"(...) Qué vivo, él cazando pajaritos y carpinchos en la isla y los otros en medio de una guerra, helados, luchando por recuperar esas otras islas que son una parte de la Patria".
Supieron el secreto -o lo que debió ser un secreto- de Fausto por su propia madre, que no quiso ser infidente, sino que lo dijo tan naturalmente como contaba todas sus cosas, esas que los otros decían a medias o disimulaban, o simplemente callaban, fieles al dicho popular: "si hay miseria, que no se note". Que nadie sepa el cómo, cuándo y por qué de la vida de uno; así, uno cuenta lo que quiere y los otros creen lo que quieren también. Pero esto era digno de ser secreto. No se trataba simplemente del embarazo de una soltera o de los cuernos de tal. Además esa temática no entraba en la órbita de Fausto y los suyos.
"(...) Lo peor es que hay otros como él que están luchando para que los ingleses nos devuelvan lo que nos robaron, y ellos tan campantes sin cumplir con su deber (…)". Gentileza/Gonzalo Lauda.
- El Fausto se fue a la isla. Enunció Rita, sin que nadie le hubiera preguntado nada. Barría despacio, como hacía todo, tomándose su tiempo. Ella misma era sin tiempo: ¿tenía 35, 50, 60 años? Se llevaba muy bien con los patrones. Hacía lo que quería y cómo quería. Es que todos respetaban las reglas de juego: a Rita no le gustaba que la mandaran, tampoco las efusividades, las muchas ponderaciones ni las muchas explicaciones. Así que Milagros la miró y sólo contestó "ajá" como para que siguiera o no siguiera contando, según su estado de ánimo requiriera hablar o encerrarse en uno de sus frecuentes mutismos.
- Hace como cinco días, ya.
María de los Milagros la miró de reojo simplemente, sin ningún gesto en especial. Le tenía un cierto cariño de tantos años de conocerla, trataba de ayudarla en lo que necesitara, siempre que no fuera mucho lo que pedía. Y nunca lo era, porque dentro del esquema de vida de Rita y los suyos el pedir era rebajarse; el recibir por voluntad del otro, no. Pero esta vez percibió que su voz se agitaba con un pequeño trémolo, que algo muy hondo hendía ese tosco corazón. ¿Qué la hacía titubear?. Porque Rita no dudaba jamás, ni para hacer los disparates más grandes como querer sacarle brillo al cobre patinado, o lavar y asolear las cortinas de pana -se dijo Milagros. Tampoco para cambiar de hombre o decidir sobre lo que estaba bien o mal.
- ¿Pero se va siempre, no? ¿Fue a cucharear o a carpinchear? Años de trato la habían familiarizado con ese otro lenguaje, el de la costa del río, que era también el reflejo de otro mundo, otros trabajos, en fin, otra concepción de la vida que ninguna de las dos partes se había planteado como eso, ni llegaría nunca a hacerlo. Simplemente sabían que era así.
- Esta vez no. Se fue bien adentro. No quiere que lo encuentren.
- ¿Hizo alguna macana?
- ¡Eso nomás faltaba! No, ninguna macana. Pero... ¿vio? a él ya le tocaba el servicio militar, como al Ramón, que ya tuvo que presentarse. Pero el Fausto dijo que al servicio sí lo podía hacer, pero peliar una guerra en Malvinas es otra cosa.
Tengo que explicarle -reflexionó Milagros, todo apretadamente, en pocos segundos- ella tiene que encontrar la forma de ir a traerlo, si será retobado. Imposible que entienda lo del deber a la Patria. Aunque sea, que vuelva y lo metan preso; le tendrían más consideración, no sería un desertor total. Si no, cuando lo agarren lo van a destrozar. Qué vivo, él cazando pajaritos y carpinchos en la isla y los otros en medio de una guerra, helados, luchando por recuperar esas otras islas que son una parte de la Patria. Por suerte -pensó- a mí me lo enseñaron bien en la escuela, aquello de "Las Malvinas son argentinas". Es la diferencia de educación, qué le vamos a hacer.
Se lo dijo como pudo, sin agresiones, es claro, tratando de apuntar más bien a que en realidad era un desertor y las consecuencias de eso (pero se lo dijo pensando en su fuero íntimo: "Tape de porquería, que los demás se maten por vos... ¿no?").
- Usted dice, pero... ¿y si va y lo matan? Eso fue lo que me dijo antes de irse. Y esa es su voluntá.
Dos verdades crudas, directas, irrefutables: la vida por sobre todo, la propia voluntad para decidir sobre ella. Las ollas y las escobas no son marco propicio para una meditación de corte filosófico. Además Milagritos mientras estaba en tareas hogareñas, no pensaba. O no se detuvo a escuchar. En realidad no podía ni considerar remotamente que Rita pudiera decir algo con hondura filosófica.
- Esta vez hay que defender a la Patria. Esas islas son nuestras y no quieren devolverlas.
- El Fausto dijo que el maestro le explicó que eran nuestras, pero que ya hacía mucho tiempo que se las habían apropiado. Y entonces se jue nomás.
