Por: Néstor Vittori


Por: Néstor Vittori
La marcha del 1º de abril representa una singularidad en el contexto de la psicología de masas: si bien construye un significante hegemónico “la defensa de la democracia”, el mismo no tiene un liderazgo carismático que lo represente a través de un discurso totalizador, sino que emerge espontáneamente como respuesta a mensajes reiterados de distintos sectores contradictores del gobierno en dirección de una vocación destituyente, que reniega de la democracia y que apuesta a la revuelta callejera como modo de crear las condiciones para una eventual ruptura de la normalidad institucional.
“La defensa de la democracia”, siguiendo el pensamiento de Jackes Lacan, sería el punto nodal (points de capiton) que englobaría elementos sin ligar en sus significados originales, por ejemplo “apoyo al gobierno”, “lucha contra la corrupción del kirchnerismo”, “reclamo a la justicia”, “oposición al retorno de Cristina”, “apuesta a la normalidad”, “temor a repetir la crisis venezolana”, “rechazo a la magnitud del Estado” y otros diferentes reclamos equivalentes.
En esta dirección, no podemos afirmar que la “defensa de la democracia” sea un significante vacío, como en otras construcciones hegemónicas, porque tiene un significado bien concreto, pero todos los elementos que se coligan en este fonismo en realidad constituyen significantes flotantes, que no entrañan una alineación sistemática y permanente en el colectivo representado por el gobierno de Macri.
En este sentido, cabe señalar la diferencia en términos de honestidad política, al no intentar el gobierno apropiarse del éxito multitudinario de la marcha, así como su pacifismo para atribuírselo como un gesto de adhesión política a su gestión.
Es sano que la lectura sea sacada de un contexto de reclamo imperativo, y de oposición al gobierno, como ha ocurrido con las otras marchas del mes de marzo, que en gran medida han desvirtuado las consignas para las cuales fueron convocadas, malversando la buena fe de muchos partícipes, como tampoco una adhesión incondicional a la gestión macrista.
En realidad es el trazado de un marco de lo que se rechaza como perspectiva futura, y un andarivel para la gestión de gobierno en función de lo que se espera de él.
Lo novedoso es que en la masividad se legitima la jerarquización de las expectativas, priorizando la institucionalidad democrática y republicana por sobre las estrecheces económicas, que sin duda están presentes en la mayoría de los participantes, a los cuales no se puede identificar como los “ricos” de la Argentina, como pretenden algunas expresiones sectarias, sino que valoran y asumen la dolorosa e inevitable proyección realista de la economía, en busca de los equilibrios perdidos.
La gran protagonista de la marcha ha sido la “clase media”, que es mayoritaria en el país, y que más allá de reclamos parciales o de alineaciones ideológicas, quiere vivir en un país normal, asustándose y rechazando el uso arbitrario del poder en su propio beneficio, como así también las usurpaciones de roles y de consignas, así como las reivindicaciones de violentas épocas pretéritas, protagonizadas por la guerrilla setentista.
Realmente el accionar de las movilizaciones de marzo, en sus exteriorizaciones simbólicas, han tenido el mismo efecto de aquella histórica quema de un ataúd, por parte de Herminio Iglesias, en el cierre de la campaña de Ítalo Luder en 1983, que terminó siendo un factor de su derrota electoral.
El gobierno tiene que valorar el apoyo explícito e implícito de la marcha, pero tiene que entender que la misma es un rumbo y no una adhesión incondicional a su gestión.
El gobierno tiene que valorar el apoyo explícito e implícito de la marcha, pero tiene que entender que la misma es un rumbo y no una adhesión incondicional a su gestión.