Por Carina Sedevich
La autora piensa con insistencia, incluso más allá del lenguaje, el abismo entre la vida y lo que podemos entender o lo que podemos decir sobre ella.
Por Carina Sedevich
Joseph Brodsky expresó alguna vez que la poesía es "un espíritu que busca carne pero encuentra palabras". Los versos iniciales del poema Cuerpos parecen hablar de algo así: "Le falta a estos poemas/ que descienda a su espíritu/ un cuerpo que, a cierta/ hora, tarde, se encorve/ como un signo pasmado/ ante la oscuridad/ de esa ínfima parte/ que llegó a comprender." Tal vez muchos poetas habrán deseado alguna vez que la poesía se materializara en algo más consistente que palabras para dar mejor cuenta de lo que intenta aprehender. En todo caso, este poema está atravesado por una cuestión que sin duda ocupa a la autora de "Una línea simple": la naturaleza del lenguaje, sus límites para asistirnos tanto en la comprensión como en la expresión de la vida.
La experiencia del poeta es siempre lucha por usar el lenguaje para decir lo indecible. De alguna forma confía en esa empresa improbable: "Lo inefable vierte vino en las jarras, da color a las vocales,/ pronuncia voces detrás de un muro/ cuyo guardián es invisible./ Habla y habla.", escribió Rafael Felipe Oteriño. Por eso Elisa Molina se pregunta, por un lado, por qué el lenguaje "no atrapa ahora tus señales/ bajo la forma que sea y/ se queda barajando en cambio/ como un tahúr ensimismado/ los siempre mismos naipes desleídos", o si "habrá que ser más literal para/ encontrar la justa vibración/ de cada término", como si no confiara en el peso, en el calibre de las palabras, en sus posibilidades de configurar sentido. Pero después, enseguida, compara a las palabras con su propia sombra y dice que cuando su sombra fuma "el hilo de su cigarro es más cierto/ (más sombra, más humo y nada) que yo". Y así devuelve al lenguaje mucha de la consistencia necesaria para hablarnos, para hacernos existir.
"Entre la luna y yo/ hay una conversación/ que ni la luna/ ni yo entendemos" son los versos de Abbas Kiarostami que abren uno de los capítulos del libro y dan cuenta de que la autora piensa con insistencia, incluso más allá del lenguaje, el abismo entre la vida y lo que podemos entender o lo que podemos decir sobre ella. En el poema El callado, por ejemplo, uno de sus hermanos le "recita el nombre de todos sus perros", le "tiende/ lo más suyo", dice Elisa, para intentar hacerse reconocer por ella. Difícil tarea para quienes estamos, como escribe en el poema A raíz de tu pregunta, "cada uno orbitando/ en su galaxia, tan cerrada/ y a la vez tan próxima".
La poeta parece estar siempre muy consciente de que el lenguaje –más allá de sus límites- constituye en sí mismo un hecho estético, como expresara Borges alguna vez. La autora no recurre a ningún exceso, confía en el idioma -como también Borges sugería hacer- y eso se nota en el uso cuidadoso y delicado que hace del mismo. Elisa Molina escribe con palabras muy bien contadas y elegidas, como en este poema que da título a la obra: "Prefiero la foto en la playa:/ que una línea simple separe/ la masa oceánica de todo/ el resto en plena claridad,/ como cegando la figura/ a contraluz que, sin detalles,/ será una verdad suficiente."
Una línea simple puede ser, quizás, esa que separa –y a la vez une y espeja- lo que percibimos o podemos decir de las cosas y "su significación más profunda", eso que uno sabe que está pero no logra componer, como propone el poema titulado Perspectivas. "Con ideas no se hace poesía" como bien sabe la poeta y como concluye en la última página de su nuevo libro. La poesía comienza a buscarse "al límite de lo que se ve". Al límite de lo decible, también. Lo que hace a la poesía es, después de todo, lenguaje, pero lenguaje que ha conseguido de alguna forma, a pesar de lo imposible de la empresa, dar cuenta de la espesura de la materia de la que está hecha la vida.
Elisa Molina piensa con insistencia, incluso más allá del lenguaje, el abismo entre la vida y lo que podemos entender o lo que podemos decir sobre ella.
La autora no recurre a ningún exceso, confía en el idioma -como Borges sugería hacer- y eso se nota en el uso cuidadoso y delicado que hace del mismo.