Por Romina Ghirardi (*) | Equipo Hoy Para el Futuro – UCSF (**)
Por Romina Ghirardi (*) | Equipo Hoy Para el Futuro – UCSF (**)
La situación epidemiológica que atravesamos a nivel planetario, nos ha puesto de manifiesto que los daños en el ambiente por actividades humanas pueden dar lugar a lo que llamamos "emergencia y reemergencia de enfermedades". La emergencia del coronavirus es un claro ejemplo de estos procesos, que nos invita a reflexionar sobre los alcances del impacto humano sobre el medio ambiente y su repercusión sobre la salud.
El vínculo que existe entre el impacto humano local y los problemas a nivel global no es un nuevo descubrimiento. Por ejemplo, allá por junio de 1972, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano realizada en Estocolmo (cuando la noción de "medio ambiente" llegó a la agenda internacional), Suecia estaba preocupada por la contaminación de sus dominios. En medio de las reflexiones, los países se dieron cuenta de que no eran unidades autocontenidas, sino que unos eran vulnerables a acciones y decisiones tomadas por otros, ya que los contaminantes no son de manejo nacional, sino que viajan por todo el mundo. Así surgió una nueva categoría de problemas ambientales: las "cuestiones globales".
Quienes nos dedicamos a estudiar los problemas ambientales entendemos las "cuestiones globales", y que todos los ecosistemas funcionan en armonía como una unidad, vinculando sus recursos y procesos a nivel local y global. Sin embargo, para las personas que no están en esas áreas, a veces es difícil tener presente esa interrelación: por ejemplo, de dónde vienen y hacia dónde van las cosas que consumen y desechan, o qué consecuencias tiene una acción cotidiana a nivel local para el ambiente mismo y para la salud de las personas a nivel global.
Algo de estas "cuestiones globales" de salud ambiental se pone en evidencia con la pandemia, en la que un virus que estaba en un murciélago asiático terminó en cada rincón del planeta, en el cuerpo de más de 33 millones de personas, y contando…
Salud ambiental, animal y humana
El modelo actual de desarrollo y consumo de la mayoría de los países no se corresponde con una actitud respetuosa con el medio ambiente. Y, como consecuencia, la situación crítica a la que llevamos los ecosistemas nos ha perjudicado, haciendo que estemos más expuestos a que pandemias como la que estamos sufriendo vuelvan a suceder. La existencia de más de un millón de especies está amenazada por la acción del hombre, y con cada pérdida disminuye el efecto de dilución o amortiguamiento de la propagación de infecciones de una especie animal al hombre.
El cuidado -o mejor aún, el no daño- de la naturaleza es una inversión, que se trata de la mejor vacuna para protegernos de virus que actualmente afectan a animales silvestres, con los que interactuamos cada vez más -y de peor modo- a raíz de la alteración (por contaminación, fragmentación, destrucción, sobreexplotación) que realizamos sobre los ecosistemas donde viven.
En este sentido, hace alrededor de cinco años se comenzó a pensar en una comunión entre la salud ambiental, animal y humana. Atendiendo a este nuevo paradigma, es que hoy se entiende la salud dentro de un complejo contexto ecológico, bajo una visión integradora en el marco del concepto de "una salud" (One Health: ambiente-animal-humano) (concepto promovido por OMS).
Según palabras de Sandra Díaz (1), "este nuevo concepto de una salud no es una metáfora hippie sino una realidad concreta (para bien o para mal) y lo que resulta interesante -o más bien preocupante- es que nos sorprenda y no nos resulte absolutamente obvio". La consideración de nuestra íntima dependencia con la naturaleza (por ser el ser humano uno más de sus eslabones, ni más, ni menos) transciende completamente la formación de un biólogo o un conservacionista, y debería figurar en el discurso social de cualquier ciudadano, considerando que para lograr una convivencia en armonía con el ambiente se requieren reflexiones y acciones que involucran muchas áreas, no solamente de las ciencias naturales, sino también, de la sociología, la educación, el trabajo social, el hábitat, la producción, entre otras.
