Por José Augusto Weber | [email protected]


Por José Augusto Weber | [email protected]
Los adultos mayores, entre quienes me incluyo, somos más del 20 % del pueblo argentino, por lo que podemos considerarnos una "minoría sustancial". Con sus más y sus menos, muchos estamos incluidos en el sistema previsional y podemos recurrir a una cobertura de salud. No todos los países hispanoamericanos gozan de la misma situación.
Entre algunos adultos mayores, en condiciones de salud física y mental, emerge otra necesidad que es la de sentirse útiles en su propio entorno y en la sociedad. Estos canalizan de diversa manera su entrega a los demás, sea cuidándose en la pareja, cuidando nietos, frecuentando amigos, participando en organizaciones de la comunidad, trabajando física o intelectualmente según sea su talento y voluntad, o simplemente disfrutando lo mejor posible de esta etapa de la vida.
A pesar de todo ello es evidente que en la posmodernidad se subestima la capacidad de este estrato social, considerado como "viejos", generando ciertas evidencias de "exclusión". Esta exclusión se nota, tanto en los ámbitos públicos como privados. En contraposición, las sociedades orientales muestran claramente el paradigma del respeto a los ancianos, primero en la familia y como lógica consecuencia en la sociedad.
Muchos adultos mayores se reúnen, no para reflexionar sobre como pasar el rato, sino para organizarse e intervenir positivamente brindando su talento y experiencia en bien de los cambios de la Sociedad, sea a través de emprendimientos públicos y privados diversos, de la intervención en política y de otras actividades, este nuevo paradigma actualmente se suele denominar "revolución de las canas".
En los ámbitos de las universidades y de los institutos de Ciencia y Técnica, la burocracia de los sistemas expulsa al retiro del servicio activo a personas con gran formación académica y experiencia, en los que la Nación invirtió muchos recursos para formarlos y sostenerlos. Pero finalmente se los "expulsa", sin tener en cuenta el valioso aporte de talento y experiencia que pueden brindar en estos y en otros ámbitos. No obstante ello, no dejo de reconocer que existen excepciones, a saber: en las universidades se admite algunos hasta los 70 años, en la Justicia, a veces, hasta más de los 75 años, también en el Conicet y en algunas pocas empresas privadas.

En la posmodernidad se ha hecho evidente la lucha por la inclusión de algunas minorías, que reclaman sus derechos y hasta tratan de imponer sus visiones al resto de la sociedad. Muchas de estas minorías son consideradas, casi en demasía, por las organizaciones políticas, y pareciera que si los políticos no se involucran en estos derroteros, no servirían.
Respecto a la comunicación entre los adultos mayores y los jóvenes, podría decirse que hay una "grieta" en la comunicación intergeneracional. No se han desarrollado los suficientes ámbitos de confianza para aprovechar la creatividad y riqueza propositiva que pueden surgir de la interacción de las generaciones mayores y los jóvenes. Unos por su experiencia y talentos, y otros por su enjundia y energía en el accionar.
Si intentamos hacer una analogía entre el cerebro y la sociedad, así como la inteligencia es un atributo que no surge de la cantidad de neuronas en el cerebro -sino de la cantidad de "sinapsis", es decir la conexión entre las mismas-, también en la sociedad, la creatividad y el desarrollo surgen de la cantidad y diversidad de interacciones, comunicación y dialogo entre sus diversos componentes, muy especialmente entre sus estratos etarios y funcionales. En este aspecto, debemos reconocer que en Argentina somos claros exponentes de este problema.
En la actualidad es más frecuente dar prioridad al reemplazo y contención de las debilidades de los adultos mayores, que al aprovechamiento de sus fortalezas, experiencias y talentos. Ambas prioridades son importantes. Unas, para la contención. Y las otras, para el reconocimiento y aprovechamiento del aporte de las generaciones mayores al progreso de la comunidad y al bien común.
El tema que planteamos es esencialmente cultural y moral. En la organización de la comunidad esta debilidad debe afrontarse, primero en la familia y después en la sociedad toda, ya que se trata de un valor, que debe desarrollarse desde el seno de las familias, por ser estas el primer eslabón de la integración de una sociedad fundada no solo en la legislación, sino fundamentalmente en los valores.
Entre otras, quizá el PAMI podría ser una organización del Estado con posibilidades de accionar en la sociedad en orden a esta finalidad, además de aquellas finalidades que ya afronta orgánicamente en cuanto a la salud, el bienestar, la internación, el turismo, etc.
Sin duda, en la política educativa y de comunicación, también deberían afrontarse estos desafíos mediante políticas de Estado coordinadas entre ministerios, para que sean eficaces en el largo pazo. Requerimiento fundamental, cuando se persiguen cambios culturales en la sociedad en su conjunto.
Finalmente, quiero llamar la atención respecto a que una "política de inclusión" debe pensarse integralmente para sectores diversos de la sociedad que hoy manifiestan algunos signos de exclusión, como ser discapacitados, diversidades sexuales, exdrogadictos, expresidiarios, recuperados de enfermedades mentales, indigentes, marginados, héroes de Malvinas y también a los adultos mayores. Esta integración debe orientarse no solo a la contención de las debilidades, sino también al aprovechamiento de sus respectivas capacidades, talentos y fortalezas.