa reunión fue muy mal vista por Pedro II que siempre desconfió de la diplomacia mitrista y mucho más de Sarmiento. —Ustedes no pueden defender a un ejército que mató a niños de diez años. —Y no lo defiendo -responde Abel- entre otras cosas porque esa masacre la perpetraron los brasileños, no los argentinos. —No sé cual es la diferencia. Eran los aliados del mitrismo. —No jodamos -exclamo- la responsabilidad por la masacre de esos niños la tuvo Solano López, a quien no se le ocurrió nada mejor que poner chicos de diez años disfrazados de mayores, con bigotes y barbas postizas incluidas, en el frente de combate. ¿Quién es el culpable? ¿Los soldados enemigos o el jefe despiadado que no vaciló en sacrificar chicos para sostenerse en el poder? —Digan lo que digan, los argentinos fuimos forros de los brasileños. —Más o menos. Brasil no quedó muy bien parado después de esa guerra. El marqués de Caxias siempre dijo: “Maldita guerra, nos arruinó”. Unos años después cayó la monarquía, pero eso es otro tema. Por lo pronto, a nosotros como consecuencia de esa guerra nos quedó la provincia de Formosa. —Que si fuéramos coherentes -dice Abel- la deberíamos devolver. Reclamamos por Malvinas y resulta que nos quedamos con un territorio mucho mayor y mucho mejor ubicado. —Yo particularmente la devolvería -sugiere Marcial con una sonrisa malévola- pero eso sí, con una condición. —¿Cuál? —Con Gildo Insfrán adentro, Formosa provincia paraguaya, pero que de Insfrán se hagan cargos los paraguayos. —No comparto -exclama José.