El rasgo más saliente de la humanización de los homínidos, es la facultad de pensar. En el siglo XVII, el filósofo francés René Descartes condensó en una fórmula lógica uno de los principios sustanciales de la filosofía moderna: "Pienso, por lo tanto, soy" (en latín, cogito ergo sum). Es obvio que, si no fuéramos, si no existiéramos, no podríamos pensar. La feliz y apretada síntesis de Descartes era al fin un tributo al pensamiento humano que, desde muchos siglos antes, venía abriéndose camino entre represiones y persecuciones, para fulgir, al fin, con la potencia de la racionalidad. En rigor, la conclusión de Descartes había sido anticipada con un desarrollo amplio en el siglo IV a.C. por Aristóteles.
En su Ética a Nicómaco, el estagirita había reflexionado: "… si el que ve siente que ve, y el que oye que oye, el que anda que anda, y en los demás actos por semejante manera, hay una facultad por la que somos conscientes de nuestros actos, de suerte que cuando percibimos, percibimos que percibimos, y cuando pensamos, que pensamos; si por el hecho que percibimos o pensamos sabemos que somos…".
En su libro sobre Metafísica, el sabio griego desmonta el culto vacuo al relativismo a través del principio de no contradicción, razonamiento muy útil para la Argentina de nuestros días. Aristóteles critica a quienes piden demostración de todas las cosas (duda metódica) pues es algo no sólo impráctico sino contradictorio (nos iríamos en un proceso infinito). Demostrar todo implica ir a las bases, e implicaría dudar del lenguaje mismo y del pensamiento mismo, y como nadie puede dejar de pensar, ni de comunicarse, es evidente que pretender demostrar todo, todo el tiempo, es un error de método.
La tradicional frase argenta "habría que ver si es así", no proviene de los estímulos de la búsqueda filosófica, sino de la actitud de sacarse el lazo de encima, de la opción de no pensar; de no contradecir, porque esa acción conlleva la obligación de argumentar razones para sostener una posición. El "habría que ver" es una vía de escape, una elusión a nuestra capacidad de pensar. Y como pensar nos hace humanos, la renuncia a pensar es un desistimiento de nuestra condición. Es verdad que la razón no es excluyente en la configuración de un ser humano, que incluye otras vías de formación de la conciencia, tales como las experiencias, las emociones, los afectos, las percepciones. Es cierto que la razón no lo es todo, pero es una parte que no puede faltar si nos decimos humanos.
Y esta parte, conjugada y matizada con los otros caminos de aprehensión del mundo, es la que nos permite analizar la realidad, o ejercitar aproximaciones a ella. Por lo tanto, si pensar nos hace humanos y, en una república, ciudadanos, la consecuencia lógica de pensar es poder expresar lo que se piensa. Decir lo que se piensa es un homenaje a la diversidad humana, siempre y cuando el ejercicio de la expresión esté precedido de un esfuerzo del pensamiento. La renuncia a este ejercicio, la clonación del pensamiento de otros, el hablar por boca de ganso, son abandonos y atajos que lesionan la noción de una genuina ciudadanía participativa.
La libertad de expresión es complementaria de la libertad de pensar, y ambas son insustituibles para la dinámica positiva del moderno Estado de Derecho. Por eso la educación es una precondición necesaria para el buen funcionamiento de la democracia republicana. Un ciudadano debe estar en condiciones de inteligir el proceso político del que participa con distintos grados de conciencia, compromiso e intensidad; de interpretar las propuestas de los que aspiran a representarlo, de desarrollar la capacidad de interpelarlos si se apartan de la huella, de cuestionarlos si se contradicen, de denunciarlos si incurren en presuntos ilícitos, de proponer ideas, de activar iniciativas; en suma, de jugar el partido de la vida diaria en la sociedad que integra.
En la Argentina, el continuo aumento de la pobreza y la caída cuantitativa y cualitativa de los niveles educativos, es una triste realidad que destruye el presente de millones de personas e hipoteca el futuro del país. Un país que posee climas diversos y algunas maravillas naturales del mundo para ofrecer al turismo; la potencia mineral de la cordillera de los Andes, numerosas fuentes de energía; una de las cinco llanuras más grandes y fértiles del mundo para producir proteínas vegetales y animales, base de una industria alimentaria que debería abastecer a pedido los distintos mercados internacionales; y una "pampa" líquida en toda su extensión atlántica que atrae barcos pesqueros de Oriente para capturar las riquezas ícticas que nosotros aprovechamos en reducida escala.
Semejante cantidad de recursos está inmovilizada por la falta de capital y la estampida de emprendedores motivada por los dogmas ideológicos de un gobierno que desalienta con estrafalarias y acumulativas políticas tributarias, rigideces reglamentarias y continuo cambio de reglas, cualquier intento de inversión productiva.
Por si fuera poco, como los números de su performance política hablan por sí mismos, el gobierno, o una parte de él -el ala dura del kirchnerismo- decide iniciar un progresivo cercenamiento del derecho de libre expresión del pensamiento, insumo básico de una democracia moderna. E intenta concretarlo a través de un organismo que niega en su nombre aquello que lo inspira. Nodio, ése es su juego de palabras -No odio o No al odio-, en su formulación desnuda su propósito.
Integrado por fundamentalistas del Cristinismo, "el Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios y plataformas digitales, funcionará en la Defensoría del Público". Su objetivo expreso es, en sus propias palabras, "proteger a la ciudadanía de las noticias falsas, maliciosas y falacias" que puedan transmitirse en el entorno digital y trabajar sobre la "identificación de sus operaciones de difusión".
Como todo organismo puesto en marcha por el sector en cuestión, este regalo de "amor" a la ciudadanía, que abreva en una reciente normativa venezolana cuyo objetivo es el control de los medios de comunicación, viene envuelto en un celofán tóxico. Es un ensayo de Gulag soft para ir tanteando el terreno.
Si de contradicciones maliciosas y falaces se tratara, gran parte del gobierno debería auto aplicarse la nueva normativa. Basta contrastar sus palabras y acciones de cada día, con los vídeos de días, meses u años anteriores para que quede en evidencia el calibre de sus mentiras y la flagrancia de sus contradicciones. Y se trata de mentiras del poder; por lo tanto, de mentiras calificadas por la jerarquía de las funciones que se desempeñan.
Desde el Poder Ejecutivo se ha hecho trascender el desacuerdo con lo que se considera un disparate jurídico, que no sólo viola la Constitución Nacional, sino tratados internacionales incorporados al cuerpo legal de la Nación, como la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), con su clarísimo artículo 13.
Pero una cosa es hacer trascender un desacuerdo, y otra, distinta, ponerlo de manifiesto para que todos sepamos con exactitud dónde estamos parados.
El "habría que ver" es una vía de escape, una elusión a nuestra capacidad de pensar. Y como pensar nos hace humanos, la renuncia a pensar es un desistimiento de nuestra condición.
La libertad de expresión es complementaria de la libertad de pensar, y ambas son insustituibles para la dinámica positiva del moderno Estado de Derecho. Por eso la educación es una precondición necesaria para democracia republicana.