La conmemoración del Día Internacional de la Mujer, en este mes de marzo, nos trajo a la memoria, la figura de una destacada dama de la sociedad santafesina. Nos referimos a Amelia Larguía, viuda de Crouzeilles.

En el mes de la mujer, una dama para nada convencional.

La conmemoración del Día Internacional de la Mujer, en este mes de marzo, nos trajo a la memoria, la figura de una destacada dama de la sociedad santafesina. Nos referimos a Amelia Larguía, viuda de Crouzeilles.
Mujer de intensa vida social nació en 1875 en una de las familias de la elite santafesina. Amelia era hija del ingeniero y arquitecto Jonás Larguía, de reconocida trayectoria en la región como profesional y en la arena política.
Casada en 1898 con don Juan Carlos Crouzeilles oriundo de Buenos Aires y de padre francés, fue madre de seis hijos a quienes educó de acuerdo a las normas y costumbres de su época.
El acta matrimonial informa que Don Juan Carlos era de profesión periodista y en cuanto a Amelia indica "sin profesión". No era de esperar otra cosa por aquellos tiempos en que las damas eran las "reinas del hogar" y debían encargarse de hacer de él un oasis para sus esposos.
En 1917, después de casi veinte años de matrimonio, la dama debió atravesar una difícil situación, cuando falleció su esposo, víctima de surmenage, según hizo constar el doctor Saurit, médico que lo atendía desde al menos un año antes. Se rumoreó en Santa Fe acerca del suicidio del caballero y Amelia recurrió a los buenos oficios del facultativo y a la autoridad del obispo, Mons. Juan Agustín Boneo, para que se expidieran sobre el asunto. Zanjada la cuestión y restablecida la honra del caballero y sus descendientes, la viuda pudo continuar su vida.
Con algo más de 50 años, viuda y con hijos grandes, Doña Amelia incursionó en la arqueología, una actividad que le apasionaba y a la que dedicó la última etapa de su vida.
Seguramente no habrá sido sencilla la tarea. Por esos años, Santa Fe se modernizaba en lo edilicio y urbanístico, y crecía demográfica y económicamente, pero aún era muy provinciana y conservadora en cuanto a hábitos y prácticas sociales.
De una mujer de "buena familia" se esperaba que una vez casada se dedicara a la atención de su esposo e hijos. Fuera del ámbito de lo doméstico, las actividades quedaban circunscriptas a la caridad y la beneficencia -en las que se valían de sus relaciones para obtener ayuda del Estado provincial y municipal para sus causas- y el resto del tiempo se empleaba en visitas, reuniones sociales, actos públicos y fiestas religiosas.

Es decir que a Amelia Larguía no le quedó otro remedio que dedicarse a la arqueología en calidad de aficionada y después de haber cumplido sus deberes de esposa y madre.
Sin embargo, la dama tomó su tarea con la seriedad de una profesión. Tan es así que llegó a ser miembro de la Sociedad Científica Argentina, y en 1934 publicó "Algunos datos arqueológicos sobre paraderos indígenas en la Provincia de Santa Fe", nota en la que según sus propias palabras, se proponía: "Presentar a la Sociedad Científica Argentina, Sección Santa Fe, algunos ejemplares de alfarería del litoral e indicar la ubicación de paraderos indígenas que son numerosos en esta provincia".
El trabajo está ilustrado con fotos de fragmentos de objetos que ella recogía y clasificaba, y un croquis con las ubicaciones de los paraderos indígenas en adyacencias de la laguna de Guadalupe, del arroyo Leyes y del Saladillo. Se publicó en los Anales de la Institución.
Algunos años más tarde, encontramos otro trabajo arqueológico de Amelia Larguía. En este caso, se trataba de un estudio de mayor envergadura, titulado "Correlaciones entre la alfarería indígena encontrada en la región de Santa Fe y la de la Provincia de Santiago del Estero".
A diferencia del primero, este escrito presenta un corpus teórico que da cuenta de las lecturas de la arqueóloga. Se trata de una exposición rigurosa, en la que la autora cita a destacados referentes de la época en relación al origen de las civilizaciones primitivas americanas (así las menciona Amelia), particularmente a expositores del XXV Congreso Internacional de Americanistas que se había reunido en la ciudad de La Plata en 1932.
Refiere, además, a trabajos de los señores Emilio y Duncan Wagner "en pueblos prehispánicos de Santiago del Estero", que, según relata: "… acusan, bajo distintos aspectos, una gran identidad con la cerámica descubierta en Troya por el gran investigador Schlieman, a quien se creyó un soñador y que triunfó, sin embargo, descubriendo la ciudad perdida".
Y prosigue argumentando acerca de las similitudes que ha encontrado entre la cerámica indígena prehispánica encontrada en Santiago del Estero y la que ella misma ha podido relevar en Santa Fe. Cuenta de su visita al Museo Arqueológico que Emilio Wagner ha montado y dirige en esa ciudad y del trabajo en conjunto con su par santiagueño.
El artículo concluye con un párrafo contundente: "Por la semejanza de nuestra cerámica con la de Santiago del Estero, la que a su vez acusa sorprendentes analogías con las cerámicas europeas, asiáticas y americanas, consideramos que los documentos arqueológicos procedentes de los paraderos indígenas de nuestra provincia son un valioso aporte para el estudio de las civilizaciones primitivas".
Los dos trabajos a los que aludimos en este artículo dan cuenta de la tarea de esta mujer que no fue una aficionada a la arqueología, sino una estudiosa del tema que tanto le interesaba. Amelia Larguía no titubeó en ensuciarse los zapatos para hacer trabajo de campo, con las escasas herramientas con las que contaba.
Además de sus escritos, se conservan piezas arqueológicas que obtuvo con sus excavaciones y que forman parte del patrimonio del Museo Etnográfico.
Mención aparte merece, la Sociedad Científica Argentina, que constituyó el paraguas para que Amelia Larguía de Crouzeilles (así firmaba sus trabajos), como otras tantas mujeres argentinas, pudieran desarrollar tareas intelectuales y de investigación, campos todavía poco propicios para ellas.
Es interesante revisar casos como el de la viuda de Crouzeilles, porque permiten matizar un poco las miradas en torno a la vida de las mujeres de la elite santafesina, y considerar de qué modo, algunas cuantas de ellas pudieron abrirse camino en tareas que no eran propias de su sexo, al menos según la concepción de los contemporáneos.
Privilegio que tuvieron estas mujeres por su posición social. Y que nos invita a preguntarnos: ¿qué oportunidades tuvieron aquellas que no pertenecían a este círculo, aquellas mujeres comunes?
Pero en todo caso, eso será tema de otro artículo…
(*) Para la redacción de este artículo se ha tenido en cuenta la documentación que obra en el AGPSF, así como trabajos de Teresa Suárez, Rafael López Rosas y Ana Carolina Arias.
(**) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
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