Sí queridos amigos, entramos de lleno al otoño, las paredes y los pisos lloran la humedad de tan ciclotímica personalidad otoñal. Lo gris invade el ambiente, los colores se apagan, la tersura y el bronce de las pieles palidecen de cara al viento frío de la mañana. Otoño es definitivamente bipolar. El descarado teléfono nos dice que el día va a estar soleado y fresco, los noticieros nos recomiendan llevar abrigo por las dudas y nosotros confiamos en nuestra intuición; mal hecho, es otoño amigos, y por más que pareciera que va a ser un día normal, seguramente nos equivocaremos; si la noche iba a ser fresquita, y apenas levantados abrimos y vemos por nuestras ventanas que por la noche ha pasado un vendaval y ha destrozado la calle y que el sol resplandece a treinta grados centígrados como si nada, ponele la firma, es otoño.
Esta estación presume de altos índices de tristeza y soledad, contradictoria, bipolar y enigmática, la estación de las hojas caídas atenta contra el humor, el bueno, claro. Como todo, hay personas que aman esta estación. ¿Quizás esas señoras mañaneras, de toca en pelo, que tozudamente barren las hojas caídas por la noche? ¿Quizás aquellos señores de barrigas de veraniegas cervezas que lavan el auto y hacen la fogata obligada de las 7 de la tarde?
Las ciudades, en su caótico devenir; en su angurria egoísta de cemento y vidrio, van dejando como víctimas ciertas costumbres y comportamientos, esos que los porteños llaman "pueblerinos", y para aquellos, o sea nosotros, que aún creemos en lo bueno de algunas cosas pasadas, nos aferramos a ciertas costumbres internalizadas en el recuerdo o en la repetición de ciertos actos adquiridos a través del tiempo y reforzados en la memoria emocional.
Eso es otoño, pura nostalgia, el olor de la casa de nuestros abuelos, de los útiles de la escuela, de la escarcha en los vidrios de los autos estacionados en la calle. Es que el otoño trae melancolía, cada año, con las primeras hojas caídas, con los primeros aromas a quema de la tardecita noche, y con los primeros abrigos y bufandas, nos vamos sintiendo desprotegidos del sol ardiente del verano que se fue y del que tanto nos quejamos. Somos inconformistas y decidimos aceptar que el calor inclemente de Santa Fe es mucho mejor que este irritable otoño que no sabe si dar calor, lluvia, frío, o lo que sea, con tal de complicarnos la existencia, que de por sí ya está complicada.
Y complicada es un decir, porque deberíamos estar acostumbrados a nuestra argenta existencia. Pero si no nos acomodamos a la estación más cambiante, mucho menos nos vamos a acomodar a la multipolaridad que sufrimos los argentinos, de tantos vaivenes políticos y económicos. Como el otoño, claro. Pobre estación subestimada (en contraposición con la primavera) por poetas y bardos. Aunque en ella recaen la melancolía, el hastío y por suerte, también, la esperanza.
Pablo Neruda, en su "Oda al otoño", decía: "Difícil es ser otoño, fácil ser primavera". Es que el otoño, con su profusa paleta de colores fríos, con su clima bipolar e indisciplinado; con sus aromas a salsa y puchero; a humo y humedad en las paredes; también posee la semilla nonata de la primavera. Su romanticismo subyace en la desnudez de los árboles, en el sutil calor de los débiles rayos del sol, en las alargadas sombras vespertinas; en la añoranza de lo que vendrá. Otoño es cantado en DO, grave, gutural y somnolienta.
No es fácil ser otoño. Se lo relaciona al paso del tiempo: "está en el otoño de la vida" suele decirse de aquellas personas de más de setenta y pico de años. La imagen triste del anciano y el bastón en el banco de plaza con las hojas secas caídas alrededor, son una mala publicidad, no solo al anciano, sino a lo que representa el otoño.
Pareciese que la Argentina vive en un otoño eterno. Aferrados a la esperanza de futuras primaveras, de renacimiento. En las desavenencias de la politiquería nacional, y de los "Miedos de Comunicación", unos se enojan por la jugada política de la señora, otros festejan. Unos van al archivo y muestran con papeles e imágenes que la ahora oposición hizo lo mismo cuando fueron capaces de hacerlo; otros abuchean; unos se duermen; otros aprovechan. Y nosotros ahí, viendo impávidos las hojas caer, como el anciano de la plaza, con la mirada triste y lejana. Postal de una mala publicidad.
Eso sí, siempre abonados a la esperanza de que todo va a cambiar; pero que si cambia es peor, y que si no cambia será siempre lo mismo, y que la culpa es de los de siempre, y que los de siempre son los mismos que ahora cambiaron, y que los que cambiaron antes eran los de ahora, que ahora se convirtieron en los de antes. Sí, parece un trabalenguas, pero es solamente transmutación. Pueden cambiar de formas, de sexo, de colores políticos, pero siempre van a estar ahí, cambiando, aparentemente, pero solamente para terminar siendo lo mismo. Como el otoño, que muta, se desnuda esperando nuevas ropas.
El otoño nos llena de Saudade. Nuestros recuerdos son la mixtura de sonidos, aromas y sabores que dan el verdadero color – y calor - al otoño. Las tardecitas aromatizadas a hojas quemadas, de montículos de hojas cuidadosamente ordenadas; con mañanitas frescas, tardes saturadas de humedad y noches frías, son un recuerdo tridimensional, porque no es solamente que hablamos – o sentimos - de aromas invasivos, es también sonido; el incesante y monótono rasgar de las escobas arañando las veredas bien temprano en la mañana o al despuntar la tardecita ya casi noche. Son las marcas en el corazón que se tatúan a través de la memoria.
El otoño no solo es esa estación triste, húmeda y gris; el otoño es conexión con el pasado; es volver atrás para juntar las fuerzas, el otoño se trata de sobrevivir al invierno para resurgir con fuerzas en primavera…El otoño nos recuerda que es necesario morir para volver a vivir.
Eso es otoño, pura nostalgia, el olor de la casa de nuestros abuelos, de los útiles de la escuela, de la escarcha en los vidrios de los autos estacionados en la calle. Es que el otoño trae melancolía, cada año, con las primeras hojas caídas, con los primeros aromas a quema de la tardecita noche, y con los primeros abrigos y bufandas, nos vamos sintiendo desprotegidos del sol ardiente del verano que se fue y del que tanto nos quejamos. Somos inconformistas y decidimos aceptar que el calor inclemente de Santa Fe es mucho mejor que este irritable otoño que no sabe si dar calor, lluvia, frío, o lo que sea, con tal de complicarnos la existencia, que de por sí ya está complicada.
Pablo Neruda, en su "Oda al otoño", decía: "Difícil es ser otoño, fácil ser primavera". Es que el otoño, con su profusa paleta de colores fríos, con su clima bipolar e indisciplinado; con sus aromas a salsa y puchero; a humo y humedad en las paredes; también posee la semilla nonata de la primavera. Su romanticismo subyace en la desnudez de los árboles, en el sutil calor de los débiles rayos del sol, en las alargadas sombras vespertinas; en la añoranza de lo que vendrá. Otoño es cantado en DO, grave, gutural y somnolienta.