- Pero es que esta vez todos tenemos que sacrificarnos. Si son nuestras, entonces nos las tienen que devolver por las buenas o por las malas.
- Si así de fácil es ...
Rita dijo esto último como deslizando las palabras, no se sabía si había una intención más allá de lo dicho o si era una muletilla ("Estos negros -pensó Milagritos- si serán ladinos, taimados. Los comunistas les deben calentar la cabeza. O los mormones esos que andan por todos lados. ¡Son tan cerrados estos cuando quieren!")
- Mirá el chico de al lado -dijo Milagros al retomar la conversación- lo llamaron, pero hubiera ido igual como voluntario, porque sabe que es su deber.
- Es su voluntá, que es lo principal. Eso es lo que me anda afligiendo. Que lo encuentren no, porque él anda bien adentro de la isla, y es monte tupido. Además, si necesitan tantos para peliar no van a andar desperdiciando gente para buscarlo a él solo. Lo que me tiene mal...
- Sí, ya te entiendo. El era el que aportaba algo a la casa. Pero acá no te va a faltar nada.
- Me preocupa que no fue por su gusto. Se fue porque no tenía otra, pero no le gusta andar disparando. Nunca ha hecho nada malo.
- Eso, es una lástima que ahora se ensucie con algo así. Tenés que tratar de mandarle algún mensaje. Mirá que venir a meterse ahora a hacer lío. Porque lo que hizo es un delito, va preso. Es como robar o algo así.
- Para mí que no es lo mismo. Robar y matar es una cosa. Pero esto no es más que defenderse. El no quiere ir a morirse allá.
Menos mal que suena el teléfono. A lo mejor es Jorge, él me puede dar una idea de cómo tratar de convencerla a Rita. ¡Qué duros son éstos para entender! Pero es mi deber. ¡La rabia que le va a dar a él que es tan patriota! Nunca lo he visto tan entusiasmado con lo que sucede en el país, como ahora; sigue las noticias de la guerra como si fueran una historieta.
- Ah, sos vos. Justo venía deseando que fueras vos el que llamaba. Resulta que Rita...
- Después me contás los chismes domésticos. Esto es serio: a Luis María lo mandan al sur, a Malvinas.
- ¡¿A Luisito, el hijo de mi propia hermana?!
- Sí. Te imaginás cómo está ella. Tendrías que ir a acompañarla, pobre Celia. El chico está entusiasmado, pero es claro, vos sabés, una madre ...
- ¿Y no se puede hacer nada por salvarlo? Digo, tantos amigos que tenemos.
- Ni se te ocurra. El mismo Luis no quiere. Está eufórico, sólo piensa en ir a pelear por su Patria, y me parece lógico. Si yo tuviera un hijo varón también me gustaría que fuera allá.
- ¡Por Dios, Jorge, no es chacota, es una guerra de verdad!
- Bueno, tal vez pueda hablar con alguien para que no lo destinen al campo de batalla, en las propias islas. Al sur lo van a llevar sí o sí, pero podría quedar en el continente, en Logística o algo así. Alguien tiene que hacer ese trabajo. Pero te aclaro que si él no lo aprueba, no. Porque en el fondo yo estoy de acuerdo, hay que luchar por la Patria.
- Se puede luchar de varias formas. No discutamos ahora, me voy volando a lo de Celia, pobre hermana, debe estar fatal.
- ¿Y qué era lo que me ibas a decir cuando atendiste?
- Una pavada. Bueno, pavada no, pero esto de Luis es más importante. Resulta que a Fausto, el hijo de Rita, también lo llamaron, pero él se fugó. Bah, como son costeros... se subió a la canoa, cruzó el río por aquí cerca, a la isla. Allí no lo van a encontrar así no más y tampoco alguien se va a ocupar de ir a traerlo. Pero seguro que cuando todo termine lo van a meter preso por desertor.
- Negros de mierda. ¡Y, que se embrome!
- Sí, pero si le toca quedarse mucho tiempo se le complica la situación a toda la familia. Él es el que más ayuda económicamente en la casa, con todos los que son. Y después de estar preso no va a encontrar trabajo y todo eso.
- Lo peor no es eso, lo peor es que hay otros como él que están luchando para que los ingleses nos devuelvan lo que nos robaron, y ellos tan campantes sin cumplir con su deber, hijos de...
- Después charlamos. Si la encontrás a Rita al volver, tratá de hablarle del tema, porque ella está cerrada, le encuentra razón al hijo ... ¿Podés creer? Dice que él no quiere ir a que lo maten. Mientras me visto y dejo todo listo para la hora de comer le voy a insistir, a ver si se le abre esa cabezota y entiende. Que le explique a su hijo. A eso están acostumbrados, a que los demás hagamos todo por ellos. Bueno, también es cierto que no tienen educación, por eso yo trato de ayudarlos siempre para que entiendan. Mejor mañana, ahora me voy rapidito a lo de Celia. ¡Pobre Luis! Y tan joven, por eso se creen héroes de antemano, no les importa lo que sufren los padres. Estaría mejor en el continente, en algo que no sea ir al frente. Lo que es la formación que se les da desde chicos: uno no piensa más que en ir a luchar por la Patria y el otro solamente en salvar el pellejo.
