Si pudiera dar cuenta -apelando a una sola imagen-, de "El susurro que tañe", poemario de César Bisso -publicado en juno de 2025 como resultado de la coedición de Ediciones La yunta (CABA) y Cartografía Ediciones (Río Cuarto)-, elegiría una de las más clásicas de la literatura de todos los tiempos.
Elegiría la del viaje: un itinerario poético introspectivo y reflexivo, contempla un breve pasaje por cada una de las tres estaciones propuestas: "Premonición", "Clausura" e "Incertidumbre". Intensa indagación poética, cuyo recorrido ilumina el efecto de la degradación progresiva de los vínculos, la vulnerabilidad que define nuestro estar en el mundo, la imposibilidad de prever lo incierto por venir.
"Solo, a la sombra de mi propia sombra,/ ninguna flor abrirá", dicen los versos de "Ermitaño", resonancia del encierro pandémico, epítome del progresivo deterioro de los vínculos mencionados: "la vida se hace a plena luz,/ de frente", leemos.
Atravesado por el presagio de lo que puede venir bajo la forma de una campanada que en su tañido anticipa lo que desconocemos, y que probablemente será doloroso y nos dejará indefensos, "El susurro que tañe" dice mucho del miedo -esos "pequeños puñales", según la ajustada metáfora que el poeta brasileño Floriano Martins incluye en el título de su prólogo- al golpe letal del azar.
La voz poética se pregunta cómo transitar un presente incomprensible que se aísla en la indiferencia ante el dolor de los demás. Los hombres "seguirían librando batallas absurdas, consumiéndose entre ruinas, victoriosos de la peor derrota:/ la ausencia del otro", dicen los versos de "Oráculo", admitiendo que ni siquiera la profetisa Casandra se animó a predecir tal derrumbe.
La postal no difiere del espejo de la Historia: "La historia es un río oscuro/ y sin orillas/ donde flota el luto de los siglos". La sensación es de callejón sin salida, de hondo desgaste, cualquier lucha parece inútil. Las cartas están echadas, el destino quiso que el itinerario del poeta transcurriera en un tiempo "malherido", "(…) la pesadumbre bruñe/ el alma despellejada".
Sin embargo, al tiempo que se advierte la decadencia, la resiliencia del poeta no se ampara en la resignación sino que intenta parir una realidad alternativa. "¿Hay salvación?" se pregunta en "Praxis", y no duda en responderse con la palabra más breve y prometedora de nuestro idioma: "Sí".
Vestirá, si es necesario, la piel del hechicero y también la del guerrero esotérico entrevisto en sueños, aunque lo cierto es que en la vigilia siempre elegirá la mansedumbre del agua.
"Palabra en vuelo" potente poema que cierra la primera sección, escribe por igual un lamento y un deseo, un reubicar las cosas en su lugar ante uno de los males actuales más visibles, el uso degradado, mentiroso, de la palabra: "El mal decir carcomió la torre de Babel".
Pero "No te rindas palabra/ aunque ya enmudezca el mundo/ alguien escuchará tu grito", leemos en esa suerte de plegaria que César Bisso, a través de la voz que escribe, parece decirse a sí mismo: no te rindas, tu palabra es tu espada y tu maná.
En "Clausura", segunda parte -y aquí también se respira la asfixia, la inmovilidad que selló la pandemia-, los malos presagios tañen, aturden. El poema elige entonces respirar en la contemplación del mundo pequeño y cercano: la hendija que filtra y permite intuir el contacto con la naturaleza: el río, la magnolia, el colibrí, la senda de una estrella, la noche.
La pertenencia es a la naturaleza: el deseo de ser una parte más del todo, una parte viva. Encender nuevamente la llama que el golpe de la tiniebla apagó. Moverse de ese lugar de desamparo, desasosiego e incertidumbre.
Salir, sanar, sentir, confiar, tal el derrotero que orienta la resistencia del poeta mientras el viaje por las estaciones propuestas aclara su percepción: "Nada resguarda un corazón solitario/ tendré que luchar, poema tras poema".
En el contexto de autoexilio evocado, "migajas de pan pesa la esperanza", leemos, y la desesperanza "blasfema sobre la hoja de papel". El yo poético se debate entre maldecir sobre la hoja blanca o escribir un poema que alumbre otra forma de vida, que cante o simple, la vida sencilla de los pueblos pequeños.
Optar por la estrategia de la almeja y ocultarse mientras dure el temporal o "alentar la franqueza del grito,/ que incluso ahogado resiste". En tiempos de posverdad la búsqueda incluye reconstruir el trazo de la letra, dar con la raíz primera del habla, limpiar la escoria acumulada.
La oratoria sofista lleva al único atajo posible: la obediencia sumisa por devaluación del entendimiento que el uso tramposo de la palabra promueve. Así lo expresan los poemas "Atajo", "Oratoria" y "Rendición", eslabonados uno al otro iluminando los bordes de una actualidad distópica que todos experimentamos y cuyo combustible es la opacidad del concepto de verdad.
El poeta sigue oyendo, sin embargo, una canción reincidente, un tañido, aun bajo la sospecha de que "ha quedado enmudecida/ ninguna melodía supo acompasarla". La canción "revive" y remarca que el otro es su espejo: el mundo se resquebraja cada vez que la injusticia golpea sin piedad al vulnerable. Los lobos aúllan cerca y beben la sangre de los pobres y la tormenta nunca cesa.
La pregunta cae de su propio peso: "Para qué sirve la voz/ cuando se disipa la esperanza?" No saber lo que vendrá traerá dolor. Habrá que desmalezar, dejar atrás el recelo a lo desconocido, a lo que no comprendemos, vislumbrar y poder descansar en "pequeños escondrijos de impavidez", así lo sugiere el último verso de uno de los poemas más bellos del conjunto: "Imaginario".
El yo que escribe se anima a ello: "Desconozco mi suerte", asevera el verso que marca el final del último poema, abriendo a la vez la posibilidad de una convivencia armónica con los estados anímicos desolados que atraviesan estas páginas, claves del registro emocional interpelado, todas ellos resultantes de la misma matriz: la incertidumbre, marca indeleble en el dobladillo del siglo.
Los poemas de "El susurro que tañe", se expanden alrededor de lo que podríamos llamar núcleo de sentido, muchas veces rematados por una evidencia, aprendizaje, verdad aprendida o entrevista en el camino de ahondar en la imagen o idea que da pie al proceso de escritura. Intensamente sonoros.
Desde su título que anticipa los susurros que se oyen como tañidos, desde las campanadas que suenan en cada página bajo la forma de un presagio, de un miedo, de una incerteza, como también de las pequeñas epifanías o de la visión fascinada de la belleza.
Hogar de pájaros, es posible oír no solo el canto sino también el aleteo de zorzales, horneros, colibríes: "Siempre vuelan pájaros solitarios/ Del patio al río,/ de la tierra al agua" y es posible oír sus "trinos como cencerros".
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