Eduarda Mansilla de García y la biografía de su célebre tío, Juan Manuel de Rosas
La primera novelista argentina.
Imagen de Juan Manuel de Rosas en tiempos de su destierro en Inglaterra.
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Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, disfrutaba las visitas de su hermana menor Agustina, apenas un año y meses mayor que su hija Manuelita, en la casa de la calle Moreno (o del Restaurador), y luego también en su espléndida quinta de Palermo. Muy pequeñas, Agustina y Manuelita ambas jugaban a las muñecas, y cuando llegaron a la adolescencia se entretenían con los folletines de moda que llegaban con bastante frecuencia de la lejana Europa.
Más que una boda: la bella y el general
Hasta que un día, Agustina le pidió a Rosas la indispensable venia para que la visitase el general Lucio Norberto Mansilla, hombre de imponente estampa y notable trayectoria, que lucía en su uniforme algunas de las condecoraciones de la Guerra de la Independencia y de la lucha contra el Imperio del Brasil. La diferencia de edades ocasionaba más reservas que ciertos antecedentes políticos del personaje: ella tenía 15 años; él, 39. Ella brillaba por su belleza: ya se la consideraba "la mujer más hermosa de Buenos Aires"; él, había sido, además, gobernador de la provincia de Entre Ríos y algunos "federales netos" dudaban de su compromiso con "la Santa Causa de la Federación".
Retrato de Eduarda Mansilla de García (1834-1892), considerada como la primera novelista argentina.
El casamiento entre la bella jovencita y el galardonado general, realizado el 2 de abril de 1831, fue mucho más que una boda: resultó un acontecimiento memorable. Y sirvió para unir a dos familias con notable historia: los Rosas y los Mansilla. Fruto de esa unión, en diciembre de aquel año nació el primer hijo, Lucio Victorio, llamado a ser un militar sobresaliente, pero, sobre todo, un escritor impar.
Después llegó Eduarda Damasia, que vio también la luz en diciembre, pero del año siguiente, no sólo sería considerada la primera novelista argentina, sino una de las mujeres más notables de su tiempo, admirada por su obra tanto en Europa como en los Estados Unidos. Luego vinieron otros vástagos que murieron jóvenes o no alcanzaron el brillo de los primeros.
Dominio del francés y el inglés
La casa del general Mansilla, nombrado Jefe de Policía en 1834, era un espléndido cenáculo en el que este desplegaba su facilidad oratoria para narrar propias y ajenas aventuras, y Agustina mostraba las cualidades de una auténtica anfitriona. Muy niños, Lucio Victorio y Eduarda admiraban por la soltura con que se expresaban en francés y en inglés, y por la rapidez e inteligencia con que respondían a sus interlocutores.
Primera cuartilla de la carta de Eduarda a su tío Juan Manuel de Rosas.
Cuando Rosas en marzo de 1835 alcanzó su segundo gobierno con facultades extraordinarias y la suma del poder público, más de una vez llamó a su sobrina para que sirviese de traductora en reuniones con personajes extranjeros a los que deseaba sorprender, y aún con los representantes navales de Gran Bretaña y Francia en lucha contra la Confederación Argentina. La niña, junto con su madre y sus hermanos, alternaban su presencia en los salones porteños con las frecuentes visitas a Palermo. Agustina era la hermana predilecta del dictador, la menor, que en la intimidad lo llamaba padre.
Portada de "El médico de San Luis" de Eduarda Mansilla, con dedicatoria dirigida a Domingo Sarmiento. La autora hizo uso de un seudónimo masculino.
La familia Mansilla vivió las vicisitudes de aquella década difícil y soportó las ausencias del general, que comandó con heroísmo la resistencia contra las grandes potencias en los combates de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845) y Punta Quebracho (4 de junio de 1846).
Cuando Urquiza derrotó a Rosas en Caseros, el 3 de febrero de 1852, las mujeres de la familia Mansilla quedaron en Buenos Aires, mientras los varones iniciaron un exilio que comprendió diversos viajes y prolongadas estadías europeas, en las que don Lucio Norberto se convirtió en amigo del emperador Napoleón III e influyó en su matrimonio con la granadina Eugenia de Montijo cuyo círculo íntimo frecuentaba. Mientras tanto, Juan Manuel de Rosas, su hija Manuelita y su yerno Máximo Terrero, se asentaban en Inglaterra y el general se convertía en granjero para subvenir sus necesidades más apremiantes.