Naturalización de normalidades no tan naturales
En el discurso social de los ciudadanos y gobiernos se ponen en evidencia conceptos de normalidades no tan naturales que van en dirección opuesta a la idea de respeto por el ambiente.
La separación del ser humano con la naturaleza es algo inserto en el discurso cotidiano, desde la educación en los niveles más básicos hasta los más altos cargos de gobierno. En el primer extremo, por ejemplo, en los libros escolares de nivel inicial se muestran dibujos de los "ecosistemas" sin el ser humano, pareciera que solo animales y plantas son parte del ambiente, y el ser humano alguien que los observa desde afuera. En el otro extremo, vemos este discurso plasmado en las políticas públicas, cuando son excepcionales las veces que el Ministerio de Salud y el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible han trabajado de manera vinculada.
Actualmente, teniendo en cuenta el deterioro al que hemos llevado los ecosistemas, parece un discurso necesario y normal la educación sobre restauración de la naturaleza. Sin embargo, para no llegar a tener que restaurar, mitigar, compensar, limpiar; es fundamental educar en no dañar, no contaminar, no ensuciar, sencillamente: educar en el uso responsable y respetuoso de los recursos, humanos o no humanos.
Entonces, sentirnos un eslabón más en los ecosistemas y actuar en consecuencia respetando y no dañando la naturaleza, siempre será la mejor opción para evitar nuevas zoonosis como el coronavirus, que aumentan con la degradación ambiental, la sobreexplotación de los animales y la falta de cuidados
En el contexto de esta "naturalización de normalidades no tan naturales" que nos atraviesan, antes de la pandemia ya estábamos en conocimiento de los problemas ecológicos y sabíamos que la salud ambiental y animal están vinculadas de alguna manera a la salud humana. Entonces, la emergencia por coronavirus sólo vino a ponernos de golpe frente a todas las falencias de este modelo "normal", y es un momento clave para aprovechar esta señal que nos da la naturaleza, por más ruda que nos parezca. Podemos tomarla como una oportunidad para reflexionar y comprender no solo la complejidad del medio ambiente y nuestro vínculo indisociable con él, sino también, cuán vulnerables somos a las acciones de degradación que nosotros mismos realizamos.
Si durante el aislamiento pudimos vivir sin derrochar, sin contaminar, sin sobrexplotar, sin consumismo; podemos continuar haciéndolo. Esta nueva forma de vida nos vino a mostrar que las cosas que creíamos esenciales no lo son; pudimos ver la increíble capacidad del mundo vivo de tomar cada oportunidad, de meterse por cada grieta que se le da; el potencial que tiene la naturaleza cuando le damos la oportunidad de incorporarla a nuestra vida cotidiana. Es momento de instalar el discurso de que no somos espectadores de la naturaleza, sino que formamos parte de ella, y así todo va a salir bien.
(1) Sandra Myrna Díaz (1961, Bell Ville, Córdoba) es investigadora en el área de la ecología vegetal y la biodiversidad y se especializa en el estudio del impacto del cambio ambiental global sobre la biodiversidad regional de los ecosistemas vegetales. Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (Universidad Nacional de Córdoba).
* Doctora en Ciencias Naturales (UNLP). Profesora en la Facultad de Ciencias de la Salud (UCSF). Investigadora de CONICET en el Instituto Nacional de Limnología (INALI-CONICET-UNL).
** Hoy Para el Futuro es un equipo interdisciplinario de profesionales pertenecientes a la comunidad de la UCSF movilizados por las problemáticas que la pandemia ha puesto de manifiesto en algunos casos y profundizado en otros, que pretende constituir un espacio de reflexión que permita pensar los desafíos socio-económicos y espirituales de nuestra sociedad en el escenario de la post-pandemia, con una mirada integral y abarcativa en el marco de un nuevo paradigma de convivencia humana.