Un liso y una empanada, en una tradicional esquina de Santa Fe, me sirvieron para comprobar que el paisaje, terco, se repite. Hay que saber quiénes son y qué se puede hacer por ellos, porque hace tiempo que son parte del presente y nadie quiere que también sean parte del futuro. Son los chicos que piden y los bebés que se usan como reclamo para pedir. Les pondré nombre para que sean más visibles.
Tres de ellos me llamaron especialmente la atención. El primero es un chico que llegó discreto y se quedó parado al lado de la mesa, sin decir nada, tal vez pensando que su mensaje ya era lo bastante elocuente, o tal vez porque ya estaba cansado de pedir y se quería ir a casa a dormir. Serían las nueve de la noche de un caluroso jueves de este febrero.
Ni delgado ni gordo, tendría siete u ocho años. Llamémosle Marcos. Si no hubiera sido por el yeso, Marcos hubiese pasado como uno de los muchos que deambulan pidiendo por este barrio. Son unas cuantas manzanas, algunas peor que otras, algunas malolientes, impregnado el ambiente de grasas y fritangas. Pésimas las veredas y ciertas aguas turbias, renovadas cada vez, que conviven con restos de basura que llevan días en espera.
Marcos tiene un yeso en el antebrazo izquierdo. No parecía un yeso reciente, pero tampoco se veía antiguo, ni abandonado o descuidado. Ni parecía un reclamo para pedir. Pensé que Marcos estaba orgulloso de él. El yeso estaba pleno de dibujos, tal como suele pasar con otros escolares que deben llevar un yeso por causa de una fractura. Marcos, entonces, no es la excepción.
Siendo que el yeso estaba decorado como es usual en estos casos, es lógico pensar que en casa reina un cierto espíritu escolar o al menos allí hay cosas del colegio y ganas de usarlas. Esto es síntoma de una esperanza que vale la pena aprovechar. Es probable que el yeso fuera posterior al final de las clases, en diciembre; y que tal vez ya no esté cuando las clases recomiencen, en marzo. Es entonces un yeso de verano.
Mirá tambiénLos virus que les pasamosNo me pareció un yeso de los más habituales, motivado por una fractura sin desplazamiento del cúbito o del radio, que son los huesos del antebrazo. Sino que parecía un yeso especial, quizás motivado por una fractura doble, y con desplazamiento, de ambos huesos del antebrazo. Por tanto, Marcos tuvo dolor, y mucho, durante los minutos, o quizá las horas que habrán pasado entre el momento de la fractura y el tiempo de ponerle el yeso en el hospital. Los pobres sufren el mismo dolor, pero durante más tiempo, por motivos fáciles de imaginar, que los clase media.
Así fue como Marcos nos dejó dos mensajes para la esperanza. Uno, que le gusta la cosa escolar, y que entonces quiere volver pronto a la escuela. Dos, que tiene acceso a un sistema sanitario eficiente. Ahora, la pregunta que salta es un grito que clama: ¿por qué Marcos queda condenado a pedir limosna si quiere ir al colegio y tiene un sistema sanitario que vela por su salud?
El caso de Marcos y, como veremos luego, también el de Cristina y el de Mauricio, son el síntoma del fracaso institucional. Más allá de los nombres y lo que representen, es evidente que la realidad supera al espejismo que propone el discurso. La realidad habla por sí misma. Esta realidad necesita un análisis serio, sincero, sin discursos vanos ni vanas promesas. Sin los oportunismos y los oportunistas de siempre. Se necesita un espíritu constructivo. Sobra, en cambio, el espíritu acusador.
Unos minutos después pasó a pedir una chica que llevaba un bebé en brazos. Parecían madre e hija. A la pequeña, suponiendo que sea niña, llamémosle Cristina. Tendría dos meses, tal vez tres. No sé por qué, pero pensé que se alimentaba de la leche de su madre. Dormía recostada sobre su madre, el pecho infantil recostado contra el pecho maternal, y la cara de lado, sobre el hombro. La posición de Cristina no parecía cómoda, ni era adecuada porque en ningún caso un bebé debe dormir boca abajo. Pero igual dormía, ajena a las miserias del entorno.
No tenía más ropa que el pañal, que parecía limpio. La mamá de Cristina paseaba lentamente a Cristina dormida por las mesas, y tuvo más éxito que Marcos. Varios le dieron dinero, pero nadie le preguntó quién es Cristina en realidad, ni si es cierto que toma el pecho. Ni cuántos meses tiene, ni si está bien. Nadie le preguntó si ya había recibido las vacunas de los dos meses.
Mirá tambiénLos chicos de Santa FeCristina y su madre luego se alejaron y se perdieron en la inmediata oscuridad. Y me sospecho que es aquí en lo oscuro donde se comanda la movida. Pero allí, en aquel oscuro, no sé si estaban las dos chicas policía que patrullaban a pie por las inmediaciones. Hubieran sido útiles, pero no para penalizar, sino para investigar.
Hay que averiguar qué pasa, y con todo detalle, antes de alzar el dedo acusador y criticar. Hay que ser objetivos y reconocer todos la propia culpa antes de que la autoridad se rasgue en público las vestiduras, se tire de los pelos y prometa regular aquello que algunos insisten en llamar, no sin egoísmo ni hipocresía, el ocio nocturno.
El caso de Mauricio ya no cabe aquí, pero igual cabe, porque hasta lo imposible es posible si hay ganas.
Por último, ya sobre las diez de la noche, apareció otra chica que pedía con un bebé en brazos. Llamémosle Mauricio, suponiendo que es varón. De menos edad que Cristina, moreno y de pelos chuzos, Mauricio se veía abrigado en exceso por un enterito grueso, de manga larga. La chica lo llevaba sujeto por la barriga, mirando hacia adelante. En la otra mano tenía una mamadera, demasiado grande y demasiado llena para ese bebé. Mauricio no decía nada y se mantenía despierto.
Me pareció que el caso de Mauricio era un engaño. La chica que lo sostenía no parecía su madre porque no lo tenía agarrado como suelen hacerlo las madres. Parecía más bien que no sabía cómo tenerlo, y que lo llevaba para mostrarlo. La mamadera no parecía de él, o tal vez lo fuera si de esta misma mamadera le iban dando pequeñas dosis de leche a cada rato para mantenerlo tranquilo. Pensé que Mauricio no era hijo de quien parecía su madre. Pensé que tal vez fuera un niño prestado como reclamo para pedir.
Esa mamadera, manoseada de aquí para allá, es imprudente y peligrosa. Es fuente de infección, de diarrea para el bebé, y la diarrea del bebé puede ser grave, por deshidratación y acidosis. Si hay vómitos es peor. A veces hay fiebre, que puede ser alta. La diarrea estival del bebé puede ser mortal.
Cristina y Mauricio, y en distinta medida Marcos, son personas sumamente vulnerables, y son oscuras sus perspectivas para el futuro. Aun admitiendo que es un problema difícil de solucionar, vale la pena ponerse a ver los detalles y proponer soluciones. Esto implica un diálogo social.
Mauricio, como Cristina, también tuvo más éxito que Marcos. Y tampoco nadie le preguntó nada, ni nada le propusieron. Luego de la ronda, Mauricio y quien no parecía ser su madre se sumieron en lo oscuro. Hoy, esta noche, la historia recomienza, y es probable que sus protagonistas vuelvan a ser Marcos, Cristina y Mauricio. No me pareció una improvisación sino una puesta en escena. Orquestada desde lo oscuro, desde donde al parecer se comanda toda la movida.