Con Lincoln y Grant en Estados Unidos
Eduarda, convertida ya en una bella mujer, contrajo matrimonio en enero de 1855 con el doctor Manuel Rafael García, ocho años mayor que ella, notable jurisconsulto, hijo del político y diplomático Manuel José García y de Manuela Aguirre y Alonso de Lajarrota. Para esa época, Eduarda ya escribía con envidiable estilo en algunos periódicos porteños, preludio de una obra que la convertiría en la primera novelista argentina: "El médico de San Luis", escrita en 1860. Ese año también escribió "Lucía Miranda", sobre la protagonista de la tragedia del fuerte de Sancti Spiritus, primer asentamiento español en el Río de la Plata.
Retrato de Manuel Rafael García, esposo de Eduarda Mansilla. Era hijo de José Manuel García, polémico diplomático de la época de Alvear y Rivadavia.
Algunos de los principales hombres de letras argentinos la elogiaron por su obra, que continuó con libros de viaje, cuentos infantiles, y otras expresiones de su gran talento. También en 1860, al ser designado su esposo para estudiar el sistema constitucional norteamericano, Eduarda lo acompañó a los Estados Unidos, donde hizo amistad con el presidente Abraham Lincoln, el general Ulysses S. Grant, y escritores de la talla de Henry Longfellow. Posteriormente siguió al doctor García en su carrera diplomática que abarcó largo tiempo y diversos destinos.
Como lo había hecho antes, mientras se hallaba en Europa, donde le manifestaron su admiración escritores de la talla de Víctor Hugo y Edouard Laboulaye, tomó varias veces contacto con su prima Manuelita Rosas y con su tío, el exiliado Restaurador. Manuel Rafael García desarrollaba una intensa actividad tendiente, sobre todo, a hacer realidad el sueño del presidente Domingo Sarmiento de constituir una moderna escuadra de guerra para la Argentina.
Una carta y una promesa
En la Academia Nacional de la Historia (Fondo Ortiz de Rozas), existe una carta notable de aquellos años, fechada el 25 de diciembre de 1875, en la que Eduarda le da cuenta a su tío Juan Manuel, exiliado y retirado en su granja de Southampton, de que se hallaba con su familia en Fontainebleau pronta a instalarse en París.
Tras informarle sobre los progresos de sus hijos, en especial del cadete naval Manuel José García-Mansilla (que cursaba esa carrera en Francia y se destacaría más tarde en la Armada Argentina), Eduarda pasaba a reflexionar sobre el gobierno derrocado veintitrés años atrás, aclarando que "Rosas supo como nadie levantar la nacionalidad argentina y a él se le debe en gran parte su existencia". Y luego asentaba las siguientes palabras, que reflejaban su interés por investigar una faz de la historia de su patria:
"El sueño de mi vida es mostrar a todo el mundo lo que usted vale, pero me faltan antecedentes, pues yo haré algún día un estudio profundo sobre la política de Rosas, y esto no sólo por sentimiento de justicia sino por deber de familia. No olvide usted señor que yo, aunque mujer (subrayadas estas palabras en el original), podré, pues me alientan grandes esperanzas y serios propósitos de escribir una biografía verdadera de Rosas".
"No me olvide usted, mi querido tío. Más de una vez deploro el silencio que ante el mundo ha guardado usted y le confieso a usted que lo desapruebo pues me nace del corazón un presentimiento de que todo hubiera cambiado de faz si Rosas hubiera escrito o hubiese hecho escribir. No me llame usted temeraria ni se ofenda usted por mi franqueza, pero el que calla siempre deja escuchar demasiado todo lo que de él se dice".
Admiración de lectores, políticos e intelectuales
En aquella carta a su tío Juan Manuel, luego de referirse a la difícil situación económica que su familia padecía, pues su esposo no había lucrado con comisiones espurias ni ella había heredado nada de su poco previsor padre, Eduarda deploraba que la Argentina hubiera entrado en un tiempo en que la especulación material y el afán de ganar dinero se sobreponían a propósitos más nobles.
"Nuestro país necesita ingenieros, marinos, diplomáticos, etcétera, y mis hijos han de llevarle el contingente de luces adquiridos en el Viejo Mundo", decía. No sabemos si Rosas alguna vez contestó, pero Eduarda no llegó a escribir la biografía de su tío. El que sí lo hizo fue su hermano Lucio Victorio, aunque para criticarlo duramente y afirmar que "lo único que Rosas quería era el poder". El dictador murió un año y menos de tres meses después de leída aquella carta.
En cuanto a Eduarda, siguió su labor literaria con intenso brillo, hasta que regresó a Buenos Aires, donde mantuvo su gran prestigio. La sorprendió la muerte en la forma de un ataque al corazón, el 20 de diciembre de 1892, a los 58 años de edad y su sepelio fue una muestra unánime de la admiración que sentían por ella intelectuales, políticos y simples lectores que accedieron a través de la prensa a su prosa fácil y a la vez profunda.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
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