Por Mauro Magrán

Cada estrella, cada planeta, cada luz que brillaba por encima de su cabeza era motivo de su observación. En la contemplación aprendió a sentir una felicidad muy grande.

Por Mauro Magrán
Esta es la historia de Pablito. Pablito tenía una infancia muy feliz. Disfrutaba mucho de sus amistades, era estudioso y esforzado. Todos a su alrededor estaban convencidos de que Pablito tendría una vida muy dichosa pues esas dos cualidades, sumadas a la alegría que lo caracterizaba, le habían permitido crearse muchas oportunidades.
Cierto día Pablito comenzó a pensar con más seriedad en un propósito que desde siempre lo había entusiasmado: ver una estrella fugaz pasar. Consideraba que ya estaba grande como para cumplir ese anhelo. Ya no le daba miedo, como cuando era más pequeño, quedarse solo en la oscuridad de la noche mirando el cielo. De manera que, entusiasmado por su propósito, Pablito se puso en acción. Se preparó mucho para ese momento.
Le dijeron que las estrellas fugaces sólo se veían de noche, pues la luz del sol no le permitiría distinguirlas aunque dejaran su rastro en el cielo durante el día. Consiguió una mantita para no pasar frío, y comenzó a quedarse despierto las primeras madrugadas. Pasó una, dos, tres noches y nada. -¡Esto recién comienza! –se decía Pablito para entusiasmarse a sí mismo. Cuatro, cinco, seis noches y nada. ¡Tengo que ser paciente! –se repetía Pablito a quien le gustaban mucho los desafíos. Pero pasaron muchas noches más, y Pablito seguía sin ver estrellas fugaces. -Pero las estrellas fugaces existen –pensaba para sus adentros. Él conocía mucha gente que las había visto, y sabía que no mentían. -Si otras personas pueden verlas, ¿por qué yo no? –era una de las preguntas más frecuentes que se hacía a sí mismo.
Si algo caracterizaba a Pablito era la constancia, por lo tanto salía todas las noches con su mantita y miraba al cielo, esperando que una estrella fugaz iluminara su carita. ¡Deseaba tanto experimentar la emoción que otros le habían dicho se siente al verla! Pero por más que lo quisiera fuertemente, la estrella fugaz no aparecía… -¿Será que mis ojos ven bien? –Se preguntó un día Pablito. –Pero que tonterías –pensó luego. Si puedo leer libros, ver gente y hacer muchas otras cosas con ellos. Es que Pablito comenzaba a dudar hasta de sus propios ojos.
Una noche, mientras esperaba la estrella, pensó: -¡ya sé! Quizás el problema es que necesito conseguir más información acerca de las estrellas fugaces. Ese pensamiento lo llevó a investigar en libros de astronomía, mirar fotos de estrellas fugaces para estar atento a reconocer otras similares, etc. Había decidido dejar de salir a contemplar el cielo por las noches, pues quería levantarse bien temprano por las mañanas a estudiar ¡Pablito estudió y aprendió mucho sobre las estrellas durante esa etapa! Qué difícil hubiera sido sin ese gusto por todo lo que demanda esfuerzos. Pensó, en ese momento: -si no tuviera voluntad para investigar, quizás nunca podría ver estrellas fugaces. Luego de varias lecturas, y totalmente confiado en sí mismo, se dijo: ¡Ahora que sé tantas cosas, saldré a seguir mirando estrellas, y esta vez seguro voy a encontrar alguna! Y así fue como hizo, tomó su mantita y se recostó en el césped de su casa esa misma noche, y la siguiente, y también la otra… Pero aun así, Pablito seguía sin lograr ver estrellas fugaces pasar.
Una noche, un tanto desanimado y pensativo, mientras contemplaba el cielo, Pablito comenzó a prestar atención a las otras estrellas. ¡Nunca había notado que eran tantas que era imposible contarlas! Se empezó a divertir viendo algunas que formaban figuras imaginarias y reconoció familias de estrellas y constelaciones gracias a los libros que había estudiado. -El resto de las estrellas siempre estuvo aquí, pero nunca presté atención a ellas –se dijo, algo apenado por haberlas ignorado durante tanto tiempo. Sintió que había sido un poco egoísta: sólo se enfocó en la estrella fugaz, olvidando la existencia de todas las demás. ¡Qué maravilloso era el cielo de noche, poblado de tantas estrellas y tanto brillo!
Aún no sabemos si Pablito logró ver una estrella fugaz pasar; pero sí sabemos que, al prestar atención a la enorme belleza que todas las noches nos ofrece la Naturaleza, Pablito recuperó la alegría que tuvo al inicio de su propósito. Continuó saliendo con su mantita al caer el sol, pero ahora lo entusiasmaba seguir aprendiendo sobre todo lo que veía. Cada estrella, cada planeta, cada luz que brillaba por encima de su cabecita era motivo de su observación. Pablito aprendió a sentir una felicidad tan grande que, estaba seguro, era la misma que hubiera experimentado al ver una estrella fugaz pasar. ¡Pero ahora aprendió a crearla por él mismo! Había aprendido, en definitiva, a preparar su mente y su corazón para valorar todo lo que estaba a su alrededor.