Fabián Herrero, poeta santafesino. Autor, entre otros libros, de "La nube es una flor que arrancó sus raíces" (2023).
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Al leer los poemas de Fabián Herrero (Santa Fe, 1965) se corrobora lo que decía Ralph Emerson con respecto a la forma del poema: "No es la métrica en sí misma, el modo en que uno construye lo que hace del poema un pensamiento tan vivo y apasionado que, como una planta o un animal, tiene una arquitectura propia". Un poema puede o no perderse en su propia aventura. La fuerza o la debilidad de su sentido, el lector la siente en forma proporcional al riesgo con que el autor ha llevado adelante esa aventura. Es entonces donde se descubre aquello tan conocido y repetido para el haiku: la intensidad de un momento en que las ideas sueñan y las imágenes meditan.
Portada de la obra de Fabián Herrero, publicada por Ediciones UNL.
Las imágenes de Herrero son, aunque parezcan todo lo contrario, lo suficientemente complejas como para sostener el peso de sentimientos complejos, de ahí que el poeta busque extenuar la capacidad de sugerencia de las palabras. La representación mimética no ensombrece el límite de lo simbólico y lo metafórico. Traza un borde donde parece ocurrir algo inesperado, aunque no asombroso, natural, aunque convoque al artificio de la mirada y de la imagen poética. Descripción y relato sincopado, pinceladas a mano alzada y tono afectivo, pero sin nostalgia, van dando continuidad a un pensamiento que no termina de concluir.
Nunca la aventura de Herrero traspasa ese borde, se mantiene en un equilibrio mesurado y sin estridencias emocionales. Además, las imágenes refieren muchas veces a experiencias pasadas y preceden al poema, pasando por el arduo y paciente tamiz de la contemplación y de un reposado pensamiento: "Para ver /todo el cielo, estoy quemando/mi casa".
Como lectores, no podemos escapar a la sensación de estar ante una meditación del tiempo y de algo más que se esboza en la mayoría de los poemas, mientras que en otros se esconde ambiguo y misterioso: "En la palma /de la mano reluciente /del cielo, / una nube sonríe al sol, / y pasa". El epígrafe del poeta Edmond Jabès es sumamente significativo en el sentido señalado y, a modo de brújula, indica el deseado norte de la escritura del santafesino: "Entre la palabra atendida y la palabra por decir, en ese semisilencio que es el refugio último del eco, estoy".
En el borde de ese semisilencio se refugian y reconstruyen los poemas del libro. Algo callan y algo dicen. Veamos algunas construcciones: "Abre sus ramas, sus cabellos/ de colores. La araucaria amanece/ cantando". La asociación ramas/cabellos, así como la menos evidente entre araucaria y canto al amanecer (a lo mejor el de una calandria) dejan lugar a otras analogías que se van tejiendo con los siguientes poemas referidos a la casa familiar de otras épocas, principalmente la infancia: "Es el viejo cielo de los cuentos de mi infancia. / Soñé que el verano, el puente, /y la laguna, volvían a las palabras".
Lo pasajero (las nubes) así como lo fijo (raíces, casa) constituyen otros hilos en que intentan articularse las tres partes del libro ("La casa y el cielo", "Invierno y verano", "El poeta"). "La reconozco. Llego/ a mi casa. Mi madre en el jardín, altísima/ la araucaria, la casa/ no es la misma de antes". La aventura de la existencia consiste, en gran medida, en una partida y un regreso, aunque nunca se vuelva al mismo lugar. El tiempo que todo lo transforma, se encarga de ese trabajo, pero también descubre una nueva mirada del poeta que le da sentido y reconquista la belleza que antes no se veía o se había olvidado: "La nube es una flor/ que arrancó/ sus raíces".
Entre el reconocimiento del que vuelve y la constatación del paso del tiempo, tanto la madre como la araucaria dan testimonio de un pasado que todo lo cambia. Lo humano y lo natural marcan temporalidades diversas, pero análogas y hasta complementarias.
De este modo sutil y fragmentario, las partes del libro sugieren el relato de una aventura existencial. Así la primera parte con sus cuatro estaciones, evoca la casa materna en su entorno natural; la segunda, es la costa santafesina, el escenario nocturno de celebración de la mirada donde "la luna respira/ y sonríe, como si/ en su cabeza escuchara/ música". La tercera parte entraña la casa del poeta que escribe en su "pequeño rincón del mundo": "Qué difícil es mirar/ los ojos del cielo en mi pequeño rincón/ del mundo".
El lector asiste a una delicada y casi invisible estrategia del yo y la mirada donde ocurre un desdoblamiento del sujeto. Cuando dice: "Lavo mi corazón/ con una bondad de agua/ que se prolonga" aún nos habla el mismo sujeto que en los otros poemas. Mientras que en la tercera parte abre una distancia reflexiva: "El poeta escribe, la familia/ duerme, la noche/ está sola". La aventura existencial deja paso a la aventura de la escritura y se encienden imágenes casi metafóricas del río, el silencio, las horas del día y los árboles.
Creo, como señala Sergio Delgado en el Epílogo, que el poeta santafesino siente ser parte de una corriente o tradición poética que marca a fuego su mirada y su reflexión: "No hay que ir más lejos (dice Delgado) para pensar una tradición propia, nuestra, litoral de la concisión, de la reserva, del humor lúcido y brusco, de la reticencia y si se quiere también, del pudor".
Herrero nos propone imaginar un relato que se ha fragmentado y obliterado detrás del ruido de época. Es una belleza apocopada ante la disolución y el vacío. La metáfora de la nube que "encuentra los modos de decirnos/ cómo somos" hasta el "árbol-océano" que se refleja "en las aguas de una luna sangrante" para desaparecer sugieren un relato escondido o por ser dicho, inacabado, fragmentario.
Es por eso que me da la impresión que en la poesía de Herrero hay una vinculación más cercana al carácter narrativo -en un sentido amplio y sugerente- que a la cuestión del instante asociada al haiku. Se parece, pero no es lo mismo, porque el sentido del tiempo en el haiku es puntual, en tanto que acá está sugerida la duración y la continuidad de una narración que no termina. Por ejemplo, en el mismo epílogo de Delgado, se transcribe una charla con el poeta donde este "narra" el tema de las araucarias y la casa de sus abuelos. Creo que es muy significativo de cómo Herrero va dando sus puntadas sobre el texto, aparece la imagen –parecido al haiku- mientras el hilo continúa por debajo hasta que emerge de nuevo: "Como queriendo/ levantar vuelo, los grandes/ colores de las íntimas/ palabras".
(*) Título del libro de Fabián Herrero publicado por Ediciones UNL, Santa Fe, año 2023.
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