- Rita... ¿no viste mi camisa blanca?
- Acá está, la planché hoy temprano.
- Me tengo que ir a lo de mi hermana. ¿Sabés? A Luis también le tocó. Lo llevan al sur, a la guerra.
- ¿Al Luisito? Claro, nació el mismo año que el Fausto. ¿Y es gustoso de ir?
- El no piensa si le gusta o no le gusta. Divertido no es, imaginate. Pero es un deber defender a la Patria. Hay que recuperar esas islas.
- "Islas tenemos muchas", me dijo el Fausto, "... y no han de valer más que yo". Así no más me dijo, pero se jue triste a la canoa. No le gusta andar escapando.
* * *
- ¿Señora Celia? Soy yo, el Fausto. ¿Usté me andaba necesitando?
- Sí, Fausto. Cómo andás. Pasá. Mirá, tengo el jardín espantoso, hay que podar, sacar arbustos secos. Este acá era nuevo, de flores de invierno, pero yo abandoné todo. Ando sin voluntad para hacer nada desde lo de Luisito... ¿sabés? Nada me importa (dijo todo seguido, sin expresión).
Fausto agachó la cabeza. Casi le daba vergüenza estar vivo delante de ella, con esos ojos apagados, sólo con brillo de lágrimas.
- Tengo una ropa que era de él. Era más flaquito que vos... ¿no es cierto? Pero me gustaría que te la llevaras. ¿Te acordás cuando eran chicos y se iban con la canoa por el río?
- Y cómo no me vu'acordar... Levantó la cabeza para mirar a cualquier parte menos a esos ojos de madre muerta. Se apoyó en el azadón, que le había servido hasta el momento para escudarse mientras le daba fuerte a cada yuyo como si fuera quién sabe qué. Se apoyó y se perdió en sus pensamientos. ¡Qué no se iba a acordar de Luisito! Cada fin de semana, cada verano que la familia llegaba por sus pagos salían los dos por ahí. Luisito aprendía lo que la ciudad no le daba, y él se sentía bien como maestro de ese universo especial del río y sus islas. Juntos habían cazado ranas, cortado embalsados, robado sandías que parecían un manantial fresco en las siestas de verano, habían pescado horas enteras.
Una vez Luis llevó una carpa y los dejaron ir a la isla solos, pero con la condición de no irse lejos, que no se metieran muy adentro. ¿Qué no? Se fueron por un riacho y casi no pudieron volver porque el bote quedó apresado en un camalotal, hasta que lograron zafar. Llegaron hasta muy adentro, se toparon con un hombre fierazo, mal entrazado. El nunca había tenido miedo, pero esa vez sí. Seguro que había sido uno de esos fugados de la justicia que, según comentaban, se metían isla adentro donde el monte era una trampa para quien no lo conocía bien. Los miró fijo y les dijo malamente que por ahí no los quería ver más. Nadie supo nunca esa aventura y así pudieron seguir saliendo por ahí a pescar y a nadar, porque los tenían por chicos obedientes.
"(...) Por suerte -pensó- a mí me lo enseñaron bien en la escuela, aquello de "Las Malvinas son argentinas". Es la diferencia de educación, qué le vamos a hacer".
Luis era corajudo y se daba maña, así que seguro allá en las otras islas... claro que era otra cosa. Nada más que frío, heladas, hambre, sin ropa de abrigo, sin bichos para cazar o pescar. Y con la muerte rondando. Seguro que coraje no le había faltado. Pensándolo bien -siguió diciéndose a sí mismo Fausto- él mismo también había sido como uno de esos delincuentes fugados, metido bien adentro de la isla, para no ir a la guerra. Era distinto, como se lo había dicho a su madre: los otros tenían muertes pendientes y cosas peores. El solo lo había hecho para vivir, porque unas islas perdidas en el sur no valían más que él. ¡Si Luis se hubiera venido con él, como antes! Pero se fue nomás con el ejército a la guerra.
- Fausto, acá te preparé toda la ropa. Mirá si te sirve. Veo que ya casi terminaste con el jardín.
Esos ojos hinchados de tanto llorar eran como dos puñaladas para Fausto. Abrió el paquete por hacer algo, porque ya sabía que se iba a llevar todo. Si no era para él, a algún hermano le serviría. Una campera gruesa, le venía bien para pescar en invierno; también estaba la caja con anzuelos. Es claro... ¿quién iba ya a pescar en esa casa? ¿Y esa remera nueva? A lo mejor la podía estrenar hoy mismo en el baile. Tiene un dibujo, un mapa parece, y dice "Las Malvinas son argentinas".
Sigilosamente, como cuando se había ido isla adentro, se fue para el fondo del jardín donde había hecho un pozo para quemar hojas. Total, una pilcha más o menos. Y Celia no se va a dar cuenta, el olor a trapo quemado se va a ir enseguida con el vientito que está soplando.
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