Hamaca rota en el parque Jardín República del Líbano. Para muestra vale más que "un botón": refleja toda una realidad de abandono. Gentileza
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La hamaca rota. O mejor dicho: "El síndrome de la hamaca rota" (*). No es el título de una obra literaria y mucho menos de una película de terror. Tiene que ver con el desdén y con la desidia, porque esa "hamaca rota" -que puede ser una canilla, una luminaria, una escultura, una fuente- es solo uno de los tantos síntomas del descuido y de la falta de interés por nuestros espacios verdes, así como de la escasa preocupación de muchos dirigentes políticos y funcionarios por el estado de los juegos infantiles y de otras instalaciones incorporados en los parques y las plazas de la ciudad, para la recreación de los más pequeños y el esparcimiento de los mayores.
La que fuera una fuente del Jardín República del Líbano convertida en depósito de basura y "dormitorio". Describirla provoca pena y tristeza. Gentileza
Si bien me interesan y me preocupan los espacios verdes en general, hay uno en particular que me ha preocupado desde siempre, como a la mayoría de los vecinos del lugar: el ex Jardín Botánico, que fuera inaugurado como tal el 15 de noviembre de 1940 y al poco tiempo pasó a denominarse Jardín República del Líbano -como lo corrobora una placa fechada el 18 de julio de 1950-, en Aristóbulo del Valle al 4700, jurisdicción de la vecinal Fomento 9 de Julio. Su derrotero, es decir lograr que un día sea un verdadero parque jardín, ha sido mi sueño, pero también parte del "sueño compartido" desde hace décadas con quienes viven en sus adyacencias. Son los mismos, somos los mismos, que padecemos las promesas incumplidas desde hace tantos años.
Esta lucha por la "salud" del Jardín República del Líbano me trae a la memoria y el recuerdo la de otros vecinos a pocas cuadras de allí, los de calle Domingo Silva al 2900, en la intersección con Facundo Zuviría al 4000, en Barranquita Este, el barrio al que fui a vivir en 1980, hace ya más de cuarenta años. Hoy en día, una pequeña placa bajo el busto del general Juan José Valle, emplazado en la plazoleta situada en el solar que lleva su nombre, desde 1991 sirve para recordar los nombres de los "no próceres", los "vecinos que sueñan" (como yo); aquellos que, con poco, pudimos lograr mucho.
Después de décadas de frecuentar toda esta zona, veo que mi interés por el Jardín República del Líbano no ha dejado ni deja de ser un sueño. Uno que por momentos parece concretarse, pero que luego se desvanece y pierde fuerzas, chocando contra la cruda realidad que reflejan sus instalaciones y también con las promesas incumplidas.
Una larga enumeración
En estas noches que mi sueño muchas veces me abandona, aquel sueño que ocupó las horas de mis días, por años, vuelve a mi memoria de improviso, sin pedir permiso. Y recuerdo un frío domingo de 2008, con el municipio santafesino dando inicio a lo que dieciséis años después, sin placa pero con muchas promesas truncas, nos deja en claro que prometer en campaña es fácil, pero cumplir con la palabra empeñada no.
Escribo esto, y lo expreso en este medio, porque El Litoral siempre acompañó el sentir de los contribuyentes que viven en la zona aledaña al histórico Jardín República del Líbano. Así, miles de caracteres se han escrito y decenas de imágenes han servido para reflejar, como testimonios periodísticos de la realidad de la que hablo, no solo de las hamacas rotas, sino también de los senderos sin terminar; las veredas intransitables y hasta de una ex fuente de fisonomía alhambranesca que alguna vez sirvió de "dormitorio" para indigentes; o los cestos para la basura sin fondo ni bolsas.
Y la enumeración del descuido sigue: un cofre de cristal con bustos caídos; cables de energía eléctrica sin resguardo de tapas en columnas de alumbrado sin focos en globos de plástico partidos y caídos; tremendas raíces a cielo abierto; terreno desnivelado que puede ser propicio para que resbale algún desprevenido pie humano, o ramas derribadas por el paso del tiempo de añejos eucaliptos y tipas. ¿Quieren más? Existe una única canilla de PVC que quedó estrangulada por un pedazo de hierro -yo diría "acogotada"-, en una especie de "monolito" habilitado a las apuradas el 6 de diciembre de 2023, como resultado del ingenio -o la falta del mismo- y a modo de "obra arquitectónica" fallida de alguien que no creo que pueda exhibir su título habilitante en la materia.
También puedo mencionar otras cosas: una media sombra vencida por kilos de hojas podridas; o restos de escombros de canto rodado levantados por raíces de palo borracho. ¿Sigo? Un ex paseo acuático y estanque para peces, que se extendía de oeste-este en casi cien metros, convertido en "asentamiento" de colchones y basura. O de antiguos macetones ya sin plantas ni flores. Y así muchas cosas más, ya que las que anteceden son solo algunas de las pruebas que acompañan a la de la hamaca rota, porque hay otros juegos y elementos rotos: sube y bajas sin manija y tablones de madera rajada; mecedoras de caucho para bebés, desaparecidas, o bien incontables botellas de vidrio esparcidas por el predio.
Cirugía menor, sin bata ni barbijo
Después está el tema de los carribares. No tengo nada contra ellos, pero prácticamente "cegaron" a los vecinos de la imagen natural que rodea al parque. Se proveen de agua a través de una manguera de largo alcance, limitan la circulación y el estacionamiento de vehículos, además de obstaculizar el ingreso a las viviendas de los particulares, sin dejar de mencionar que son propagadores de música hasta la medianoche.
Algo más: los departamentos situados en las adyacencias no cuentan con cestos para residuos y tienen la pared que da al sur garabateada y orinada; existen "sepulturas" para canes; un mástil derribado y ausente a la fecha; unos pocos bancos, que se suman a los originales, revestidos en mayólicas azules, sucios hasta el hartazgo con heces de palomas. Y otra cosa: las dos plantas con flores amarillas ordenadas por la actual gestión municipal -para una superficie de casi hectárea y media-, que solo son regadas por la lluvia, que encima escasea.
Es decir, metafóricamente hablando, demasiada enfermedad para ser curada sin voluntad ni insumos (léase presupuesto). Lo que se ha hecho a lo largo de tantos años, ha sido insuficiente o inexistente: fue como hacer cirugía menor, sin bata ni barbijo. Encima, en los alrededores el panorama no es mejor, empeora. La esquina del Pasaje Rivadavia y Luciano Torrent, por ejemplo, sigue sin señalética. Manos anónimas (de delincuentes), amparadas por la ineficacia/ausencia de control municipal, o de un placero que por lo menos advierta que el lugar le interesa a las autoridades, quebraron la señal, que mágicamente perdió el rótulo "Pasaje", exhibiendo solo "Rivadavia" tiempo después.
Por lo demás, mientras el Jardín República del Líbano espera por las mejoras sustanciales que hacen falta y de arreglos que no sean superficiales (o simple "maquillaje"), sigue sufriendo del "síndrome de la hamaca rota", dependiendo de campañas proselitistas en las que se promete mucho y luego no se cumple.
(*) Existe la teoría de la "ventana rota", formulada en 1982 por los criminólogos estadounidenses James Q. Wilson y George Kelling. La misma explica que los signos visibles de desinterés y deterioro pueden incitar a comportamientos delictivos. Si una ventana rota se deja sin reparar, sugiere la teoría, pronto todas las ventanas estarán rotas.
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