Hoy me levanté temprano, como siempre, y noté que la noche ya se estaba marchando. El sol demoraba en escalar los cerros para desplegar su soberanía, pero la claridad iba desenganchando la telaraña nocturna, anticipando la prolongación de los días y el inicio de una de las estaciones más lindas del año. La incertidumbre del invierno aun se nota al alba, con los dedos fríos y el ansia por un mate bien caliente para reconfortar el espíritu y arrancar la jornada como Dios manda. Yo, necesito esos instantes de sumo silencio y contemplación para entrar en armonía con la vida, con los procesos naturales y con las palabras, que están ahí, pidiendo pista para salir de la clandestinidad interior y ordenarse sintagmáticamente en busca de sentidos.
Mirá tambiénCruzar el ríoMientras voy entibiando el cuerpo pienso en la sabiduría que emana de la tierra, en ese aprendizaje constante que me lleva a renovar mi mirada sobre lo real, en las distracciones que suelen enturbiar el espectro de las elecciones posibles. En el bosque, a pesar del aire helado, unos tímidos rayos se van filtrando entre los altos perfiles de los cipreses. El jardín de las especias, comienza a desprender los aromas del romero y la salvia, y se respira la energía que fluye desde lo profundo, y va empujando a partir de la raíz la perseverancia de su esencia. Me detengo frente a los frutales. El cerezo es el más perezoso, sin embargo el damasco enseña sus primeras yemas rosadas y el ciruelo es un regocijo de capullos blancos. Los tiempos son diferentes, pero cada uno está despertando al propósito de la fruta. Las flores son el signo de alegrías que van a endulzar la boca, como los besos o los poemas.
En ésta época, percibo con mayor conciencia mi fascinación por la semilla, por su coraje al transgredir los límites duros de su composición primaria para afrontar el desafío de germinar y crecer. El génesis de la promesa y de la recompensa, floreciendo. Parece algo sencillo, sin embargo hay detrás una secuencia infinita de fenómenos, de cambios, de ciclos que nos invitan a nuevas experiencias. La primavera puede ser una oportunidad para tomar otros rumbos con los ojos llenos de esperanza, para animarse a romper con lo viejo, con lo triste y lo gastado y volver a enamorarse de cada pequeño milagro que alumbra y quiebra la rutina.
La naturaleza ayuda con su despliegue de colores y perfumes, pero el corazón tiene que ponerlo cada uno. Creo que es maravilloso dejarse conmover por las señales y tomar un poco de distancia de las toxinas cotidianas, disfrutar de la luz que se dispersa en el paisaje, de la vibración de las almas que se encuentran en una sonrisa inesperada, una voz lejana, un gesto de cariño… Yo tengo ganas de brindar esto que me brota por la piel… este amor que sobrevive a las heridas y los fracasos y que despabila mis deseos de reír, de abrazar, de compartir, de ayudar. Ojalá que vos también te atrevas a sentirlo.
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