El mundo está inmerso en un proceso vertiginoso de cambios y de transformaciones de tal complejidad que le impide ver con certeza el futuro. Y ante una mirada pasiva de la comunidad internacional, transcurre la guerra de Rusia y Ucrania, las matanzas en la Franja de Gaza, los conflictos de gran intensidad al borde de la guerra, como el de India y Pakistán, guerras civiles en países de Medio Oriente, África y Asia, y en todos los casos provocando decenas de miles de muertos. A la par se habla de amenazas a la paz mundial y de guerras nucleares.
En ese clima, poco antes de morir, el papa Francisco dijo: "El sufrimiento que estuvo presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz mundial y la fraternidad entre los pueblos". Ante este llamado de atención de Francisco, tampoco hubo respuesta de líderes mundiales y de organismos internacionales. Por eso mismo, la situación mundial de enfrentamientos, guerras y violencia política igualmente está en el centro de la preocupación del nuevo papa León XIV: "Ayudadnos también a ser vosotros, los unos con los otros, a construir puentes con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un único pueblo siempre en paz".
Argentina transita un momento de mucha tensión política y social que amenaza envolver al conjunto de su población. Esto no es algo actual ni del momento. Es un fenómeno que ha ido creciendo en las últimas décadas hasta niveles que puede hacer peligrar la paz de los argentinos. Frente a este estado de situación nuevamente la Iglesia sale a elevar su voz advirtiendo de las consecuencias de esta ola de violencia.
En el reciente Te Deum del 25 de Mayo, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, fue claro e insistió en alertar sobre este panorama: "En la Argentina se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto; y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos".
¿Escuchará la dirigencia argentina, prestará atención, dará alguna respuesta positiva a esta nueva advertencia de la Iglesia Católica? Porque hace un par de décadas ya el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, también en el Te Deum del 25 de Mayo, llamó la atención por las prácticas políticas que sembraban el odio y provocaban la violencia, llamando a la paz, a la concordia, al diálogo y a la unidad. Evidentemente, no se prestó atención a esa advertencia y se continuó con las peleas y los enfrentamientos como metodología del ejercicio de la política.
En estos días, en conferencias, reuniones, artículos y declaraciones periodísticas, vengo poniendo énfasis precisamente en la necesidad de terminar con la pelea y preservar la paz. Sostengo que la pelea es el fruto del egoísmo de los dirigentes, que centra la lucha en los intereses individuales y de grupos, dejando de lado las necesidades y demandas del pueblo. Y, también como componente central de este fenómeno, se potencia más y más la corrupción.
Pero al parecer, la dirigencia permanece de espaldas al pueblo y no presta oído a los reclamos de los argentinos. Así lo demuestra una encuesta de Zuban Córdoba de hace unos meses, donde queda marcado el rechazo rotundo a la pelea y a la violencia política de parte de la ciudadanía. Cuando la encuesta preguntó si el aumento de la violencia política es malo para nuestra democracia, el 94,1% se manifestó completamente de acuerdo.
Solo un 4% de encuestados estaba en desacuerdo. Sin embargo, los dirigentes no han sabido o no han querido reaccionar ante esta realidad que nos hunde más y más en la crisis y que lleva, siempre, al fracaso de los gobiernos. Nosotros tenemos una experiencia de unidad que logró superar una crisis de enormes dimensiones, con el apoyo protagónico de la Iglesia.
Antes de la crisis de 2001, a mediados de aquél año, la Iglesia Católica le propuso al entonces presidente Fernando de la Rúa constituir una mesa de diálogo para buscar soluciones de conjunto a las problemáticas imperantes. Pero no hubo respuesta de parte del gobierno.
Al asumir la Presidencia de la República, a inicios de 2002, aquél antecedente me llevó a pedirle a la Iglesia que impulsáramos de manera inmediata la creación de una Mesa del Diálogo. Pero antes, para hacerme cargo de conducir el gobierno en medio del clima de disolución que se vivía, le había pedido al doctor Raúl Alfonsín que me ayudara a formar un gobierno de unidad nacional.
Así, no solamente con el radicalismo, sino también con representantes de otras fuerzas políticas, sindicales, empresariales y de la sociedad civil, el flamante gobierno representaría al conjunto de la sociedad y ya no a un partido o un frente. Y, a la vez, de ese modo dejábamos de lado la vieja antinomia de gobierno/oposición para pasar a remar -todos juntos- en la misma dirección: Poner a la Argentina de Pie y en Paz.
En pocos meses, ese gobierno de unidad, como quedó plasmado en el libro "Memorias del incendio, los primeros 120 días de mi presidencia", fue saliendo de la crisis y poniendo en marcha un modelo que terminaría con la alianza entre el poder político y los sectores financieros -que habían asfixiado al país- e instauraba la alianza entre gobierno, capital y trabajo; un modelo de desarrollo que impulsaba el crecimiento de todos los sectores productivos del país.
Esa experiencia fue luego ignorada por los gobiernos que continuaron. Y hoy es imposible ver la luz al final del túnel con un clima de pelea y violencia que impide el diálogo y los acuerdos. Es imposible crear el clima de paz que permita priorizar los intereses generales de los argentinos sino nos unimos. Mi propuesta es movilizarnos para defender la paz. Es imperioso que se comience a trabajar en la conjunción de ideas y miradas de la realidad local y mundial para crear un movimiento de unidad nacional que de vida a un programa consensuado de salida definitiva de la crisis.
Es necesario que esa unidad se proponga ya. En primer término, se debe acabar con la pelea, con la violencia en la política. Sólo con todos los sectores de la vida nacional, sentados en torno de la misma mesa, como insistía el papa Francisco, abriendo espacios de diálogo y consensos, lograremos alcanzar la paz que ilumine un nuevo camino para la Argentina. Sin paz nos atamos a la decadencia y al deterioro de nuestra identidad.
(*) Fue presidente interino de la Nación Argentina entre el 2 de enero de 2002 y el 25 de mayo de 2003, por aplicación de la Ley de Acefalía.
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