En su nuevo libro, "La vuelta al mundo en 14 Díaz (y uno más)", Alfredo Di Bernardo presenta historias que conectan con el lector mediante escenarios familiares y una narrativa que evita juicios, fomentando la empatía.
Alfredo Di Bernardo, escritor santafesino. En su obra logra darle identidad a un amplio universo de historias paralelas y autónomas.
En este nuevo libro de Alfredo Di Bernardo (Santa Fe, 1965), cada cuento lleva por título el nombre del personaje principal. "Agustín" es un cura sanador a la espera de un dictamen por la acusación de abuso de menores. "Ailén", una poeta que convierte el ómnibus de todos los días en una frontera indómita.
"Alejandrina", una docente a la antigua, dispuesta a ejercer su vocación hasta el último minuto a pesar de la evidente decadencia del sistema. "Carlos", un padre que espera con ansias saciar su sed de venganza. "Fernando", un afamado escritor para el que "los libros no curan heridas; sólo ayudan a soportar el dolor". "Hernán", un bisabuelo que usa las palabras para construir puentes hacia el futuro.
"Ismael" parece enamorado de una mujer que solo ve en él a un cliente. "Iván", víctima de un efecto dominó generado por sucesivos apuros. "Juan Pablo", un trabajador que se topará con una experiencia concluyente de regreso a casa. "Lila", una mujer que en plena crisis de la mediana edad, cuando ya nada parecía entusiasmarla, descubre nuevas formas de amor.
Un tal "Lucas", es alguien que recibe una profunda revelación en la sala de esperas de una clínica. "Mariano", un hombre maduro que sufre por no dejarse caer en la tentación. "Octavio", resignado a la costumbre de cumplir años. También está un héroe anónimo llamado "Rafael". Y "Marcelo", un adolescente que en 1982 aprende el valor de las derrotas.
Aunque la portada nos propone "La vuelta al mundo en 14 Díaz (y uno más)", solo Agustín, Alejandrina, Fernando, Lila y Lucas ostentan en sus realidades virtuales ese apellido. Respecto a los demás, no nos queda más remedio que confiar en el título (eso, si obviamos la aparición del jugador Ramón Díaz… ¿o acaso es él el Díaz con la camiseta número 15?).
Portada del novedoso libro de Alfredo Di Bernardo. Cada cuento lleva el nombre del personaje principal.
Sea como fuere, estos Díaz no son los Buendía… Entre ellos no existe a ciencia cierta ningún parentesco, salvo el de ser símbolos que nos hablan de distintos aspectos de nuestra condición humana, siempre propensa a los conflictos de todo tamaño y tenor.
Más bien hay otros elementos que, página a página, contribuyen a darle una identidad a este universo de historias paralelas y autónomas. Por un lado, los escenarios. Por ejemplo, el padre Agustín se lleva el mate y el termo al patio de la parroquia para estar bajo la sombra de una morera y meditar o rezar con un fondo coral de benteveos y zorzales.
Ailén aborda un colectivo amarillo.Octavio festeja su cumpleaños en un quincho. Sin pintoresquismos ni topónimos, estas historias están evidentemente ambientadas acá no más, en nuestro entorno citadino. Estos detalles funcionan como guiños de proximidad entre el mundo de los personajes y el mundo cotidiano de los lectores.
Otro elemento unificador en estas historias es la voz narrativa. Los quince relatos se cuentan en tercera persona. Pero no sólo eso: el narrador, en todos los casos, más que observar, acompaña a cada personaje sumido en su conflicto, dejándolo ser como es, como puede, sin forzarlo, pero principalmente sin juzgarlo.
Esto nos facilita empatizar con ellos, lo cual no sólo es una estética sino también una política narrativa, en una época como la nuestra, signada por discursos de odio y opiniones arbitrarias. Por último, este puede leerse como un libro cinematográfico. Al menos, por dos razones.
En primer lugar, porque se asemeja a una película antológica, donde las quince historias de los Díaz equivalen a quince cortometrajes unidos por el hilo casi invisible del apellido. Segundo, puede no ser casual que el único cuento cuyo título no exhibe el nombre de un personaje sea "Cinéma vérité", en principio, en alusión a una canción del disco "Peperina", de Serú Girán.
Pero, además, el "cinéma vérité", o "cine-verdad", es un estilo de cine documental no convencional surgido en Francia en la década del 60, aprovechando el empleo de las innovadoras cámaras portátiles, que permitían grabar simultáneamente imagen y sonido, posibilitando narraciones de efectos más veristas.
La misma canción, compuesta por Charly García, alude a esta técnica: "Y yo estoy con la máquina de mirar/ justo en el paraíso, para filmar". Y continúa: "Yo puedo compaginar la inocencia con la piel./ Yo puedo compaginar./ Yo nací para mirar lo que pocos quieren ver./ Yo nací para mirar".
Lo cual, en este contexto, prácticamente equivale a decir: "Yo nací para contar", algo que para satisfacción de sus lectores Di Bernardo ha demostrado en estas y otras páginas memorables a lo largo de más de treinta años de trayectoria.