Del cielo empezaron a caer diminutas partículas granizadas. Tan sutiles que parecen ceniza suspendida en el aire, depositándose gradualmente en el suelo y en las hojas. Por la amplia ventana del comedor noto que el sendero se cubre de blanco, y suspiro. Mañana no podré salir de casa. Los caminos, en mal estado, estarán intransitables. Días atrás, observando las huellas profundas de la calle, a causa de las lluvias y la falta de mantenimiento, decidí a pesar de mis años y la fragilidad de mi columna, agarrar la pala e intentar mejorar un poco las condiciones para poder bajar con mi auto. Si algún vecino me vio durante las dos horas que estuve tirando piedras en los surcos y rompiendo la greda helada de los bordes para rellenar, se hizo el distraído. En este momento, lamento tanto esfuerzo inútil. Muchos creerán que es una labor dura para una mujer, pero la vida más apegada a la naturaleza requiere hacer cosas que en la ciudad no son precisas.
Mirá tambiénAlgo rico y una copita de licorCuando dejé el pueblo y me instalé en este lugar, la vegetación era tan espesa que apenas se podía recorrer el perímetro del lote. Con mi compañero decidimos limpiar el sitio exacto para construir nuestro hogar e ir definiendo las vías de acceso debido a la geografía compleja del terreno. En una ocasión, al girar el vehículo en una pendiente, quedó encajado contra un pino y hubo que cortarlo para poder maniobrar. En otra oportunidad, encontramos un árbol gigante caído sobre la edificación principal. Nada ha sido fácil ni mágico. Diagramar las áreas de uso para que sean funcionales y cuidar la preservación de la flora nativa fue una prioridad. Nos interesamos en la permacultura que estaba en su apogeo en la Comarca y decidimos probar algunas técnicas diferentes de las tradicionales, romper un poco con las estructuras y los prejuicios.
Los cipreses arrancados por el viento sirvieron de columnas y las paredes se levantaron de fardos de pasto y barro, donde pantallas de viejos televisores aparecieron como claraboyas de luz. La idea del nido, como el del hornero, se me tornó romántica. No imaginé que era un trabajo colosal y aparentemente, interminable. Aprendí a hacer la mezcla adecuada, a revocar, a poner azulejos, a lijar pisos. También a encontrar un espacio para mí, para mirarme a los ojos, no a esos verdes que me devuelve el espejo, sino a los indefinidos que reflejan mi alma y que voy despejando con palabras. Miro el bosque con toda su hermosura y me siento reconfortada. La nieve es un augurio de brillos que a pesar de ser fugaces dejan impresiones que perduran, de maravillas que se reinventan. Los titubeos de la nieve me hacen sonreír. ¡Cuanta vida se escurre entre estos helechos, y cuanto amor en estas manos que envejecen sin pausa y con valor! Esperanzas y decepciones se confunden con el rumor lejano del río Azul.
Y acá estoy yo, parada delante de este muro transparente buscando nuevas miradas del paisaje que me habita, proyectando itinerarios que me sacudan el frío, amando en silencio la melancolía que traen los ecos arrasadores del invierno. Voy deshilachando vivencias cotidianas, contando mis verdades, derramando mi íntima sensibilidad en semillas y en poemas. Modificar mi filosofía personal fue un proceso largo, enorme. Volver a mirar lo que me rodea y descubrir nuevos significados, disfrutar la conexión misteriosa con lo natural de lo que también soy parte, es una experiencia trascendental y transformadora… ya no soy la misma. Entre la arcilla y la madera me animé a darle forma a mis sueños, a intentar lo que parece absurdo, a cambiar el rumbo sin miedo de sentir y de expresar porque en definitiva… de ilusiones, también se escribe.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.